* Fiesta y carencias en el Día del Albañil

Alfonso A. Catalán

Durante el periodo de la Colonia, los españoles y luego los criollos implementaron métodos diversos para mantener a la población indígena en relativa calma.
Las armas siempre fueron su primera opción, pero había otras opciones más discretas, tal y como lo fue el consumo del alcohol con la intención de “relajarlos”.
Como de Roma salió el lema “Pan y Circo”, en nuestro antiguo México los conquistadores permitían el consumo de las bebidas embriagantes a todos los indígenas, siempre como medida de represión, cuando antes esto solo era permitido y regulado para los nobles y tlatoanis.
Ya establecida la Colonia, en el siglo XVI, el clérigo franciscano Gerónimo de Mendieta expresaba, en una de sus crónicas, que “los indios de México bebían cotidianamente hasta quedar en un estado de estupor etílico”.
Otro sacerdote de México comentaba que a comienzos del siglo XVII “el astuto enemigo ha introducido y ha puesto tan de asiento entre los indios el vicio de la borrachera”.
Así pues, con los vicios y costumbres mezcladas, llegamos al mexicano de ahora, que sigue prefiriendo la fiesta, siempre con un gran consumo de alcohol de por medio, aunque viva en la precariedad y con la falta de recursos básicos.
El mejor ejemplo lo tenemos en el llamado Día del Albañil (o Día de la Santa Cruz), en donde, sin saber muy bien el verdadero significado de esta festividad, los trabajadores de la construcción colocan una cruz con adornos en el punto más elevado del lugar en donde están laborando, y se abocan a todos los excesos de esa “gran celebración”, que consiste, generalmente, en una buena comilona y unos buenos mezcales, cervezas o ya de ‘perdis’ unos Tonayan.
Al día siguiente, con una buenísima cruda, el albañil regresará a su trabajo, a seguir con su día a día, sin prestaciones, sin seguro social, ni de vida, pero al menos contento de haber celebrado “su día”.
Y es que hay que recordar que el trabajo de albañil es uno de los peores pagados y en donde más personas mueren cada año.
Según el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), tan solo en México cada 8 segundos hay un accidente laboral y 3 personas perecen al día a causa de lesiones laborales.
En muchas o casi todas las veces, las empresas que los contratan (y que tienen convenios millonarios), lo hacen sin ninguna medida de seguridad, no les otorgan el equipo de protección básico y el trabajador se juega literalmente la vida cada vez que se aboca a su chamba.
Si bien en el estado de México o la CDMX se ha visto que los empleados de la construcción portan cascos y chalecos propios de su empleo, en Guerrero el albañil no cuenta con ninguno de estos objetos y hasta su equipo más primordial lo tienen que comprar ellos, a base de esfuerzo y sudor, porque el patrón nunca se los aporta.
Además tenemos la diferencia exorbitante de ganancias: mientras ellos tienen un salario de poco más de 3 mil pesos mensuales, empresas constructoras como ICA (Ingenieros Civiles Asociados) ganan 2 mil 260 millones de dólares al año. Claro, aquí también impera la corrupción que prevalece en la Confederación de Trabajadores de México (CTM), que solo vela por sus propios intereses y nunca por la de los trabajadores de los estratos más bajos.
El trabajador de la construcción es un pilar fundamental para la realización de cualquier obra; deberían estimarse más entre ellos, dejar de ser utilizados, crear conciencia sobre la explotación que están sufriendo, y sí está bien que festejen una vez al año, pero también que se empiecen a dar cuenta de lo mucho que les falta para obtener un trato digno y justo.
(alfonsoa@elsoldechipancingo)