Alejandro Mendoza

Cuando se plantea la idea de querer cambiar al mundo, no cabe duda que la mayoría de la gente inmediatamente piensa en mejores gobiernos, partidos políticos comprometidos realmente con la gente, empresarios que se preocupen por los que menos tienen, líderes sociales que defiendan honestamente al pueblo, maestros comprometidos con la formación de nuevas generaciones por el bien del futuro del país, etc.
Sin embargo, pocos se detendrían a reflexionar sobre el relevante papel que juegan los padres de familia en la formación de las próximas generaciones, con valores éticos y principios morales.
Cambiar al mundo es una gran tarea que puede comenzar en el hogar. Hoy en día los principales enemigos que amenazan a la célula de la sociedad son el alcoholismo, la drogadicción, la promiscuidad, el narcotráfico, la violencia y la desintegración familiar.
Mientras las familias batallan todos los días para sobrevivir en medio de la crisis económica y el desempleo, esclavizadas en su laberinto que se agranda ante la ausencia de valores éticos, los gobernantes han encontrado una fórmula efectiva para alargar su adormecimiento social con la máxima griega: “al pueblo, pan y circo”.
Pero también el enajenamiento social resultado de la carencia de valores éticos es alentado y alimentado todos los días por medios de comunicación masivos que han hecho a un lado los valores éticos. Quienes tienen la posibilidad económica de acceder a ellos son dados a distorsionar la realidad y la verdad de las cosas.
La práctica mercantil de “quien paga, manda”, ha pervertido la noble finalidad que debieran tener los medios de comunicación masivos. Pero mucho más grave resulta la propia difusión de programas, de eventos y de telenovelas sin ningún contenido ético que aleja la posibilidad de una reconciliación entre la sociedad y los valores éticos.
Los gobernantes y los dirigentes políticos y sociales tienen que propiciar que la sociedad pueda recuperar la confianza y la credibilidad en las instituciones públicas. Es difícil creer, por ejemplo, que realmente se administre y procure justicia de manera pronta y expedita sin que exista de por medio la “mochada” para los ministeriales, jueces o magistrados.
Y es que la legalidad es el principio que más han corrompido los propios encargados de hacerlo valer. El respeto a las leyes, normas y reglas se ha perdido en todo el sistema organizativo de la sociedad, desde lo individual pasando por lo familiar, la sociedad toda, hasta los partidos políticos y los gobiernos.
El peatón se pasa los semáforos igual que el automovilista, la mamá que le pide a su hijo que le diga a la abonera que no está, el mecánico que cobra la pieza del carro que no cambió, el maestro que vende la calificación al alumno a cambio de un “regalito”, el dirigente político que promete a cambio de votos y no cumple, el gobernante que saquea el dinero del pueblo. En fin, la pérdida de valores éticos está en todos lados…
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz.
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