Para nadie resulta extraña la percepción del tenso y acongojante ambiente en el que transcurre la vida diaria. El futuro se siente con escepticismo alarmante, y el presente se afronta con temeridad e incertidumbre.
Los momentos ensombrecidos que vive el país han estado vulnerando la tranquilidad y sus efectos severos trascienden sensiblemente para los guerrerenses.
Cuando los pilares básicos de atención para el crecimiento y desarrollo, como son el económico y lo social, han resultado afectados seriamente por circunstancias oprobiosas, se corre el riesgo de entrar en un proceso fatal de decadencia.
La economía, con evidente fragilidad y debilidades notorias, ha golpeado a millones de compatriotas, y pudiera recrudecerse, particularmente por los niveles crecientes y actos de corrupción que han estado impregnadas patológicamente en las conductas de muchos ex y actuales servidores públicos, empresarios y otros, que ante la complacencia o complicidad de instancias de justicia y fiscalizadoras han edificado murallas de impunidad, lo que ha arrojado, como consecuencia, un elevado nivel de molestia, coraje y hasta frustración en el pueblo.
El problema económico se arraiga ante la falta de empleo y de oportunidades, por los salarios bajos, por la creciente pobreza de muchos y la opulencia de pocos, por la crisis petrolera y los precios elevados de las gasolinas, la carestía galopante en los productos básicos, la amenaza grave ante la posible cancelación del Tratado de Libre Comercio y de muchos otros factores que cancelan cualquier asomo de optimismo.
En lo social, vivimos aterrados ante los crecientes fenómenos de violencia y criminalidad, de franco abandono en la responsabilidad de algunos gobernantes ante sus gobernados, fenómenos que se acentúan ante la ausencia de liderazgos serios, honrados, comprometidos y honorables. Se padece de partidos políticos y sindicatos sin sentido democrático y sin moralidad, así como de agrupaciones disfrazadas de defensa a los intereses de obreros y campesinos que se dedican más al chantaje, al abuso o a la extorsión, como agentes succionadores de apoyos; de líderes o directivos avorazados o perversos, y de muchos otros comportamientos que al final del camino son forjadores de conductas inmorales e inadecuadas que orillan y conducen a la sociedad hacia la descomposición y el desorden.
La grave situación económica y social coloca al país, lamentablemente, al borde de un colapso severo, y no es pesimismo, pues si a todo esto le sumamos la anarquía en que transcurren los procesos electorales, resultan muy escasas las expectativas para el futuro.
En el plano nacional, los pleitos, la diatriba, los insultos y la guerra sucia indiscriminada están a la orden del día. No se advierte la presencia de un árbitro confiable, honesto y de conducta reconocida que ponga orden y logre acuerdos que faciliten un cambio definitivo de rumbo, de concordia, de respeto y civilidad.
Es indiscutible que ese arbitraje a nivel nacional correspondería al presidente de la Republica, en este caso Enrique Peña Nieto; sin embargo, justificada o injustificadamente no cuenta, como se dice, con la suficiente confianza de los mexicanos.
A nivel del estado, Guerrero, el gobernador Héctor Astudillo Flores ha mantenido una actitud imparcial, serena, equilibrada y cautelosa, y ha procurado sumar esfuerzos para propiciar ambientes de cordialidad política con el deseo de que a la sociedad le vaya bien, especialmente rumbo a las elecciones próximas, y de que el proceso no constituya un problema más, a los que se ha hecho frente. isidro_bautista@hotmail.com