* En Campo Morado, la baja del precio del kilo de goma de amapola y falta de apoyos federales están acabando con la economía de sus más de 500 habitantes

CARLOS NAVARRETE

CAMPO MORADO.— Doña Evangelina tiene una tienda de abarrotes que sigue abierta de milagro. Casi todos le piden fiado. Casi todos le deben dinero.
Ha pensado en ya no fiar, pero esa decisión dejaría sin comer a varias familias. Así que resiste.
Ella vive en esta comunidad del municipio de General Heliodoro Castillo, a cuatro horas y media de Tlacotepec, la cabecera, y a siete horas de Chilpancingo, la capital del estado. El pueblo debe su nombre a las bugambilias, planta que, de acuerdo con los habitantes, abundó en el lugar hace varias décadas. Hoy quedan sólo unas cuantas.
Pero no son las bugambilias las que le dieron fama a Campo Morado. Aquí la producción de amapola se convirtió en el pilar económico de las 554 personas que habitan el pueblo, identificado por el INEGI como de muy alta marginación.
Sentada en una silla de madera y vestida con un mandil azul que le ayuda a no ensuciar su ropa durante las labores domésticas, doña Evangelina recuerda que hasta hace dos años sembrar amapola era redituable. Los campesinos recibían 24 mil pesos por cada kilo de goma, codiciada entonces por grupos delictivos para la producción de heroína y otras drogas.
A ella le molesta que a los habitantes de Campo Morado los acusen de narcos. Afirma que quienes han sembrado amapola lo hicieron por necesidad y nadie se hizo rico. Incluso muchas mujeres jóvenes que enviudaron encontraron en esa planta una forma de sacar adelante a sus hijos.
Asegura también que la mayoría en el pueblo sembraba sólo media hectárea, pues su capacidad económica no les permitía invertir para más. Media hectárea era suficiente para obtener dinero que les garantizara un plato de comida en su mesa.
Dice que ella no sembró nunca, pero indirectamente gozaba de los beneficios de la actividad. Todas las familias tenían un ingreso asegurado, lo que les permitía consumir diario en su tienda, que casi siempre tenía los estantes llenos de mercancía y ocupaba un corredor de su domicilio como almacén.
Hoy la historia es diferente. Tras la caída del precio de la goma —pasó de 24 mil a cinco mil pesos el kilo—, también se vino abajo la economía de Campo Morado. Todas las familias siguen yendo a la tienda de doña Evangelina, sólo que ahora piden fiado. Muy pocas le pagan.
“Ya no hay quien nos compre mucho. Vea mi tienda como quedó, y la gente sigue viniendo y me pide fiado, a veces yo no quiero, de a ratitos me enojo, pero también me pongo a pensar en que si no les fío no van a comer ese día, y pues les doy lo que me piden. Ahorita mucha gente me debe, pero ni para cobrarles, porque sé que no tienen”, admite.
Cuenta que a unos metros de su casa había otra tienda de abarrotes. El propietario, Isaías García, se vio obligado a cerrar porque de tanto que fiaba ya no pudo surtirse más. Ahora es chofer de transporte público.
Dijo que antes de que iniciara la administración de Andrés Manuel López Obrador, los estudiantes de secundaria y bachillerato recibían una beca bimestral del gobierno federal, además del recurso que se entregaba a madres de familia correspondiente al Programa Prospera. Esos apoyos permitieron a las familias de Campo Morado a soportar un poco la crisis de la amapola.
Doña Evangelina cuenta que cuando le pedían fiado, el compromiso de sus clientes era que en cuanto recibieran el pago de las becas o de Prospera le pagarían la mercancía. Pero desde el 1 de diciembre, ya con López Obrador en la Presidencia, todo eso cambió. Ambos programas dejaron de funcionar, y los que oferta actualmente el gobierno de la República no han llegado hasta Campo Morado.
El poco dinero que circula en el pueblo es de personas que abandonaron el municipio y buscaron suerte en otras regiones del estado. Le hacen de albañiles o se rentan como mano de obra para labores de campo.
Alguna vez el pueblo se organizó para protestar en contra autoridades que pasarían por ahí. Los campesinos planearon comprar cartulinas para escribir en ellas sus demandas y exhibirlas. Pero Evangelina les dijo que los diez pesos que gastaría cada uno en eso, les serviría para comer huevos, así que desistieron. Así es la realidad de un pueblo olvidado en Guerrero.