Por R. Salgado L.

Hace 30 años surgió con impetuosa fuerza el Partido de la Revolución Democrática, después de las intolerantes y reiteradas imposiciones del partido en el poder, que sufre una grave escisión, provocando el desprendimiento de miles de correligionarios encabezados por Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y Andrés Manuel López Obrador.

Su constitución fue producto de dos importantes fuerzas con signos de Izquierda, una que provenía de la “familia revolucionaria” y otra  derivada del Partido Comunista Mexicano; este movimiento político que en sus inicios se mantuvo cohesionado a sus liderazgos, posibilitó el logro de diversos espacios de representación popular.

Ocurrió en esos tiempos la llegada en decenas de presidencias municipales y diputaciones locales de gente desconocida, sin arraigo ni capacidad política y con evidente improvisación; era indudable que la fortaleza moral y política de sus líderes daban suficiente confianza,  sin que hubiese importado origen ni circunstancia. Este fenómeno  circunstancial derivó en una severa y desordenada ambición, dando paso a un desenfrenado choque y confrontaciones por las cuotas exigidas por las diferentes corrientes al interior del PRD.

A 30 años de existencia podría afirmarse que nunca logró  consolidarse, ni llegó a la madurez necesaria, y su crédito ha venido disminuyendo lamentablemente de manera inobjetable; algunos perniciosos liderazgos se adueñaron del control y la egolatría de sus corrientes acabaron por minimizar, lo que con gran esfuerzo lograron construir sus iniciadores.

Pareciera empezar a repetirse esta historia, ya que esa es la imagen que hoy se proyecta en la semblanza temprana y prematura del Movimiento de Regeneración Nacional, cuyo referente inmediato ha sido la suspensión de más de 60 Asambleas Distritales, particularmente 8 de las 9 que debieron realizarse en el estado de Guerrero y que fueron canceladas por razones de desencuentros entre corrientes internas.

Es incuestionable que el fuerte liderazgo cimentado por el hoy presidente de la Republica, fue producto no únicamente por haber enarbolado banderas contra la corrupción, el combate a los intolerables privilegios, a la pobreza y a la marginación, sino que fue la prevalencia de una alarmante molestia y justificado hartazgo por los excesos y frivolidades del sistema, lo que acabaron por convencer a la ciudadanía de la necesidad de un cambio de rumbo.

El arrastre político del líder trajo como consecuencia considerables mayorías en la Cámara de Senadores, de Diputados, congresos estatales y presidencias municipales; hoy son contados los personajes que arribaron a estos espacios que cierta capacidad, vocación y arraigo, y muchos con evidentes limitaciones y sin una legitima representación popular.

Los acontecimientos recientes apuntan hacia una severa descomposición política en Morena y la evidencia le representa un alto grado de riesgo para su supervivencia. La fuerza vital de esta organización política la constituye prácticamente el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien ha reiterado a sus colaboradores evitar inmiscuirse en el proceso de integración de estructuras electorales con el fin de dar cauce ordenado a eventos eminentemente libres y democráticos; no solo se ha desoído el mensaje del dirigente natural, sino que la irrefrenable ambición por el dominio de espacios y de controles de cuadros, han hecho prevalecer el desorden, la indisciplina y el caos.

La democracia mexicana requiere de partidos políticos fuertes, cohesionados, con fortaleza moral y política; en consecuencia, está urgida de liderazgos sanos, confiables y con una profunda convicción nacionalista.

El país reclama sólidos y justos equilibrios, que den garantía plena para consolidar la ruta de una vigorosa y digna vida democrática.