Isidro Bautista
Con el crimen organizado, como con cualquier delito, se debe proceder, como autoridad, según la ley.
Paralelamente, pueden emprenderse acciones y obras de gobierno para atacar la raíz, la causa o causas que lo provoquen, como parece hacerlo el presidente López Obrador.
Eso debió haberse hecho desde un principio, pero por las pillerías, cometidas hasta por los que lo antecedieron en el cargo, tanto del PRI como del PAN, surgieron y crecieron, a tal extremo que hoy sus garras tienen al pueblo tomado del cuello.
Cuando asumió el cargo, ante el Congreso, hace casi un año, juró respetar y hacer respetar la ley, como todos los gobernantes.
Si se recuerda, los servidores públicos, como él, deben hacer sólo lo que les señala la ley. Por lo tanto, nada podrán hacer si no tienen la indicación expresa legalmente.
Así como debe cumplir su promesa de acabar con la “mafia del poder” que ha llevado y traído en la boca por años y años como una bandera de campaña, y que en mucho se reflejó en su victoria de julio antepasado, así debe afrontar la violencia, que ahora está peor que como la encontró al llegar al palacio nacional.
En Tamaulipas, donde justamente manda más el crimen organizado que cualquier gobernante, el político tabasqueño lo invitó a que “ya se porte bien”.
Y desde un hospital, dijo “que se vaya al carajo la delincuencia. ¡Fuchi!, ¡guácala! Es como la corrupción: ¡fuchi! ¡guácala!”.
Como paréntesis, cabe citar una expresión semejante pero dirigida a manifestantes o protestantes, con la que aseguró que los acusará con sus mamás, papás y abuelos, por los destrozos y la violencia que realizan durante sus marchas.
Apuntó que mientras él esté en ese cargo, el Ejército mexicano no volverá a cometer atropellos o masacres, como ocurrió, cierto, en los sexenios anteriores, e incluso consideró a los criminales como “pueblo” cuando un grupo de vecinos lo encaró preguntándole que qué haría su gobierno contra ese tipo de maleantes.
Este martes acribillaron a un grupo de policías del gobierno de Michoacán, y el señor presidente no dijo nada, y, por el contrario, con lo sucedido al día siguiente en Tepochica, Iguala, como que defendió a los civiles muertos, quienes fueron mencionados en la prensa como posibles criminales.
¿Qué le contestarían al señor presidente de la República, que a la vez, por ley, es el comandante supremo de las fuerzas armadas, los dolientes de Michoacán si les hubiera pedido a los hoy policías asesinados que no repelieran la agresión a tiros, sino con un sermón, o gritándoles guácala o fuchi?
El asunto de los civiles muertos en Tepochica es cosa de su gobierno. El Ejército, obvio, no es parte del gobierno del estado, cuya cabeza, Héctor Astudillo Flores, en cambio, ha actuado con responsabilidad ante ese flagelo.
Los soldados o policías, naturalmente, no le harán caso a su orden de combatir al crimen a base de sermones, más porque va en juego su pellejo. Los delincuentes no se tientan el corazón para matar hasta inocentes.
Sólo faltaría que si algún día los topara, los hinque pero sólo para darles la bendición, o que ponga al frente del fuego enemigo al señor arzobispo.
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