Peligros del oficio
Felipe Victoria
La costumbre de eliminar periodistas incómodos para políticos y mafiosos, que veces parecieran ser lo mismo simultáneamente, sigue vigente en este País.
Desde el Virreinato y en la República ya independiente, algunos “gacetilleros” probaron los excesos de su “alteza serenísima” Antonio López de Santa Anna. Después a Maximiliano y Carlota debían adularlos en vez de criticarlos, mientras que Benito Juárez, aunque le incomodaban las críticas a su condición de indígena, se aguantaba y respetaba la libertad de expresión.
Con Porfirio Díaz en sus 34 años de dictadura traían de un ala a los periodistas rompiéndoles sus imprentas y encarcelándolos, como ocurrió con los hermanos Flores Magón
A Francisco I. Madero le fue mal con los periodistas que lo denostaban por ser espiritualista y tibio para gobernar; el usurpador Victoriano Huerta los mandaba torturar y asesinar, como a Belisario Domínguez Palencia.
Venustiano Carranza cuidó el molde de la nueva Constitución de 1917 para que respetaran a los periodistas siempre y cuando no se pasaran de la raya, pero en el tiempo de predominio e intolerancias de Plutarco Elías Calles les iba mal a los criticones insumisos, pero llegando Lázaro Cárdenas le bajaron tres rayitas al autoritarismo y Manuel Ávila Camacho era un caballero, aunque se hermano Maximino era un demonio.
Cuando llegó a la Presidencia el civil Miguel Alemán Valdés, el periodismo vio la gloria y hasta comenzó la usanza del llamado “chayito”, en honor a una secretaria de Los Pinos que repartía los apoyos a reporteros para que no se tocara ni con el pétalo de una rosa al presidente.
El ejemplo cundió entre los secretarios de Estado y hasta comenzaron a festejar un día al año la libertad de expresión y la buena relación con las empresas editoriales.
Con Adolfo Ruiz Cortines hubo austeridad pero sin dejar de ayudar al gremio. Con López Mateos mejoraron las condiciones, pero con Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría se puso peligroso criticar a sus gobiernos.
José López Portillo resultó enojón y comentaba que “no les pago para que me peguen”; a los que lo adulaban les iba bien y a los otros les tocaban puras lentejas como a Diógenes.
Pero llegó Miguel de Lamadrid con subordinados intolerantes y volvieron a matar periodistas, como Manuel Buendía y Carlos Loret de Mola Mediz, por cierto en Guerrero en febrero de 1986.
Se cumplieron 33 años del asesinato perpetrado contra el entonces columnista más leído y temido de México, Manuel Buendía Tellezgirón que nació el 24 de mayo de 1926 en Zitácuaro, Michoacán, periodista de ocupación, escritor de varias obras de índole político-policiaca.
Su columna Red Privada la publicaba Excélsior del DF y era reproducida por 60 periódicos mexicanos.
A Manuel Buendía lo asesinaron el 30 de mayo de 1984 en el DF, Los principales temas sobre los que escribió durante 26 años en la columna Red Privada fueron la presencia de la CIA en México, la ultraderecha, el narcotráfico y la corrupción gubernamental.
Buendía estaba próximo a publicar un artículo sobre las conexiones del narcotráfico con políticos. En dos columnas anteriores Buendía hizo eco de una denuncia realizada por obispos católicos mexicanos, donde hacían notar la penetración del narcotráfico en las estructuras de poder en México.
Las versiones periodísticas del crimen, a modo de no disgustar al gobierno de Miguel de Lamadrid fueron abundantes, pero yo sostuve otra hipótesis, en parte diferente y, a principios de 1988, cuando Lamadrid creó una Fiscalía Especial para el caso, les brinqué al entonces procurador Renato Sales Gasque y al Capitán Miyazawa, ubicándoles a Zorrilla Pérez. El 7 de junio de ese año lanzó EDAMEX mi novela sobre el caso del periodista asesinado y las pistas seguras para atrapar a los asesinos.
Dejaron terminar el sexenio, pues dirigió las investigaciones el principio Zorrilla Pérez, a quien desde el 30 de mayo de 1984 mi jefe Abraham Polo Uscanga quiso detener como principal sospechoso.
Comenzando el sexenio de Carlos Salinas, el nuevo procurador Ignacio Morales Lechuga sí tomó en serio mi novelita; se especificaron los nombres disimulados y fue el 13 de junio de 1989 cuando por fin cayó preso Zorrilla Pérez.
Por la podredumbre en Gobernación y la DFS, el presidente de Lamadrid encargó a Don Pedro Vázquez Colmenares, que gobernaba Oaxaca, fusionar Investigaciones Políticas y la DFS que dejó Zorrilla Pérez pretendiendo una diputación. Nació así el DISEN, actualmente CISEN.
¿Cuál fue el móvil no revelado oficialmente? Manuel Buendía hizo amistad con Jack Anderson, el Pulitzer del Washington Post y ambos publicarían una lista de gente cercanísima al presidente que protegían narcos, ¡a menos que les dieran 500 millones de pesos de aquel entonces!
Zorrilla y la DFS mandaron parte de la cantidad a la oficina de Buendía para pescarlo junto con el periodista gringo, pero “algunos narcopolíticos” cooptaron a los agentes federales que mataron al columnista y escaparon con el dinero en motocicletas por Insurgentes. Los eliminaron a los pocos días y a fingir que investigaban, hasta que llegó de procurador Ignacio Rey Morales Lechuga.
Manuel Buendía se resbaló fatalmente por la ambición, pero el gremio lo fabricó de mártir, sirviendo de ícono para presionar al gobierno y desde entonces es el cuento de nunca acabar.