Isidro Bautista

Con todo y los enormes problemas que ha provocado la violencia o la inseguridad, que azota a todo el país, el estado desde hace ya cierto tiempo, más los que tienen su origen en el terrible rezago social y la pobreza aún extrema que perviven en muchos de sus 81 municipios, el hecho de mantener a lo largo de estos tres últimos años una razonable gobernabilidad puede considerarse como uno de los méritos del gobierno que encabeza Héctor Astudillo Flores, y el cual posiblemente sea calificado por algunas personas como obligación constitucional.
Sólo que muchos gobernantes, de todos los partidos políticos; senadores, diputados federales, diputados locales o servidores públicos en lo general, de los tres poderes públicos, aun cuando tienen ese deber legal, no lo cumplen, y hasta tienen la desfachatez de incurrir en actos de corrupción o robar lo que pueden o lo que gusten de los recursos que están a su alcance.
Ahí está, como caso reciente y quizá más repugnante, Javier Duarte de Ochoa, ex gobernador de Veracruz, quien no tuvo empacho en declararse culpable de haber cometido asociación delictuosa y lavado de dinero, por lo que estará nueve años tras rejas, además de que le aseguraron 22 parcelas, seis inmuebles en la Ciudad de México, seis terrenos en Cancún, uno más en Estado de México, tres departamentos en Veracruz y otros cuatro en Ixtapa-Zihuatanejo, sí, hasta en Guerrero se hizo de propiedades por robar.
En la tarea de gobernabilidad Astudillo ha estado acompañado de manera cercana y con absoluta confianza por un político experimentado que desde la Secretaría General de Gobierno, ha hecho lo suyo para contribuir a que Guerrero transite sin desorden, con difíciles equilibrios alcanzados, por el camino de la estabilidad política, que en el caso de esta entidad suriana casi siempre está prendida con alfileres: Florencio Salazar Adame.
Es un hombre que tiene un estilo personal como político y servidor público que a lo mejor no lo hace muy popular, pero hasta donde se sabe y se ve, es eficaz. Alejado de los reflectores y conocedor de su tiempo y circunstancia, de sus atribuciones y responsabilidades, se conduce con discreción. Es la voz de la experiencia en el gabinete astudillista.
Y su trabajo no lo hace popular porque su actual cargo está por encima de cualquier otra aspiración política que pudiera abrazar.
Es uno de los poquitos colaboradores a los que el gobernador pudiera pedir su opinión para el ejercicio de gobierno, porque, a diferencia de muchos otros, su respuesta sería hecha de buena fe, preponderando más el interés del titular del Ejecutivo que de algún grupo político.
Tres años a lo mejor se dicen fáciles, pero muchos gobernantes, tanto de los estados como de municipios, no concluyen su periodo de gobierno, justamente por no tener una actuación con la mayor responsabilidad y hasta pasión posibles por desempeñar sus funciones.
¿Cuántos presidentes municipales de los que concluyeron su trienio en septiembre pasado, por ejemplo, no dejaron el cargo con un desgaste político y social vergonzoso, por lo que incluso es la fecha que no aparecen en público?
¿Cuántos no dejaron en ruinas las arcas municipales? No cumplieron ni en lo mínimo con su encargo de gobernabilidad, y de todos los partidos políticos.
Y los representantes populares de Morena, incluidos los señores diputados locales, desde un inicio de su ejercicio, enseñaron en cierto grado el cobre. Trajeron a manejar las finanzas a una mujer con antecedentes penales, y si no es porque éstos salieron a la luz pública, ella seguiría en el puesto. Ya veremos.
Dígase lo que se diga, en política –y en muchas cosas más— lo que vale son los resultados. Y más cuando hay que remar muchas veces en contra de la corriente y con escaso margen de maniobra legal o financiera. Podrá no gustarles algunos el estilo con el que se conduce o actúa y que hasta ahora le ha funcionado bien, pero al menos nadie señala a Florencio de deslealtad ni de deshonestidad. Y eso, aquí y en China, es algo que importa y vale mucho.
Y como él, desde luego, hay otros.
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