Alejandro Mendoza
El político debe permanecer al lado de la gente. Ese es el deseo ideal de quienes quisieran que las cosas cambiarán desde el ejercicio de gobierno y la práctica política.
La realidad dice otra cosa. Muy distinta. El político, para la mayoría de las personas, es sinónimo de corrupción, mentira, chantaje y enriquecimiento ilícito.
No por nada, la política es una de las actividades más desprestigiadas, con más descrédito y con más desconfianza en la sociedad.
La condición social, política, económica, cultural y hasta deportiva de la mayoría de los estados de la República, dan cuenta del saldo negativo del quehacer político.
Y es que los estudiosos y analistas de la materia coinciden en que los políticos tienen una visión muy limitada a la próxima elección. En realidad, su preocupación y ocupación se centra en el próximo cargo de elección popular en su ambiciosa y egoísta carrera política personal.
Desde luego podemos afirmar que hay raras excepciones de personas que consideran a la política como una noble actividad, a través de la cual se puede servir, ayudar y hacer algo totalmente benéfico y positivo para la sociedad y, sobre todo, para el futuro de las próximas generaciones.
A donde quiera que se vea se puede notar el impacto desastroso de la nociva práctica política que no ve más allá de una meta totalmente electorera, de enriquecimiento, de deseos egoístas personales, de intereses de grupo y partido.
La sociedad requiere de ciudadanas y ciudadanos que realmente tengan pleno y sincero interés de participar en política para beneficio de la gente.
Evidentemente este buen anhelo y propósito tendrá fuertes y serias resistencias por el aparato sistemático fortalecido por los intereses económicos y políticos, y de toda clase, de quienes controlan los partidos políticos.
La condición de millones de familias arrinconadas y paralizadas por la crisis económica, la violencia, la falta de empleo, la pobreza, la marginación, la ignorancia, etc., obligan a una verdadera reflexión sobre la imperiosa necesidad de hacer algo para que las cosas cambien y la mentalidad sea transformada en los políticos y gobernantes que toman decisiones.
La gente tiene la idea de que en realidad los políticos son manejados y controlados por intereses y poderes fácticos. Además, los ciudadanos creen que ahora da lo mismo votar por cualquier partido político porque a todos los ven iguales y padecen los mismos males y prácticas viciadas, antidemocráticas y retrogradas.
El reto de la clase política por recuperar la confianza y la credibilidad en la sociedad es gigantesco, pero estoy convencido que hay quienes tienen ese anhelo verdadero y sincero de incentivar la fe y la esperanza de que las cosas pueden ser mejor en todas las áreas de la sociedad, incluida, la política.
No se puede ignorar la insensibilidad, la apatía, la hipocresía, la ignorancia, la perversidad, la mentira, la maldad, la violencia con que actúan muchas personas que se dedican a la política. Y de ahí surge todo ese descrédito en el que se ha hundido la práctica política en la actualidad.
Desde luego que no dudo que hay quienes en verdad están interesados, preocupados y ocupados en hacer algo realmente benéfico para la sociedad y para las próximas generaciones. Lo cierto es que todo radica en que no se dejen vencer por la tentación de la ambición, la avaricia, el amor al dinero y toda su telaraña de intereses porque es la raíz de todos los males.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz
almepa10@yahoo.com.mx