Alejandro Mendoza

La terrible crisis de credibilidad y falta de confianza, profundizada por la corrupción en todos los niveles y áreas de la sociedad, tiene una vertiente causal bastante padecida por gran parte de la gente: la doble moral como forma de vida.
La doble moral consiste en decir una cosa y hacer otra totalmente opuesta. Es mentir con bastante facilidad, es decir, se vuele un estilo de vida para quienes con fin de lograr sus objetivos asumen distinta personalidad dependiente del lugar y la persona con quienes estén.
No se llega al extremo de un mal patológico o psicológico producto de un mal mental o cosa similar, sino de una acción consciente, bien pensada, dirigida con un propósito con origen perverso.
En palabras más sencillas es negar con los hechos lo que se expresa con la palabra. La doble moral en este sentido es señal de incoherencia. Es señal de inconsistencia. Es señal de mala fe porque se presenta ante los demás o con piel de oveja y por dentro se trata lobos rapaces.
Desde luego que la doble moral es falta de transparencia porque el que actúa bajo una doble moral tiene agendas ocultas que solamente él conoce. En el campo de la ética y de la moral es actuar de espaldas a los eternos valores de la verdad y de la transparencia para situarse en un valle de sombra y de tinieblas que irreversiblemente conduce al fracaso.
Es común esta práctica en la vida política, pero también las demás áreas no se quedan atrás. Las personas con doble moral abundan en todos lados.
La doble moral no es más que consecuencia de que se juzga mucho y de que el amor propio hace muy benévolos a muchos.
Pero esta doble moral se hace especialmente patente y grave cuando rige la personalidad de aquellas personas que por delegación de la sociedad ejercen puestos relevantes de interés público.
Hay quienes enfatizan que las autoridades por su prestigio y condición moral deberían ser ejemplares, como las autoridades intelectuales y académicas relevantes, o quienes ocupan cargos en las jerarquías de las confesiones religiosas, los jueces, los magistrados, los políticos, los gobernantes.
En gran medida se reconoce un grave peligro en este contexto, tomando en consideración el carácter maleable y manipulable que caracteriza al ser humano. Está más que demostrado que el ser humano tiene un afán casi instintivo por acoplarse al grupo, muchas veces, como lo demuestra la historia, siguiendo ciegamente las directrices de un líder que incluso puede sobreponerse sobre su capacidad de juicio.
La esclavitud social lleva muchas veces a no comprometerse con lo que realmente creemos. Se prefiere aceptar condicionantes sociales que, aunque no se comparten, se aceptan sin cuestionamientos o, por lo menos, sin exponerse al “escarnio público” defendiendo nuestras ideas y posiciones, en aras de no suscitar rechazo en los demás.
Lo más grave es cuando la doble moral es producto de prebendas, dinero, poder y placeres. Por eso el mundo está como está.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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