Isidro Bautista
Por lo poco que se ha revelado, es evidente el desorden con que manejaba el entonces alcalde Marco Antonio Leyva Mena las finanzas del Ayuntamiento de Chilpancingo. Se confirma que es un pésimo político y un desastre como administrador.
Uno como observador de la política quisiera ser indulgente con él, pero… ¿qué hizo bien? Prácticamente nada.
Fue torpe para escoger a los amigos que lo acompañaron en su fallida aventura, entre ellos Héctor Avilés García, que terminó en el cargo de secretario de Finanzas, que hasta a un hijo metió como su asistente personal; pero lo fue más para escoger a sus adversarios. Por eso está donde está: casi un basurero de los desechos de la canibalesca política guerrerense.
Su relevo en la presidencia municipal, quien era su suplente en el cargo, el empresario Jesús Tejeda Vargas, se encontró tan pronto se sentó en la silla edilicia, con otro tiradero de basura en el Ayuntamiento, aparte del que aquél había provocado en las calles de toda la ciudad. Es comprensible que en los primeros días se dedicara a buscar la brújula para saber hacia dónde dirigirse y hallarle, como se dice coloquialmente, “la cuadratura al círculo”. Pero pasan y pasan los días y se percibe tan desorientado como los primeros días.
Es cierto: aunque sea poquito han mejorado algunos servicios públicos en la ciudad, pero eso no es suficiente para la población. Quizá está haciendo administrativamente la tarea que lo lleve a tener un diagnóstico más o menos apegado a la realidad. Pero es poco lo que se sabe públicamente.
El hecho de aparecer mucho en los actos oficiales y encabezar eventos triviales no es la función que hoy espera la gente de su alcalde ante tantos problemas que padece, principalmente el de la inseguridad. Es mucho más amplia y trascendente.
Los tiempos no están para que un gobernante sea visto en fiestas ni siquiera patronales. El gobernador Ángel Aguirre Rivero, por un pelo, se cae del cargo cuando estaba en una tradicional cena en su residencia oficial Casa Guerrero, el 13 de septiembre de 2013, después de la ceremonia conmemorativa de la instalación del Primer Congreso de Anáhuac, porque en esos momentos comenzaba Guerrero a devastarse por los fenómenos meteorológicos ‘Manuel’ e ‘Ingrid’, de cuyos estragos todavía no se recupera.
El mismo presidente Enrique Peña Nieto ha puesto fin a fiestas, y el gobernador Héctor Astudillo, un día que se reunió este año con el gremio periodístico para recoger sus opiniones acerca de cómo garantizar mejor su desempeño profesional, aseguró que para él se acabaron los tiempos en que los gobernantes se distraían de sus funciones por convivencias sociales, de tal forma que está entregado de tiempo y cuerpo enteros a lo que lo mandató el pueblo.
El flanco débil de Tejeda Vargas parece ser la comunicación. No comunica nada que no sean amargas quejas que giran en torno a la carencia de dinero.
Tiene que aprender rápido a gobernar. Tiene que saber comunicar mejor cómo recibió el ayuntamiento, cómo están las cosas en este momento y hacia dónde dirige el barco.
La gente tiene prisa de que sus problemas cotidianos sean atendidos y resueltos por la autoridad municipal. Ya no tiene mucha paciencia porque han sido dos años de padecer desatenciones y engaños.
No es lo mismo vender tuercas o tornillos, como dignamente ha estado haciéndole por años y años, durmiendo y comiendo a sus horas, que gobernar. En su negocio ordenaba sin problemas, y ahora tiene que saber concertar con tolerancia. Tiene que hacer efectiva con su cargo público la máxima de la iniciativa privada de que el cliente siempre tiene la razón.
Su llegada a la alcaldía despertó algunas esperanzas —pocas, pero al fin y al cabo algunas— de que las cosas pueden mejorar después del devastador paso del ciclón Leyva Mena, pero no puede Tejeda Vargas darse el lujo de desperdiciar ese modesto bono ciudadano. Ojalá lo entienda así. Se apuntó con la aspiración de llegar a ser alcalde, ahora ya lo es. Hay el deseo sincero que no sea otro fiasco.
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