Hasta pronto, Dimayuga
Roberto Ramírez Bravo
En mayo nos vimos por última vez, en Zihuatanejo. Era la Feria del Libro Guerrerense, que había sido dedicada en su honor, y yo había sido invitado a hacer unas lecturas de obra cuando nos encontramos en el restaurante un poco antes de la hora programada. Nos saludamos, y José Dimayuga dijo en broma algo que seguramente le andaba diciendo a todo el mundo: que los homenajes eran para quienes ya estaban muertos o quienes iban a morir pronto, y él no tenía planes para hacerlo en el corto plazo. Nos reímos, y luego nos despedimos, prometiendo encontrarnos más tarde en la Feria, pero ya no fue posible. Yo regresé al día siguiente a Acapulco, después de hacer otra lectura y ya no nos vimos.
El martes de la semana pasada pensaba encontrarlo y saludarlo, en Acapulco, en la presentación de su obra La forma exacta de percibir las cosas, luego de que Malena Steiner me había dicho que ese día estaría ahí, pero José no llegó. No pensé nada, no imaginé nada, no supe nada, solo que no había asistido y eso era todo.
Su muerte repentina me fue anunciada por un post que Misael Habana puso en su cuenta de Facebook. Y era muy difícil de creer. En mayo, cuando nos vimos en Zihuatanejo, me dio mucho gusto porque yo mismo atravesaba un momento que me hacía pensar en lo vulnerable que puede ser la vida. Me había atacado la diabetes, y en ese momento yo no lo sabía, lo supe al regresar a Acapulco cuando me dieron los resultados de mis análisis, solo había notado un enflaquecimiento anormal en mí y eso me tenía en ascuas, pensando que quizá la muerte me rondaba. Así que cuando nos vimos pensé que era bueno volver a saludar a los amigos ahora que aún es tiempo. Después supe que hay gente que lleva muchos años viviendo con la diabetes, pero a mí, que no pensaba que esa enfermedad me pudiera atacar, me ha hecho reflexionar mucho sobre la rapidez de la vida.
El martes pensé que me gustaría ver a José Dimayuga, y recuerdo que pensé que me gustaría verlo “porque uno nunca sabe”. No lo pensé por él, ni me lo hubiera imaginado. Lo pensé por mí, por darme la oportunidad de saludar ahora que es tiempo a un amigo entrañable aunque no nos veíamos tan seguido.
José Dimayuga me ha acompañado en mis aventuras literarias. Fue el presentador de tres de mis libros, desde que en 1999 estuvo en la misma mesa con Luis Zapata, Misael Habana y Juan Carlos Moctezuma presentando Sólo es real la niebla, en la Casa de la Cultura de Acapulco, que creo que todavía no se llamaba como ahora, Centro Cultural Acapulco. El contacto para esa presentación había sido Angélica Gutiérrez, pues antes de eso no conocía personalmente a quien para esas fechas ya había ganado el Premio Nacional de Dramaturgia, pero que supo de mí por un cuento mío, ¿Quién mató al Pachacuás?, que había leído como jurado en un concurso que por esos años se realizaba.
Después, en 2005, volvió a presentarme otro libro de relatos, Hace tanto tiempo que salimos de casa, en el Poliforum Partenón (creo que así se llama), y en 2009, presentó en el Palacio de Bellas Artes, junto con Yuri Herrera, Las pausas concretas. Por mi parte yo también me fui dando tiempo y espacio para conocer la obra del dramaturgo. Lo primero que leí fue Afectuosamente su comadre, estuve en la presentación de La última pasión de Antonio Garbo, la que se hizo en Acapulco en el Bar del Puerto, y por supuesto que también me la chuté, igual que en su momento País de sensibles, o La forma exacta de percibir las cosas, al final de cuentas, la obra nos acerca más a los amigos aunque no nos estemos viendo todos los días.
La muerte de José Dimayuga nos sorprendió a todos. Dejó en la comunidad cultural, en la infinitud que somos nosotros, una desazón y una tristeza que no tienen asidero. Se fue un gran escritor, un gran dramaturgo, un amigo de todos. Fue el primer director de Cultura en Acapulco, y tal vez el único que llegó como una propuesta consensuada y con un amplio respaldo de la comunidad cultural después de asumir el cargo, y aun después de haberlo dejado.
Es claro que Dimayuga no desaparece al morir, sino se queda en nuestra memoria, en sus textos dramáticos, en las dos novelas que publicó. Es cierto también que solo se nos adelantó, porque así nos vamos a ir todos, uno por uno, y algunos, juntos. Pero el impacto de su muerte temprana no nos lo quita nadie.
Cito para ello a Alondra Berber, otra amiga entrañable, quien lo dice de mejor manera: “Escribir ‘en tal ciudad de viñedos…’ y no pensar en el vino ni en los museos sino en cómo todos andan tristes y con el corazón hecho una gelatina, sintiendo que desde ayer todo es extraño porque se fue José Dimayuga sin que nadie imaginara que eso podría pasar. No era pensarlo eterno, creo que no era pensarlo eterno, pero… Supongo que es cierto eso de que los mejores se van primero”.