Alejandro Mendoza
En el contexto del proceso electoral que se vive, uno de los temas más abordados por la mayoría de la gente, es la constante conducta de los políticos y la facilidad de mentir. De hecho es una constante la mentira política.
Es necesario dejar claro que definir la mentira política es un asunto sencillo y contundente. En esencia es el arte de hacer creer al pueblo falsedades saludables con un buen fin.
Es sorprendente que al igual que el más vil de los escritores tiene sus lectores, el más grande de los mentirosos tiene sus crédulos: y suele ocurrir que si una mentira perdura una hora, ya ha logrado su propósito, aunque no sobreviva más tiempo.
Es común que la mentira tenga su caldo de cultivo en muchos hogares en donde los padres mienten con tanta facilidad delante de sus hijos. Y los hijos crecen con esa distorsión de este valor primordial que es la verdad. Se acostumbran a mentir y cohabitar con la mentira en sus vidas.
Obviamente la mentira tiene raíces en todas las áreas de la sociedad, ninguna se escapa. Hasta en las supuestas instituciones con más alta solvencia moral pública, la mentira ha hechos estragos.
En el caso de la política y el gobierno, el saldo de la mentira es terrible. En gran medida la ausencia de la verdad es tan visible que la gran mayoría ya no cree en los políticos ni los gobernantes.
En específico, la mentira política una vez que ha sido echada andar, el rumor, el ruido y la confusión harán su trabajo. Dice un adagio conocido: “la falsedad vuela, mientras la verdad se arrastra tras ella.
Max Weber expone: “¿por qué mienten los políticos? Por razones de Estado o por simple ambición de poder individual”.
Los políticos mienten también para no cargar culpas de sus ineficiencias, y para que la sociedad que los votó no enfrenten sus propias verdades. Esa realidad que golpearía en la desesperanza de la gente y que quizás escapan de las manos del gobierno que no sabe cómo darles soluciones.
Ahora bien, también es cierto que los políticos que hablan con la verdad, que indican con crudeza lo mal que estamos y los problemas que se avecinan, son vistos como apocalípticos y difícilmente son votados.
Dentro del mensaje de los políticos y más en tiempo de elecciones, siempre se vota al que ofrece un mensaje de cosas realizables, de emprendimientos, de crecimiento, algunos quizás irrealizables, mudos proyectos dormidos, pero que igual son comprados por el pueblo con alegría, asumiendo con el tiempo la propia irresponsabilidad de la elección popular, ante el fracaso colectivo.
En este contexto, se puede afirmar que gran parte de la sociedad, sobre todo la que vota, muchas veces es cómplice de la mentira que se le vende, envuelta en hermosas palabras y promesas.
En estos tiempos, la confusión es terrible, pero anunciado desde la antigüedad que a lo bueno se le llamará malo y a lo mano bueno, como también a la mentira, verdad, y a la verdad, mentira.
No se puede ocultar que los políticos son las personas que menos confianza merecen de la población, según plantea la mayoría de la gente. Mentir, para ellos, es una costumbre, que ni el avance democrático logra disminuir. Y el momento más propicio para mentir son las campañas políticas: con la consigna de que prometer no empobrece, hacen promesas, y unas de plano, ellos mismos, saben que no podrán cumplir.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz.
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