¿Y en el diluvio que viene?
Felpe Victoria
Ninguna novedad que los fenómenos hidrometeorológicos cíclicos se tengan que repetir con mayor o menor intensidad anualmente.
De hecho los avances tecnológicos han convertido en más precisos los pronósticos oficiales que sirven para alertar a la población de esos fenómenos y como sea los medios contribuyen a que la gente esté avisada a tiempo, pero que no hagan caso o se confíen ya es otra cosa.
Sin embargo, algunos en la burocracia se frotan las manos pidiéndole a la Virgen de la Cueva que llueva lo más fuerte posible, porque las contingencias generan pingües beneficios económicos colaterales bajo la mesa.
Necesarias las tormentas enormes para que se declaren zonas de desastre tras desbordamientos de ríos e inundaciones, comenzando así a caminar la maquinaria presupuestal federal de los generosos apoyos dizque para damnificados y obras de reconstrucción de puentes y caminos, que a través de los años han hecho nuevos millonarios a dos que tres exfuncionarios.
Me pregunto cuántos de los que ya les tocó esa lotería del infortunio siguen enquistados en las estructuras gubernamentales, porque ya son expertos en esa clase de movidas truculentas.
No les pido que se acuerden de aquel huracán ‘Pauline’ de octubre de 1997, que hasta la alcaldía acapulqueña le costó a Juan Salgado Tenorio por omiso en sus deberes y porque el Estado Mayor Presidencial lo cachó hablando pestes de Ernesto Zedillo. Ya ha llovido mucho después de aquella “fructífera” tragedia.
Pero no creo que ya se les haya olvidado aquel choque de las tormentas ‘Ingrid’ y ‘Manuel’, en plena celebración de la aristocracia de la burocracia dizque para conmemorar el centenario de que José María Morelos y Pavón, dio a conocer los Sentimientos de la Nación en septiembre 13 de 1813.
En el 2013 la fecha cayó en viernes, previamente le habían dado una relujada al centro histórico de la capital del estado y hasta esperaban ansiosos la presencia del presidente Peña Nieto al banquetazo, pero oportunamente advertido por Gobernación de la magnitud de las tormentas que lo dejarían atrapado por aire y tierra para trasladarse de regreso, canceló su asistencia, pero el panchangón no se lo iban a perder los del virreinato.
Ciertos funcionarios de medio pelo avisaron que las alertas de Gobernación eran de miedo y debían poner al tanto a la población, sobre todo en el turístico puerto de Acapulco, donde por ir a celebrarse un “puente patriótico”, y la hotelería y transportaciones aéreas y terrestres tenían todo vendido y reservado, optaron por jugársela callando.
Total, el turismo va al bello Acapulco a destramparse, emborracharse y mojarse en el mar y las albercas; Dios mediante y los del meteorológico se equivocaran como antes y con clavar cuchillos en la tierra se bajaría la intensidad de los aguaceros, según las consejas supersticiosas.
El alegre festejo que comenzó seco terminó en que los selectos invitados no pudieron ni salir y se quedaron atrapados en la inundación, pero al cabo había músicos, comida y bebidas para aguantar muchas horas o hasta días enteros, o los rollos de papel sanitario rindieran.
Pero en Acapulco, “chingomil” turistas nacionales se quedaron varados; el alcalde Luis Walton no pudo rendir bien su primer informe en el Parque Papagayo y comenzó la crisis.
Para los turistas no había manera de poder regresar a sus lugares de origen, las compras de pánico agotaron las existencias de las enormes tiendotas departamentales y fue todo un caos.
Las comparaciones entre el ‘Pauline’ de 1997 y el choque celeste de ‘Ingrid’ y ‘Manuel’ abundaron, el huracán fue devastador pero duró unas cuantas horas; las tormentas en cambio duraron varios días pero sin tantos muertos aunque sí grandes daños, sobre todo en los puentes estratégicos y caminos, en casuchas humildes caídas y la rapiña se dio vuelo saqueando víveres y electrodomésticos en la zona Diamante de Acapulco, la tragedia de La Pintada que sepultó el cerro y la desaparición trágica del mejor helicóptero de la Policía Federal y sus heroicos tripulantes calificados.
Desesperación, luto y regocijo de burócratas que al repartir apoyos se llenarían los bolsillos y transarían con los vales de electrodomésticos, que antes de llegar a los verdaderos damnificados regalaban entre la cuatitud y remataban a menor precio.
La asignación de obras de construcción de casitas de interés social que algunos voraces no terminaron, pero sí las cobraron a precios muy inflados.
Pero no hay mal que dure cien años, en unas semanas todo a la “anormalidad” de siempre.
Una vez más las fuerzas armadas daban muestra de su eficaz y eficiente entrega en auxilio de la población, pero denigrante la pasarela de políticos y peruanas antipáticas tomándose la foto repartiendo despensitas donadas por la Cruz Roja y peleándose por viajar en helicópteros para saber qué se sentía.
A final de la triste anécdota claro que no cuadraron las cuentas, pero nunca las rindieron a satisfacción y a otra cosa mariposa, mientras los funcionarios negligentes con alertar a tiempo y en forma a los habitantes y visitantes quedaron impunes.
¿Qué va a suceder en la próxima contingencia?, ¿ahora no habrá transas ni desvíos? Que viva el diluvio que viene. Ojalá que Héctor Astudillo logre que no hagan topillo.