ESTHER QUINTANA SALINAS*

El sociólogo y pensador polaco Zygmunt Bauman, una de las inteligencias más lúcidas de estos tiempos, antes de fallecer en 2017 subrayaba que: “O la humanidad se da las manos para salvarnos juntos o, si no, engrosaremos el cortejo de los que caminan rumbo al abismo”.
Tenía y tiene razón porque ¿estaremos conscientes de que somos parte de una comunidad de humanos? La sociedad en la que vivimos atraviesa hoy día por una crisis de la que debemos de ocuparnos a todos. Se trata de un mal que atenta contra la naturaleza gregaria del hombre, y estas ya son palabras mayores: se llama indiferencia.
Ser parte de una comunidad implica responsabilidad social, la indiferencia rompe con esa responsabilidad, se instala lo inhumano en la existencia de lo humano, lo mezquino se convierte en algo natural. El indiferente se encierra en su burbuja y que el mundo ruede, porque ha determinado que lo que suceda fuera de la confortabilidad en la que se encuentra, no es asunto suyo.
En su libro, “La Sociedad Líquida”, Bauman apunta que este tipo de sociedades producen triunfadores egoístas. ¿Por qué? Porque desde la perspectiva de estos especímenes la novedad siempre es buena noticia, la precariedad un valor, la inestabilidad un acicate y lo híbrido el tesoro del rey Salomón. Sus objetivos en la vida son el poder, el dinero y la fama, sin importar por encima de quienes o de qué se tenga que pasar. Sus cánones se rigen por el hedonismo –entronización del placer–, el consumismo y la acumulación de bienes. El hombre vale por lo que tiene, no por lo que es, todo es permisible y cuanto acontece es relativo; en ese limbo nada es bueno ni malo, todo depende de “cómo convenga” entenderlo.
Asimismo –atendiendo a su “filosofía”–, cuanto existe en el mundo, personas, animales y cosas, tienen valor hasta en tanto sean útiles, después se les desecha.
De ahí la relevancia de dejar de ser mirones de palo. Lo primero es situarse en el mundo de manera crítica y transformadora; es decir aquí estoy, yo soy parte de esto y como lo soy y lo reconozco, me importa lo que aquí suceda, y si algo o alguien afecta a esta comunidad de la que yo soy parte intrínseca, no me voy a quedar de brazos cruzados. Con esta conciencia mi propósito está puesto y signado mi rechazo a la pasividad.
He escuchado a muchas personas quejarse de la corrupción y la impunidad que se están comiendo a nuestro País, pero que nadie para. No basta con indignarse entre cuatro paredes y mentarles “madres” a los gobernantes por su desfachatez. La corrupción en la que nuestro País vive inmerso tiene que llevarnos a la necesidad imperiosa de sentir vergüenza por nuestra postración.
Si asumimos que ya estamos hartos para continuar como mirones de palo y aprendemos a comportarnos como dueños de México frente a quienes les pagamos para que nos representen y no lo hacen, empezaremos a darle un vuelco a nuestra realidad.
Tenemos que obligar a la autoridad a que se conduzca estrictamente apegada a la ley, pero también a la ética. Expresa David Beetham, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Leeds en el Reino Unido, que “una autoridad es legítima cuando demuestra que su legalidad se ajusta al derecho, pero más aún a la ética.
Es entonces cuando los ciudadanos creen y confían en sus instituciones, pues la legitimidad es el reconocimiento público y la justificación pública de su poder, autoridad y credibilidad”. Sin este andamiaje la credibilidad no es posible.
Cuando se participa de manera ordenada se promueve el desarrollo de la comunidad y el de la democracia como estilo de vida, esto implica el respeto a la dignidad humana y a la libertad y los derechos de los demás, también a la igualdad de oportunidades para crecer en bienestar generalizado. La participación abre la posibilidad de acceder a la toma de decisiones del gobierno local, sin ser integrante ni de un partido político ni de la propia administración.
¿Por qué no empezar por pertenecer a alguna organización en pro de la transparencia gubernamental, del cuidado del medio ambiente, etcétera; o con la que usted se sienta identificado para trabajar a favor de la comunidad de la que es integrante? El compromiso orientado al servicio enriquece la vida de quien lo asume y beneficia a la sociedad.
Cambiemos el destino de nuestro País, no puede haber prosperidad en medio de tanta inequidad. A las autoridades les vale sorbete que esto cambie, hasta hoy en lo que se han empeñado es en igualarnos en la mediocridad y en la desigualdad. Y nuestra indiferencia ha contribuido con creces a que así continúe sucediendo.

  • Columnista invitada