Alejandro Mendoza
La gente tiene clara la idea de que la incongruencia es un mal que persigue a la mayoría de las personas públicas, independientemente de la actividad que realice. Y en ese contexto, poco a poco el deterioro de la credibilidad cobra relevancia.
Es del conocimiento público que existe una queja generalizada contra directivos, jefes, gobernantes o líderes, por su notoria incongruencia entre el hacer, el decir y el pensar, al mismo tiempo que manifestar respeto a las personas.
No es difícil comprender que predicar con el ejemplo no es cosa fácil para salir adelante en una organización. El reto de manera inicial es a nivel personal. La incongruencia comienza en el individuo y de ahí se extiende a la organización con consecuencias terribles para todo buen propósito.
Todavía durante buena parte del siglo XX, entre los políticos y pensadores sociales era deber imperioso, y prueba de honradez intelectual y de confiabilidad práctica, una rigurosa congruencia entre el pensar y el hacer. Nadie podía presumir de una alta moralidad ni reclamar respeto y entrega de los demás, si no vivía como pensaba y si no pensaba como vivía.
Y así vemos hoy pavonearse a personajes que, sin rubor alguno, han ido de la extrema izquierda a la extrema derecha pasando no sólo por el centro, sino por toda la gama de matices posibles e imaginables entre ambos extremos.
Palabras más, palabras menos, hay opiniones que coinciden en tal escenario y, además, no se recatan en reclamar atención y credibilidad a sus recetas milagrosas que son, según ellos, el bálsamo que curará los males.
La falta de unidad y coherencia en el pensar, y el más descarado oportunismo arribista, pues se han convertido en la virtud suprema de algunos hombres públicos de nuestros días.
Por supuesto que no voy a desarrollar un tratado sobre la invaluable virtud de la congruencia; pero, en honor a la brevedad, la mayoría tiene una clara idea de la terrible incongruencia en que viven muchas personas de la vida pública.
La incongruencia se detecta fácilmente, y no es necesario ser demasiado intuitivo para ello. Por ejemplo, los políticos, debido a su exposición y escrutinio público permanentes, son los casos más patentes en los cuales podemos ver los niveles de congruencia. ¿Pero qué sucede con los votantes que ven que el político no es de fiar por su incongruencia y le siguen dando el voto?
Simple, son ellos los incoherentes. Vale decir, los que no están actuando alineadamente entre lo que dicen o piensan y lo que hacen. Y cuando una sociedad llega a validar la incoherencia, siembra las semillas de un peligroso deterioro.
Vivir congruentemente es un desafío mayor. Significa no rendirse ante la manipulación, no rendirse ante la tentación material de llevar una vida aparentemente fácil, no rendirse ante la compra de la conciencia, no rendirse ante las dádivas, ya que más temprano que tarde esa incongruencia pasará la cuenta, y deberá equilibrarse nuevamente.
No. No hay congruencia alguna. Y lo exacto de sus críticas más merece ser calificado de cinismo que de verdadera convicción y voluntad de cambio. ¡Por sus frutos los conoceréis!, dice La Biblia; y no por sus discursos y promesas, por atractivos que resulte.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz…
https://ampalejandromendozapastrana.blogspot.mx/2017/12/la-politica-y-el-gobierno-deben-cambiar.html