Alejandro Mendoza
Nada es más inquietante que la desesperación de una persona ambiciosa y sin escrúpulos, que no tiene control sobre sí mismo, ni de sus emociones, ni de sus sentimientos, ni de sus pensamientos. La natural reacción lo lleva a conflictuar con todo mundo a su alrededor.
Hacia donde quiera que se voltee a ver se notan las secuelas de tales conductas corrosivas y destructivas de la buena convivencia matrimonial, familiar, laboral, social y de toda índole. Hay mucha gente que genera daño irreversible a donde quiera que va.
Es fácil comprender por qué los seres humanos tienen el reto tan difícil en cuanto a la convivencia pacífica y armoniosa. De hecho, desde la antigüedad ha sido una aspiración de muchos personajes sobresalientes, quizá uno de los más ilustrativo podría ser el Rey Arturo y su mesa redonda.
El constante deterioro y degradación de la convivencia en sociedad queda a la vista con los hechos de violencia. Y en todos lados se siente una asfixiante atmosfera de temor.
Cuando una persona carece de los más elementales principios y valores ya representa un riesgo para la comunidad. Pero si se le agrega el síntoma de la desesperación motivado por los complejos y la frustración, el individuo se vuelve todavía mucho más peligroso.
Algunos conceptos de la desesperación coinciden que ésta palabra se compone del prefijo de carencia “des” más el verbo esperar, más el sufijo “ción”, que alude a la acción y al efecto. La desesperación es un síntoma de un trastorno emocional donde el sujeto se siente falto de esperanza y no ve salida a sus problemas, intentando soluciones muchas veces temerarias y vanas, que complican aún más la situación.
Y bueno lo que desespera a una persona varía de una a otra, pero en general se trata de situaciones límites: padecer una enfermedad incurable, la proximidad de la muerte, estar ante un herido grave que depende de nosotros, un evento natural catastrófico, etcétera.
Ante la desesperación algunos huyen del problema y otros se lanzan a resolverlo sin medir las consecuencias, como quien se arroja al mar sin saber nadar para salvar a quien se está ahogando o el que corre en dirección contraria a la salida en un incendio, pues la desesperación lo ciega. Algunas almas desesperadas optan por el suicidio como medio de resolución. Otros sufren ataques de cólera.
Pero en este caso se plantea el asunto de la desesperación como reacción de la persona que no ve realizados sus objetivos porque todo le va saliendo mal, a partir de acciones que contravienen los principios y valores universales.
Y es cuando se puede visualizar el terrible mal que se produce contra la convivencia social que busca el bien común, y no la satisfacción de intereses personales, egoístas, mezquinos y perversos.
La desesperación sin sentido siempre generará en la sociedad degradación.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
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