Alejandro Mendoza

Una condición para gozar de credibilidad y de autoridad moral, tanto en un plano individual, en público, en privado, en lo político o gubernamental, es la congruencia entre el pensar, el decir y el hacer. Ahora bien, en política la noción de congruencia no puede entenderse como mera coherencia lógica. Al hablar de congruencia se alude automática o implícitamente a un conjunto de ideales, valores y principios que son, por decirlo de algún modo, las premisas constitutivas de los partidos políticos.
Se es congruente o no con una historia, un desarrollo y un porvenir determinados. Estos factores que, por así decirlo, conforman el marco ideológico más general de una persona, una organización, un partido político, un gobierno, una nación, no se improvisan ni pueden alterarse.
No se trata sólo de un comportamiento ocasional de uno u otro personaje o partido político, sino que es algo habitual en las formaciones políticas. No por ello deja de ser incomprensible que se sucedan episodios como el que hemos vivido esta semana. Es la incongruencia política pura.
Sin embargo, el valor de la confianza está mermado en la esfera de la política, pues los ciudadanos desconfían de la incongruencia política de los actores que sólo privilegian sus intereses y beneficios personales.
Cuando el político está en campaña promete muchas cosas en sus discursos, algunos recurren a la función de dar fe a través del notario público, y así queda constancia de algunas de sus promesas, pero al momento del incumplimiento ¿quién le pide cuentas?, generalmente el gobernante actual exhibe los trapitos sucios de su antecesor, pero durante el período de gestión del político ¿quiénes cuestionan su proceder?
En la historia se han registrados discursos donde el político, con un gran efecto de mercadotecnia, afirma ante los ciudadanos que velará por sus derechos, mejorará su calidad de vida y protegerá la biodiversidad, pero al paso del tiempo, se cae el telón mostrando las falsas promesas.
Los partidos políticos nacen con una ideología. Puede ser liberal, derecha, izquierdista, conservador, social-demócrata, centroizquierda, etc., pero dicha ideología rara vez se puede ver reflejada en la práctica política y gubernamental.
Pareciera que gran parte de la razón por la que la sociedad ha dejado de creer en los partidos políticos, y más, particularmente en los políticos, es por la incongruencia con la que se manejan en la práctica. Es muy común escuchar a la gente quejarse por aquellos políticos o partidos que prometieron, pero no cumplieron.
Pero más allá de eso, las razones por las que, por ejemplo, los partidos o las propuestas políticas aglutinan a las personas, es claro por su propuesta política y también por intereses de poder o dinero, pero en esa propuesta política, viene contenida una ideología de por medio.
En tal escenario, la incapacidad manifiesta de la elite política por resolver las demandas sociales, da paso entonces a una vigorosa movilización política de las masas. Los descontentos con el sistema se organizan en movimientos políticos anti elite que, mediante sus acciones y protestas, van gradualmente debilitando el sistema político hasta hacerlo inoperante. La decadencia política es así imparable y ello desata un ciclo de violencia entre élite y masa, llegando a un punto insostenible donde el viejo sistema político se paraliza y muere.
Muy rara vez en México la ideología de los partidos se mantiene intacta durante su desempeño en la política o en el gobierno. Actualmente hay una fuerte incongruencia discursiva en el hecho de que hay quienes cambian de un partido político de izquierda a uno de derecha o de derecha a la izquierda, o bien a través de alianzas electorales o políticas antagónicas ideológicamente. Lo único que queda en evidencia es la ciega ambición por el poder.
La incongruencia ideológica y discursiva en este tipo de alianzas políticas, transmite a la población un eminentemente choque en el pensamiento de las personas por su incongruencia y abona a la ya de por sí enorme incredulidad de la ciudadanía hacia los partidos políticos.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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