Alejandro Mendoza

La ambición ha llevado a muchos seres humanos a la perdición. Cuando el deseo bueno de salir adelante en la vida es cambiado por la acumulación de riqueza y el poder por el poder mismo, la degradación y el caos viene consigo.
Muchas veces la ambición es confundida con la avaricia, porque comúnmente es tomada como el deseo ciego y egoísta de más, más poder, más dinero, más propiedades, más logros, etc.
Es por demás evidente cuando una persona comienza a cambiar en todos sentidos, después de que se le dio la oportunidad en alguna responsabilidad.
Por su propia naturaleza pública, en las personas que están el gobierno o en la política es más notorio el caso cuando la ambición ha tomado control de sus pensamientos, deseos, proyectos y acciones.   
Lo malo aquí, es que a la ambición se le atribuye un trozo de maldad, porque se toma como “yo logro lo que quiero, así me toque pasar por encima de los demás”.
Una persona ambiciosa pasa por encima de quien sea en busca su propio bienestar sin importarle el bienestar de otros. De hecho, hacer el mal es parte de su esencia para conseguir sus sueños.
Hay una concepción positiva de la ambición cuando ésta busca el crecimiento, el mejoramiento, el desarrollo personal, el cumplimiento de metas, la creación de metas y destinos nuevos cuando se ha cumplido algo y la expansión de la zona de confort cada día.
Sin embargo, en este caso se hace referencia a la ambición que destruye al ser humano y a las sociedades.
Y es que la ambición desmedida genera estados de degradación en la sociedad en general, porque trae cánceres que atentan contra la humanidad como la corrupción, delincuencia organizada, asesinatos.
En todos lados se puede encontrar a una persona ambiciosa capaz de destruir todo a su alrededor con tal de lograr su propósito. Hay casos de personas con características humildes que terminan atrapados por los aparentes beneficios y dádivas que le sugiere la ambición.
En la actualidad, la tabla de valores que la sociedad ha impuesto de una persona exitosa, tienen que ver con la riqueza acumulada, los bienes inmuebles adquiridos, la posición que se ostenta, el carro que se tiene, los lugares que visita, la ropa que viste, etc.
En esta visión, el afán por tener ese estándar de vida, la ambición encuentra un terreno fértil para robustecerse. La persona ambiciosa nunca podrá darse cuenta del estado en que está, ni mucho menos del daño que provoca a su alrededor, porque está cegada de la realidad que vive.
Y eso es justamente lo que pasa en muchos lados hoy.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz.
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