Carlos Ortiz Moreno

Hace casi 40 años, cuando iniciamos en el proyecto de El Sol de Acapulco, todo era luz y oropel para su carrera periodística. Cubría la fuente de Sociales, cuya responsable era la guapa señora Maricela Ursúa Ballanis.
Tenía que esperarlo para cerrar el paquete de información que se enviaba como adelanto para la edición del día siguiente. Siempre corriendo y llegando tarde. Siempre le reclamaba por qué me hacía esperar.
Una ocasión le jugamos la broma de apagar las luces de aquellos dos departamentos 49 y 50 del Conjunto Flamboyant, donde estaban las oficinas de El Sol. Aprovechando la oscuridad, nos escondimos entre los escritorios y claramente vimos asomar su cara tratando de buscar qué pasaba.
El tiempo lo compartía entre el periodismo y el ser ayudante de distribución en Petróleos Mexicanos, cuya plaza había heredado por la muerte de su padre Otilio.
Fueron sus tiempos de grandeza económica y del oropel que deja la actividad periodística. Éramos jóvenes y nunca pensamos más allá del día siguiente.
Lo volví a encontrar en Novedades de Acapulco cuando él trabajaba junto a mi padre. Cubría sociales y espectáculos. Por encargo de Mario Bustos, mi papá hacía la crónica de aquellas inolvidables pachangas que vivíamos en el Tequila Party que se organizaban en la discoteca Le Dome.
Una noche de martes nos citamos en el lugar para celebrar un San Carlos. Y ahí estuvimos en mesa esperando, siempre esperándolo. Cuando llegó, parecía una estrella de cine con los brazos en alto, saludaba, abrazaba y besaba a todo aquel, y aquella principalmente, que se le atravesaba en el camino. Recorrió toda la discoteca, casi mesa por mesa, saludando y saludando.
Finalmente, llegó a la mesa. Nosotros llevábamos ya cuatro rondas. Mi papá encabronado —casi ni se enojaba— le puso una pistola entre las piernas y le ordenó que se tenía que beber las tres copas de whiskey que se habían acumulado en su sitio o le volaba los huevos de un balazo. Y lo hizo sin chistar.
Cuando nos dimos cuenta que el seguro de la pistola estaba libre y se le pudo haber disparado el arma, terminamos la fiesta… y la seguimos en otro sitio hasta terminar en el histórico 13 Negro de la zona de tolerancia.
Luego me enteré que chocó un vehículo y se salvó de milagro. Tuvo fractura craneana, pero perdió uno de sus ojos en el accidente. También trabajó en Diario 17 cuando Don Mauro Jiménez Mora nos llamó para integrarnos en el equipo pionero de esa empresa periodística. Él siguió ahí y yo me regresé a “mi alma máter”, como me dijo alguna ocasión mi amigo Enrique Castillo.
Fue pésimo en el amor. Desconozco el motivo por el cual jamás quiso tener una relación de compromiso con alguien a quien dejar la herencia genética. Pese a que me decía que yo era un hermano más para él, jamás me confió sus amores y sus desamores, y nunca le pregunté porque siempre respeté su vida privada.
Lloramos como niños cuando nos abrazamos frente al féretro de mi papá. Y cada que nos encontrábamos, nos volvíamos a abrazar y siempre se le llenaban sus ojos de lágrimas con solo recordarlo. Sabía que tenía algunos problemas económicos, pero los capoteaba porque tenía su plaza en el gobierno del estado.
Las veces que lo encontramos con mi esposa, siempre se desvivía por nosotros. Los abrazos y los besos imperaban en esos encuentros. Y sus preguntas por nuestros hijos nos agobiaban. Era feliz con vernos. Y su felicidad nos la demostraba abiertamente.
Mi esposa fue secretaria de su hermana Silvia cuando fue delegada de Comunicación Social en Acapulco. Hasta en eso nos manteníamos unidos.
Hoy leí un reporte informativo de una persona tirada en la calle, muerta por un infarto fulminante y vi la fotografía de un cuerpo tapado, boca arriba. Pero cuando vi el gafete de identificación, no pude más que apachurrarme del corazón.
Fue un gran amigo de muchos compañeros periodistas con quienes siempre buscó congraciarse. Ese era su espíritu servicial. Quizá alguien lo veía como una gente empalagosa porque, a veces, se pasaba en demostrar amor hacia alguien.
Si él me consideraba como hermano, yo también así lo consideré.
Lamento mucho su triste fallecimiento y más lamento el ocaso de una vida que pudo dar mucho más.
Hasta siempre, mi estimado Efrén.
Buen viaje.