El huracán “Paulina”, que tocó tierra a principios de octubre de 1997 en el sur de México, se ha destacado como uno de los desastres naturales más mortíferos, destructivos y costosos que azotaron el país durante la segunda mitad del siglo XX. Clasificado como la decimosexta tormenta tropical, el octavo huracán y el séptimo huracán mayor de la temporada de huracanes en el Pacífico de 1997, este fenómeno climático dejó una marca indeleble en la historia de México.
En la madrugada del 9 de octubre de 1997, “Paulina” sorprendió a los residentes de Acapulco, internándose por las costas guerrerenses y desencadenando una devastación prácticamente sin precedentes en el puerto. Vientos de hasta 215 kilómetros por hora, rachas de hasta 240 kilómetros y una precipitación pluvial récord de más de 411.2 litros de agua por metro cuadrado en menos de 24 horas, sumieron a la ciudad en el caos. Los arroyos y ríos crecieron a una velocidad alarmante, desbordándose y provocando deslizamientos de tierra y derrumbes, convirtiendo a Acapulco en una zona de desastre en cuestión de horas.
La magnitud de la precipitación récord en Acapulco alcanzó los 411.2 mm en menos de 24 horas, lo que sumió a Guerrero en una tragedia sin igual. Se estima que entre 230 y 400 personas perdieron la vida, mientras que cerca de 300,000 personas se quedaron sin hogar. Los daños materiales ascendieron a alrededor de 80 mil millones de pesos, colocando a “Paulina” en el décimo puesto de los desastres naturales más devastadores en la historia de México.
Este trágico evento recordado como “Huracán Paulina” dejó una profunda huella en la memoria colectiva de Acapulco, sirviendo como un recordatorio de la importancia de la preparación y la respuesta ante desastres naturales.