En el mejor clima, por Elino Villanueva

Ninguna duda cabe que estamos ubicados en una zona de riesgos en nuestras vidas y nuestros bienes como resultado de la presencia de fenómenos naturales: terremotos, tsunamis, ciclones tropicales, incendios, derrumbes, deslaves, sequías, inundaciones, hundimientos, y que los efectos derivados de su influencia y de las condiciones que los propios seres humanos generamos para que se traduzcan en desastres son cada día más frecuentes y peligrosos.

Por muchas razones, entre ellas el aumento de la población y la consecuente invasión de zonas de riesgo ante la demanda creciente de espacios para que las familias finquen sus viviendas, la potencialidad de que el surgimiento de uno de esos fenómenos termine en resultados catastróficos es real, seria, y lo vemos todos los días, en todos lados, con consecuencias de dolor y pérdidas, tanto en vidas como en bienes, al trastocar lo que llamamos “normalidad”.

Todos tenemos que aportarle y apostarle a una cultura de Protección Civil, a tratar de prevenir, antes que corregir las situaciones de peligro, o como bien dice el refrán: tapar el pozo después del niño ahogado. Las medidas empiezan en nuestros propios hogares, con acciones tan elementales como no dejar “cosas” tiradas en cualquier lugar que puedan traducirse en la posibilidad de un accidente.

Lo anterior, porque, una vez más, como cada temporada de lluvias, los organismos encargados del área de Protección Civil, desde el Gobierno, advierten a los vecinos que viven en zonas de riesgo, sobre todo por deslaves o inundaciones y hundimientos, para que extremen precauciones, incluso puedan abandonar sus viviendas o cambiar su residencia a un lugar más seguro.

Pero eso no es suficiente: la autoridad tiene que proceder a partir de sus facultades y atribuciones, para proteger las vidas de quienes, por las razones que sean, están invadiendo cauces de barrancas u otros lugares de riesgo, pues con eso también están poniendo en peligro la vida de terceras personas. La Ley establece con claridad los límites en que se puede construir en las proximidades de lechos de cuerpos de agua, por ejemplo, y eso no se respeta, lo vemos en cualquier rumbo.

Ya es momento de que se apliquen las leyes, es por el bien de todos, y que quienes han alterado los ecosistemas asuman sus responsabilidades, pues con ello generan condiciones que pueden derivar en una tragedia que los afecte no sólo a ellos, sino a la población en general. Hay familias que se quejan de que sus casas están en peligro, pero ahí decidieron fincarlas, y llevan años viviendo en ellas.

El orden incluye, por supuesto, a quienes promueven las invasiones en las cercanías de las barrancas y sitios de riesgo, las permiten y alientan, y luego gestionan la legalización de la propiedad, muchas veces a cambio de votos en las jornadas electorales. Evidencias de ello, las hay, y son públicas. Sí, pues.