Isidro Bautista
A quienes hemos tenido la oportunidad de observar el desarrollo de campañas electorales, ya sea desde la trinchera de la información y del análisis periodístico, o bien desde la participación en las mismas, en áreas que tienen que ver con la difusión y comunicación, ha parecido sorprendente la forma tan avasalladora como triunfó Andrés Manuel López Obrador y su brazo partidario, Morena, acrónimo de Movimiento de Regeneración Nacional.
La popularidad de AMLO hizo que muchos candidatos a senadores, diputados federales, diputados locales y alcaldes, cobijados por Morena, se alzaran con la victoria cuando ni siquiera la esperaban. Fueron, muchos, los primeros sorprendidos cuando comenzaron a conocerse los resultados de la votación.
El arrollador triunfo de los candidatos de Morena, en la gran mayoría de los casos gracias al magnetismo que emana de López Obrador, ha convertido a Morena en muchos estados, entre éstos Guerrero, en la primera fuerza política.
En el Congreso del Estado, Morena es el partido político con el mayor número de diputados. Así lo decidió el voto ciudadano. Es un hecho que todos deben asumir.
¿Qué debe esperarse de los diputados locales de Morena? Por principio, que su robusta fuerza política se convierta en el motor de una renovación legislativa que beneficie a la sociedad guerrerense. Un segundo punto sería que emprendan una nueva dinámica a las relaciones dentro del mismo Poder Legislativo con las otras fuerzas políticas, y al exterior con los otros dos poderes, el Ejecutivo y Judicial, y con todos los actores políticos.
Hay otras más responsabilidades y oportunidades en las que tendrán que trabajar, pero para los propósitos de este artículo los dos puntos planteados son los que queremos abordar.
Parece que las primeras actitudes y declaraciones de los diputados electos de Morena están mal enfocadas. En primera, porque la soberbia que han mostrado en las semanas siguientes a la elección les puede conducir, más que llegar a acuerdos con las otras fuerzas políticas, a la confrontación como instrumento para hacer política.
Desafortunadas han sido las declaraciones que ha formulado el que parece que será el coordinador del grupo parlamentario, Pablo Amílcar Sandoval Ballesteros, quien con talante bravucón un día, inquisidor otro, amenaza, descalifica, regaña, y asume el papel de buscapleitos de callejón.
Un día lanza advertencias hasta al gobernador del estado, Héctor Astudillo Flores; otro le quiere dar una “regañiza” a un senador de la República electo, como lo es Félix Salgado Macedonio, y a la alcaldesa electa de Acapulco, Adela Román, sólo por reunirse con el titular del Ejecutivo guerrerense; al siguiente, les da trato de chamacos malcriados a otros dos alcaldes de su mismo partido por buscar la asesoría de un ex gobernador, como es Ángel Aguirre Rivero, y para colmo, insulta a los diputados de la actual legislatura.
López Obrador, desde el 1 de julio pasado, habló de reconciliación, y se reunió lo mismo con José Antonio Meade y Carlos Slim, y hasta los elogió. ¿Por qué ahí Amílcar no lo fustigó?
¿En qué tiempos cree que vive?
Héctor Astudillo está en el cargo de gobernador por la voluntad de la mayoría de los votantes (casi 600 mil), y Amílcar, si se da, será coordinador del gobierno federal en Guerrero por designación, y por lo tanto debe respetar su investidura, ya que detrás de aquél hay un fuerte respaldo popular. Como candidato que fue al puesto de titular del Ejecutivo apenas juntó 37 mil sufragios, menos que muchos de los que contendieron para alcaldes.
Por lo que se ve, de haber sido gobernador, nunca cohabitaría con sus contrincantes. Habría de seguir los pasos de su máximo jefe político, López Obrador, de quien seguramente ya no será escuchada su famosa frase de la mafia del poder.
Se comporta Amílcar, como se dice en la calle, peor que un chivo en cristalería.
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