En septiembre de 2013 el huracán Ingrid y la tormenta tropical Manuel causaron uno de los peores desastres que han sufrido los guerrerenses. El más catastrófico, quizá, después del huracán Paulina, que se abatió sobre Acapulco y las costas del estado en octubre de 1997.
Miles de familias en todo el estado quedaron damnificadas tras el paso de esos dos fenómenos meteorológicos que, sincronizados, cayeron como terrible plaga en esta tierra suriana.
Aquí en Chilpancingo fueron cientos los que se quedaron sin casa.
Después de movilizarse de muy diversas maneras para hacerse escuchar y clamar ayuda para encontrar un techo, varias centenas de damnificados fueron reubicados en el Fraccionamiento Nuevo Mirador, a la vera de la Autopista del Sol rumbo a Acapulco, donde se mal construyeron viviendas frágiles, con tantas deficiencias constructivas que algunas tuvieron que ser demolidas.
El sismo del pasado martes 7 de septiembre, fue la puntilla: causó daños a las ya dañadas viviendas y puso de nuevo en riesgo a esas familias, que ahora claman por otra reubicación.
Esta es la historia de la tragedia de las familias del Nuevo Mirador.
Texto: Beatriz García / Amapola Periodismo
Fotos: Oscar Guerrero
Desde el sismo del 7 de septiembre pasado, Dalia Neri Ríos y su familia duermen en la entrada de su casa. En la fachada se aprecian claramente las cuarteaduras que causó el temblor de tierra. Se mantienen alertas porque hay réplicas desde entonces y temen que la vivienda colapse.
Dalia y su familia fueron reubicados hace casi siete años en el fraccionamiento Nuevo Mirador, porque su casa en la vecina localidad de Petaquillas, que practicamente ya está conurbada a Chilpancingo, se cayó con las torrenciales lluvias que trajeron Ingrid y Manuel el 13 septiembre del 2013. Este martes se cumplieron ocho años de aquel diluvio.
Desde la reubicación de esas familias afectadas se supo que ese fraccionamiento,
El Nuevo Mirador es un conjunto de casas ensambladas, frágiles –parecen de cartón— y mal hechas, y muy pronto quedaron inservibles, inhabitables. Toda la manzana 2B fue derribada porque las casas se estaban desplomando.
Es visible la mala condición de las casas y del concreto que cubre los taludes –porque el Nuevo Mirador fue levantado en un cerro que se considera de suelo inestable, de acuerdo a los registros documentados por la prensa después de su inauguración–.
El sismo de la noche del martes 7, con epicentro en Acapulco y de magnitud 7.1 en la escala de Richter, agravó la situación de las casas. Aparecieron nuevas fisuras y algunas cuarteduras que ya tenían se abrieron más.
Desde esa terrible noche la incertidumbre y el miedo invaden a los habitantes de este fraccionamiento, que llevan años viviendo en zozobra, aun cuando el motivo de su reubicación fue protegerlos de una catástrofe natural. La mayoría instaló en sus celulares la alerta sísmica, para que en caso de otro sismo tengan tiempo para salir de sus frágiles casas.
En un recorrido por el fraccionamiento conocimos algunas historias de las familias que ahí viven. Una de ellas es la de Dalia –quien tiene tres hijos, dos niñas y un adolescente de 15 años—, y su esposo; otra historia estrujante es la de Carmen, una mujer de 71 años que vive con sus dos hijas y que en estos días no se ha movido de la entrada de su casa. Después del sismo la casa se cimbra con cada paso que dan.
El martes 7 de septiembre, Dalia, sus hijas de seis y 12 años, y su esposo, estaban en casa, en el tercer piso del edificio cuatro de la manzana 6A, el último que se alcanza a ver cuando se llega al fraccionamiento. Su hijo estaba en el mercado Leyva, en su trabajo. Primero escucharon un estruendo y de inmediato el movimiento los zarandeó.
La familia no pudo bajar al andador, pensaron que las delgadas escaleras colapsarían si bajaban, entonces Dalia y su esposo abrazaron cada quien a una de sus hijas y se metieron debajo de la mesa de madera.
Después de que pasó el temblor, bajaron al andador y ahí permanecieron hasta la una de la mañana. Su hijo llegó con bien, expresó Dalia. Hasta ese entonces volvieron a su departamento, pero dejaron la puerta entreabierta y durmieron en el piso, cerca de la entrada. Dalia y su esposo se turnaron para que mientras uno dormía con las hijas, el otro permaneciera alerta.
“En ese momento la verdad dijimos que hasta aquí íbamos a llegar, porque escuchamos cómo el techo tronaba, el edificio chocaba con el edificio de al lado. Se me cayeron un poco de cosas, pero es lo que poco nos importaba, lo que nos importaba era la seguridad de uno”, contó Dalia desde la pequeña sala de su casa, a la vez que apunta al piso donde aparecieron nuevas fisuras.
Recordó que hace casi seis años llegó a vivir al fraccionamiento –a los vecinos los reubicaron en diferentes fechas– pero nunca pensó que al mudarse al Nuevo Mirador volvería a vivir la incertidumbre que pasó durante las lluvias de ese septiembre del 2013.
Cuando llegó a su departamento notó los resanes que la constructora hizo a las paredes; cada temporada de lluvias teme que el agua debilite más las casas.
Con el sismo del martes 7 su miedo se intensificó, porque pudo pasarle lo que a otras familias en otras partes del estado, a quienes se les cayeron sus viviendas.
Antes del temblor su departamento no se cimbraba. Hoy cruje.
Las fisuras son notorias en cada rincón de su vivienda.
Desde el martes la familia duerme cerca de la puerta, para poder salir fuera de la casa si nuevamente tiembla fuerte. Las niñas se calzan los zapatos antes de acostarse.
A su casa, cuenta Dalia, no se ha presentado nadie de Protección Civil para evaluar los daños.
“La verdad no tenemos a dónde ir; da tristeza dejar aquí, porque ya perdimos una casa, y perder otra da tristeza”, expresó.
“Yo sí quisiera que nos reubicaran. En mi caso, si no nos quisieran hacer una casita, pues aunque sea que me den el puro terreno. Yo la hago de madera. Da miedo aquí, sobre todo por los niños”.
El Nuevo Mirador
En este fraccionamiento sólo se construyeron 598 departamentos de los mil 100 que autoridades federales anunciaron en 2013 que se edificarían.
Desde un principio las irregularidades de la construcción del fraccionamiento fueron notorias.
Desde que comenzaron a instalar a los habitantes en el Nuevo Mirador, en diciembre del 2014, las protestas y denuncias públicas han sido constantes por falta de servicios públicos, áreas verdes, la falta de un puente que los conecte con la ciudad, la entrega de escrituras, la fragilidad de las casas.
En junio del 2018 se demolieron 32 departamentos de la manzana 2B por el riesgo de que colapsaran. La demolición provocó que se debilitaran los departamentos de la manzana contigua, la 1B.
Durante el recorrido por el fraccionamiento habitacional, algunas vecinas, que pidieron no mencionar su nombre, revelaron que desde hace unos meses tienen reuniones con funcionarios de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) para determinar qué procederá con sus viviendas. Tendrán una reunión esta semana. Confían en que pronto les del alguna solución.
La intención es que sean nuevamente reubicados, porque la terreno donde está asentado del fraccionamiento es inestable, se desliza, según la información que les han proporcionado expertos.
Doña Carmen Peralta tiene 71 años; prácticamente todo el día está sola en su casa porque sus dos hijas trabajan. Desde la noche del temblor, se sienta en la entrada de su casa y ahí permanece pendiente, por si ocurre un nuevo sismo, para poder salir de inmediato. Las vecinas de la señora Carmen están pendientes de ella.
La mujer habita un departamento de la planta baja de la manzana 1B, la que quedó frágil después de que demolieron la manzana 2B. Cuenta que el día del temblor oyó cómo retumbó la tierra; por fortuna ya estaban en casa sus dos hijas.
Aun así vivieron un caos, porque una de sus hijas se quedó encerrada en uno de los cuartos, la puerta se atoró y no pudo salir. Gritaron a los vecinos para pedir auxilio. Se fue la luz. Su hija salió sin ropa, no pudo cambiarse, nerviosa por el terror que vivió durante esos instantes. Una vecina le prestó un suéter y así se cubrió.
En su departamento las fisuras también son visibles como en el resto, pero Carmen mostró las que sabe que aparecieron el martes con el temblor; también asegura que el edificio se inclinó. Por fuera, a un costado, se ven cuarteaduras en la pared, y se aprecia también el desprendimiento de la banqueta y la inclinación del edificio.
Enfrente de su vivienda está una pequeña casa de madera que los vecinos construyeron hace unos años como centro de salud, pero a raíz de que se quedaron sin médico y enfermera la inhabilitaron. Ahora es refugio de cinco mujeres adultas mayores que no quieren dormir en sus casas por las réplicas.
A la casa de Carmen acudieron a revisar los daños unos ingenieros, al parecer del Colegio de Ingenieros del Estado, quienes le dijeron que posteriormente les darán los resultados del dictamen. Le recomendaron que durmiera cerca de la puerta.
A algunos vecinos les dijeron que las casas no se van a caer, que sí hay daños en paredes y techos, pero que los cimientos van a resistir.
Los afectados esperan que en el curso de los próximos días las autoridades municipales y de Protección Civil acudan al Nuevo Mirador para saber qué ocurrirá con sus viviendas, pero mientras todos están alertas.
Temen que si vuelve a temblar muy fuerte, como la noche del martes 7, otra vez la desgracia los azote.