Alejandro Mendoza
Una expresión popular dice: que cada nuevo día es una nueva y gran oportunidad para cambiar y hacer las cosas mejor. El cliché por sí mismo resulta muy motivador para algunas personas. Pero la realidad es que la mayoría de la gente ya no tiene tiempo ni siquiera para reflexionar sobre estos importantísimos asuntos.
La dinámica diaria de la vida con sus retos, problemas, conflictos y sus necesidades, le impiden a la masa popular tener conciencia de lo bueno y mejor que puede ser el comportamiento bondadoso y generoso con los demás.
Ante cada reto de la vida, hay personas que se desgastan cada día más, renegando de su vida que les tocó vivir, y hay otras que con cada reto que se les presenta ven una oportunidad de mejorar, de crecer, de refinarse y de eliminar todo aquello que les impide ser del grupo de personas que están siempre en mejoramiento continuo.
Cada persona libra su propia batalla diaria inmersa en pensamientos negativos y egoístas, en el mayor de los casos. Algunas batallas tienen razón de ser por su propia naturaleza inesperada, como accidentes o enfermedades. Y en el mayor de los casos se trata de batallas provocadas por la propia naturaleza de la persona atrapada en el modelo del mundo.
Cada reto de la vida debe enseñar algo y debe fortalecer alguna característica personal para bien y no para mal. Existen retos que mejoran a la persona o la dejan sin ánimos de seguir adelante. En ocasiones los retos de la vida pueden hacer renegar hasta los límites y en ocasiones hacen mejorar como nunca antes, depende de la forma en que se encare la situación.
En tal sentido, el modelo del mundo ha establecido una ley imperante que se resume en la ley del más fuerte. Una especie de ley de la selva en donde las metas materiales, financieras y de poder son lo más importante. Y en ese afanoso objetivo muchos se pierden y extravían.
Es cierto en la vida existen un sinfín de retos que hacen mejores a las personas o hacen de lado las aspiraciones, anhelos y sueños; sin duda que los retos de la vida, están diseñados para fortalecer y refinar al individuo.
La siguiente historia puede resultar muy alentadora para quienes tienen el verdadero deseo de cambiar y hacer las cosas distintas. Puede resultar un proceso doloroso, pero absolutamente necesario.
El águila es el ave con mayor longevidad de este tipo de especies. Llega a vivir 70 años, pero para llegar a esa edad, a los 40 debe tomar una seria y difícil decisión. A los 40 años sus uñas están apretadas y flexibles, no consigue agarrar a sus presas de las cuales se alimenta. Su pico largo y puntiagudo, se curva apuntando contra el pecho. Sus alas están envejecidas, pesadas y sus plumas gruesas, con lo que volar se le hace muy difícil.
Debido a esto, el águila tiene solamente dos alternativas: morir o enfrentar un doloroso proceso de renovación que durará 150 días. Ese proceso consiste en volar hacia lo alto de una montaña y quedarse ahí, en un nido cercano a un paredón en donde no tenga la necesidad de volar. Después de encontrar el sitio adecuado, el águila comienza a golpear su pico en la pared hasta conseguir arrancarlo. Después de ese momento doloroso, debe esperar el crecimiento de uno nuevo con el que desprenderá una a una sus uñas.
Cuando las nuevas uñas empiezan a nacer, comenzará a desplumar sus plumas viejas. Después de cinco meses sale para su vuelo de renovación y podrá vivir 30 años más. Este ciclo de vida me parece fantástico, inspirador, motivador y de una madurez superlativa.
Para las personas será igual, habrá que aprender, cambiar costumbres, seguir con las cosas que nos gustan, eliminar las que no, como malos hábitos, entornos o trabajo. Lo cierto es que hay momentos de nuestras vidas en que se llega a un punto de inflexión, de mediocridad, de hartazgo, que no queda otra que iniciar un cambio en donde será bueno retirarse a meditar, a reflexionar, a coger nuevas fuerzas, para luego poder volver a volar.
Ya sé que es un momento duro para cualquiera cuando se tiene que someter a un proceso de cambio, porque ahí es donde hay que plantearse comportamientos, creencias, rutinas, estilos de vida y lo más doloroso, el aceptar con humildad que las cosas no van bien. Llegado a ese punto, se debe dejar de lado el orgullo y la soberbia.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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