Isidro Bautista
En política, como en las batallas bélicas, siempre hay un líder, un comandante, que se respalda en un grupo de oficiales cercanos, su estado mayor, lo que vendría siendo en el caso de un gobierno estatal o federal, el gabinete, y más abajo la tropa.
Es cierto: un gobernador es el responsable, el jefe político de un estado, y los resultados de su trabajo serán buenos si cuenta con un equipo de colaboradores eficaces, aptos para las tareas que se les encomiendan, con voluntad por hacer bien su chamba y que sean leales. No se puede gobernar, y tener buenos resultados, con desleales e ineptos.
En un artículo anterior señalábamos que el gobernador del estado, Héctor Astudillo Flores, es un hombre que se faja trabajando, que todos los días recorre la geografía guerrerense para constatar de manera directa cuál es la situación que prevalece en cada rincón del estado y para poner en servicio obras que benefician a la población y anunciar inversiones para otras obras y servicios que en un futuro cercano cumplirán su objetivo de atender las necesidades básicas de los guerrerenses.
Sin embargo, decíamos también que algunos de sus colaboradores, mientras él, Astudillo, realiza un enorme esfuerzo personal para cumplir la responsabilidad que le confirieron miles de guerrerenses que lo eligieron gobernador del estado, se echan a la hamaca y simulan que trabajan cuando en realidad son unos verdaderos flojos, que engañan a su jefe haciendo como que trabajan. Son simuladores.
Pero también, además de los funcionarios de la administración estatal, hay otros servidores públicos que son un lastre para avanzar en la titánica tarea de encaminar a Guerrero a su desarrollo y progreso. Son los presidentes municipales.
Hoy me referiré al alcalde de Chilpancingo, Marco Antonio Leyva Mena, que por méritos propios y con gran esmero se ha ganado a pulso el título de peor munícipe de al menos las últimas tres décadas.
El bochornoso espectáculo que quienes habitamos esta ilustre capital guerrerense hemos presenciado –y padecido— desde hace casi dos años, cuando asumió la alcaldía Leyva Mena, cómo Chilpancingo se convirtió dolorosamente en una ciudad que se ahoga en basura, carente de agua para el consumo humano, con un deplorable alumbrado público que tiene sumida a la ciudad casi en las tinieblas, con calles destrozadas por la falta de bacheo, con áreas verdes abandonadas, con una inseguridad galopante que hiela la sangre. Sería prolijo abundar en los malos que nos ha traído el huracán Marco Antonio.
En el tiempo que lleva en la alcaldía de Chilpancingo, el susodicho ha dado suficientes muestras y ejemplos de arrogancia, informalidad, ineptitud –no resuelve absolutamente nada—, y eso, tenemos que decirlo, es una verdadera tragedia para los chilpancinguenses.
Y eso, de verdad, no puede continuar.
Más allá de las implicaciones políticas y electorales que acarrea que la situación siga como está, o empeore, en Chilpancingo, no se puede permitir que el futuro y las esperanzas de una vida mejor de miles de familias de Chilpancingo se sigan yendo al caño.
Marco Antonio Leyva es un lastre. Y mucha gente –pueden preguntar a la población los señores diputados— piensa que es necesario ponerle remedio a ese problema.isidro_bautista@hotmail.com