Acudí a Acapulco a cubrir la XXxV Convención Minera sin imaginar que viviría una de las peores noches de mi vida.

Las alertas sobre la intensidad de la tormenta tropical y después huracán “Otis” se dispararon en cuestión de horas al pasar de un fenómeno meteorológico más a ser el más intenso en la historia del Pacífico.

La inauguración de la Convención transcurrió sin mayor problema con una ligera lluvia que, sumado a las alertas que se daban, orillaron a cancelar la cena oficial.

Decidí cruzar el bulevar de Las Naciones, la principal vía de la zona Diamante de Acapulco para cenar unos tacos y resguardarme en el hotel.

La mayoría habíamos comenzado a tomar en serio el fenómeno cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció que tocaría tierra en la costa de Guerrero casi al amanecer con categoría 5, algo pocas veces visto.

Muchas personas nos fuimos a dormir asumiendo que lloviería durante toda la noche y al amanecer “Otis” se habría ido o al menos disipado.

Pero como película de terror: justo a la medianoche el paraíso comenzó a convertirse en un infierno.

Cuando estoy solo acostumbro quedarme dormido con la televisión encendida y apagarla más tarde.

Tenía minutos de haberme dormido cuando me despertó el que la televisión se quedará en silencio. Se había perdido la señal.

Mi esposa es un tanto alarmista y más en comparación mía que soy muy paciente. He sido periodista en Guerrero y me ha tocado ver y vivir prácticamente de todo.

En su mensaje vía WhatsApp me pedía regresar a Chilpancingo. Consideré que era un riesgo mayor buscar un taxi a medianoche para atravesar la ciudad con la esperanza de encontrar una salida en la terminal de autobuses.

Tras la pérdida de señal de televisión comenzó a fallar la energía eléctrica.

El viento era cada vez más intenso.

Me tocó la habitación 621, es decir en el sexto y último piso y en el extremo hacia la playa. Es decir, la esquina del Hotel One, a unos metros de la playa y de la laguna de Tres Palos.

Desde mi habitación tenía vista hacia gran parte de la espectacular bahía de Acapulco.

Aquel paraíso comenzó a parecer serie navideña con puntos que se iluminaban y otros que quedaban a oscuras.

Quienes acababan de llegar al hotel y quienes ya estábamos comenzamos a asomarnos al pasillo tratando de encontrar respuestas o consuelo.

Lo peor estaba por venir.

La energía eléctrica se fue. También el internet. Las luces de emergencia del hotel tampoco dieron para más.

La imagen en mi ventana era de total oscuridad. No lograba ver más allá de unos metros la silueta de una palmera que se movía como una hoja.

En un chat de WhatsApp, un amigo que vive en Acapulco alertaba que esto era mucho más intenso que el huracán “Paulina” que, 27 años y 14 días antes, había destruido Acapulco.

Él y su familia estaban resguardados en uno de los baños de su casa… Decidí hacer lo mismo.

Empaqué mis cosas, cerré la puerta con seguro, coloqué una silla de plástico intentando atrancar la puerta y me resguardé en el baño.

Fue probablemente una de las peores horas que he vivido: sin ningún servicio, con el ruido intenso de una alarma similar al de la reversa de un camión.

El sonido el viento era como tener una aspiradora en la oreja. Otro ruido metálico “campaneaba” constantemente. Por la fuerza e intensidad, asumo que fue el elevador.

Lo que primero se sintió como un ligero sismo, después se volvió como viajar en la batea de una camioneta vieja: Acostado en el piso del baño llegué a levantarme unos centímetros.

Tenía dolor de oídos, supongo que por el viento.

Uno de los últimos tuits que llegaron a mi teléfono hablaba de un huracán de intensidad récord y la recomendación para permanecer de 8 a 10 horas más bajo resguardo.

Será una noche muuuuy larga, asumí.

Pocas veces he sentido la presión de esas horas. Agradecí no haber estado con alguien de mi familia: mis hijas o mi esposa. Hubiera sido mucho más duro.

La mezcla de ruido y movimientos era desesperante y cada vez eran mayores.

Decidí comenzar a escribir para relajarme un poco. Además no podía hacer alguna otra cosa.

Pasa de la 1 de la madrugada. Los ruidos y movimientos cesaron. El viento es mejor.

Salí al pasillo al escuchar voces. La imagen fue terrible: todo mojado, vidrios rotos, pedazos de plafón sueltos…

Recomendé a un grupo de personas que analizaba opciones mantenerse en sus habitaciones, al menos, hasta el amanecer.

Decidí hacer lo propio y seguir con este texto.

Son casi las 2 de la madrugada. Seguimos sin servicios. Los ruidos y los vientos son más espaciados. No sé si es el ojo del huracán o qué, afortunadamente, la tormenta pasó.

Aquí sigo…

Segunda parte.

Son 2:20 am. Unas luces sobre mi ventana me llaman la atención. Es una fila de vehículos que intenta salir de la zona Diamante. Han topado con postes, árboles y cables caídos. Un hombre intenta con un machete retirar unas ramas. Es imposible.

Otros turistas de mi hotel deciden salir del hotel.

– Y, ¿A dónde van? -les pregunto.

Se miran entre ellos y alguien, por cortesía, señala: “Pues a allá abajo”.

La iluminación que dan los carros sobre la avenida confirman un escenario de terror.

Será uno de los peores amaneceres de Acapulco en mucho tiempo y eso que estamos acostumbrados a situaciones difíciles.

Son las 3 de la mañana. Comienza a hacer mucho calor. Guardo la botella de agua que tengo y me tomó una de las cervezas que había comprado con la esperanza de que me regrese el sueño y poder dormir.

Me despierta un ruido. Al parecer una alarma del hotel. Son las 5:19.  Se vuelve a ir la energía eléctrica y sigue lloviendo ligeramente.

El amanecer. Son las 6:32. Ha dejado de llover y ya hay claridad. Todo es un caos.

Logro bajar de la habitación y constatar de cerca los destrozos: árboles caídos, camiones volteados, espectaculares hechos bola.

Camino unos metros y uno de los pocos carros que circula por lo que queda del bulvard de Las Naciones, me pita.

Es una funcionaría del Gobierno del Estado que intenta salir de la zona.

Ella y su chófer llevan rato buscando opciones.

Me ve y se le ocurre prender la radio. Una frecuencia se alcanza a escuchar. Es la entrada del noticiero del colega Enrique Silva. Nos da esperanza… De pronto, un ruido hace estresante intentar escuchar.

Un par de kilómetros y un encharcamiento que llega al retrovisor de una camioneta nos indica peligro. El auto compacto en que nos movemos no pasará.

La escena es constante: autos volteados, espectaculares hechos bola, palmeras y postes a media vía, negocios sin fachadas.

– Esto está mucho más cabrón que “el Paulina” – señala el chófer.

Regresamos al Fórum. Muchas personas más intentan salir de la zona, pero es muy difícil.

“Más de 10 mil personas estarán en Acapulco con motivo de la Convención Minera”, señalaba un promocional turístico. La mayoría, precisamente en la zona Diamante.

No hay señal de teléfono ni celular no fija. Tampoco internet.

Vuelve a intensificarse la lluvia.

Son las 7.32 am. A esperar. A escribir para desfogar la ansiedad…

La mañana

Pedazos de plafón del lobby del Fórum Mundo Imperial caían cada tanto y despertaban a quienes dormitabamos. La lluvia moderada, pero constante, nos arrullaba.

Cerca de las 10 am, se corrió la voz que el hotel estaba dando desayunos gratis.

Tras una ordenada y rápida fila, tenías acceso a un poco de fruta, unas rebanadas de pan, jamón, queso y jugo.

Topé un grupo de comunicadores y ante la suspensión de la lluvia, decidimos caminar hasta encontrar mejores condiciones. Quizá señal de telefonía, de internet o hasta salida a algún otro lugar.

La zona Diamante es una especie de vía de ferrocarril: inicia en el aeropuerto (hasta donde supimos cerrado), sigue en el Fórum y corre por varios kilómetros hasta Puerto Marqués, donde inicia la avenida Escénica. A la mitad está el crucero de Metlapil, la desviación hacia la Autopista del Sol.

Paralela al bulevar de las Naciones está la avenida Costera Palmas que, según nos dijeron en la mañana, era un canal transitable sólo en lancha.

A las brutales estampas de la destrucción, otra igual de terrible: la rapiña. Hombres, mujeres, adolescentes y hasta niños rompiendo ventanas de tiendas Oxxo, farmacias, ferreterías y todo aquello que pudiera servir para llevarlo en carritos de supermercado, cargando a lomo o hasta en vehículos.

Topamos a otra compañera comunicadora oriunda de Acapulco que avanzaba en un carro por la avenida y la preocupación fue cuando ella describió lo sucedido como “nunca antes visto”.

Una señora de unos 50 años nos pidio aventón. Al preguntarle cómo estaba se deshizo en llanto. Su turno concluía a medianoche, justo cuando inició lo peor. Tuvo que refugiarse en una caseta en el estacionamiento pues el autobús que los traslada ya no pudo salir.

Habían pasado 11 horas de que debió haber llegado a su casa y como sucedía con miles de personas, nadie sabía nada de ella.

El nivel del agua nos permitió llegar hasta el crucero de Metlapil y decidimos regresar. Seguíamos incomunicados y sin idea de qué hacer.

La gente que venía en sentido contrario los decía que “Otis” se había llevado la mitad de Plaza Sendero, frente al Princess. Todo eran rumores.

La otra cara de la moneda: gente organizada moviendo palmeras y estructuras de fierro para facilitar la circulación.

El dueño de una Tacoma sacrificó parte de su defensa trasera para liberar parte de una vía, mientras que un autobús jalaba un anuncio espectacular.

Son casi las dos de la tarde. Seguimos incomunicados. La gente comienza a preguntar por agua y comida.

El escape

Un conocido se me acercó el hotel.

– Tengo camioneta con tanque lleno y quiero salir a Chilpancingo. No conozco muy bien la zona y necesito un copiloto…

Tres minutos después estábamos en el bulevar de las Naciones con todo lo que habíamos encontrado.

Al llegar al Viaducto Diamante o Metlapil alguien nos gritó: Denle la vuelta a La Venta y señaló y a su izquierda: San Marcos.

Tomamos el camino suponiendo que de ahí podríamos ir a Las Mesas, después a Tierra Colorada y, con suerte, llegar a la Autopista del Sol en su tramo de Tierra Colorada hacia Chilpancingo.

Apenas al pasar San Marcos nos topamos con deslave… Y antes de retornar.. ¡una máquina pesada detrás de nosotros!

– ¿De dónde salieron? – pregunté.

– “Don Palmita (Tomás Hernández Palma, el alcalde)”.

Durante unos 15 kilómetros la máquina nos fue abriendo paso. Hubiera sido imposible sin ella.

Minutos después llegamos a Las Mesas, de ahí a Tierra Colorada y luego a la Autopista del Sol. Unas seis horas.

Escapamos.

Acapulco tardará muchas, muchas horas más en recuperarse….