Alejandro Mendoza

La lucha por el poder se ha vuelto virulenta, amoral, sin ética. Hay quienes, incluso, consideran que así debe ser si en realidad se quiere obtenerlo, principalmente, en los círculos de la política y el gobierno, aunque no escapa tal práctica a cualquier otra actividad de la sociedad en la que de por medio está la lucha por el poder, el control, la supremacía.
En cierta medida se ha logrado sustentar tal objetivo en la expresión de Nicolás Maquiavelo, en el sentido que el fin justifica los medios, y a partir de este razonamiento muchos emprenden sus estrategias y acciones. Y es que más allá de que se trata de una lucha por el poder entre el bien y el mal, se pasan por alto principios y valores que podrían dignificar la propia actividad y esencia del ser humano.
Desde la antigüedad se ha pretendido argumentar a favor de la existencia de la ley de la selva, en donde el más fuerte sobrevive. Algo así como lo expresó Darwin con su teoría de la depuración natural de las especies. Sin embargo, hay razonamientos que se dejan de lado sobre la profundidad del ser de la raza humana.
Si bien es cierto que la naturaleza del ser humano queda sujeta a su propio entorno sociológico, económico, psicológico y cultural en el que se desarrolló, no es justificación para afirmar que en tales circunstancias alguien puede convertirse en factor primordial para cambiar o transformar una comunidad o sociedad.
En este contexto, y de la gama de conductas que se expresan en la lucha del poder, sobresalen conductas y comportamientos que aniquilan la posibilidad real de una mejor convivencia comunitaria con civilidad. Hay ideas que trastocan las relaciones humanas y, por ende, las relaciones en sociedad.
Un ejemplo es la constante propagación de pensamientos como éste: nunca confíe demasiado en sus amigos y aprenda a utilizar a sus enemigos, bajo el criterio que se debe desconfiar de los amigos porque suelen ser los primeros en cometer traición, ya que caen fácilmente presa de la envidia. También suelen convertirse en irrespetuosos y tiranos.
Y además se sugiere que en cuanto a los enemigos en la lucha por el poder es mejor emplearlos y le serán más leales que un amigo, ya que deberá hacer mayores esfuerzos para demostrar su adhesión. Según esto, lo cierto es que debe temer más a sus amigos que a sus enemigos. Y si no tiene enemigos, busque la forma de cómo creárselos.
Hasta aquí esta idea propagada en el pensamiento popular como parte de las estrategias y acciones en la lucha por el poder dentro de todas las áreas de la sociedad. Esas ideas y acciones son la que prevalecen, por eso se puede observar la gran cantidad de egoísmo, personalismo, envidia, codicia, avaricia, soberbia, arrogancia, etc., en todas las áreas donde hay actividad humana.
Y es que éste fenómeno va mucho más allá de justificarlos a través de sistemas políticos o económicos prevalecientes. Llevado este punto a la política, se entiende primero a la política como el medio para acceder al poder y mantenerse ejerciéndolo. Hay formas de perversión de la política, en la que ésta se asume no como un mecanismo para evitar la guerra, sino como una forma aceptada e ilimitada de guerra, y concebida de esta manera, en la lucha por el poder está permitido todo, pasando por la violación de las leyes, e incluso llegando a la eliminación del contrario. 
Una forma de acabar con esa perversión es perseguirla, desenmascararla, usar las herramientas que ofrece el derecho para identificar culpables de delitos vinculados a la política o de actos de corrupción en torno a ésta, y luego sancionarlos, con ello evitar la impunidad y dar ejemplo a los actores políticos, para tender a que el debate por el poder sea más limpio y transparente, y a que el ejercicio del poder se centre en favorecer a la gente, que es lo que la sociedad espera. 
Sin embargo, las instituciones jurídicas muchas veces sucumben a las fuerzas políticas que las absorben y las ponen a funcionar a su servicio, y no al servicio de la ley, por lo que esa herramienta va perdiendo su funcionalidad en esta materia. Debe existir otra forma de enfrentar la perversión de la lucha por el poder. Cualquier persona puede preguntarse legítimamente al respecto.
Es necesario encontrar respuesta, pues entre tanto, la lucha por el poder y el ejercicio abusivo de éste daña a la gente, hace que se tomen decisiones equivocadas a sabiendas de que lo son y de que desfavorecerán a las personas, por el hecho de que convienen a un grupo político. Entre tanto la población está cada vez más desmejorada, desatendida, empobrecida, sufriendo miseria, incrédula, y conformándose con dádivas a cambio de su voto. 
Si el extremo de la lucha ilegítima por el poder es la eliminación del contrario, entonces la forma de contrarrestarlo es hacer que el actor de la política seamos todos, pues no se puede eliminar a todos. Si alguien pretendiera hacerlo se le acabaría el negocio de la política, se quedaría sin clientes a los que prestar su mal servicio. Que el actor de la política seamos todos, de eso se trata la participación.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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