Alejandro Mendoza

 

Ser una persona progresista es practicar una doctrina de ideas progresivas, es decir, que avanza, favorece el avance o lo procura, de acuerdo con la Real Academia Española.

Evidentemente quien dice ser progresista no tiene el objetivo de establecer una concepción universalista de la humanidad, mediante la cual se trataría de dominar cada vez más la naturaleza a través del aumento de las capacidades productivas. No es una idea de evolución determinada de las sociedades hacia un destino común dictada por una élite dominante.

Ahora bien, aunque los conceptos progresistas se escuchan muy de moda, no cabe duda que el progresismo no es nada nuevo.

De acuerdo con la explicación en su página de internet de Espacio Progresista, esta idea, inspirada por fuentes humanistas, surge en Europa en respuesta al Antiguo Régimen autoritario. La filosofía progresista nace con los grandes pensadores de las Luces y durante el proceso revolucionario contra la monarquía absoluta.

En este escenario podemos entender que las ideas progresistas emergieron ante la ausencia de libertades individuales, en oposición a la represión de los gobiernos.

Esta concepción fue el resultado del desarrollo intelectual de una élite que consideraba como centrales los conceptos de igualdad, libertad y justicia. Esta visión dio como resultado la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, la cual reconoce una serie de derechos individuales y colectivos fundamentales, inherentes a los seres humanos.

No obstante, la filosofía progresista siguió evolucionando y avanzando a través la historia. Especialmente mediante el proceso de industrialización y el crecimiento de los centros urbanos, fundamentales para la difusión del conocimiento.

Esta visión del progresismo es más bien un progreso doctrinal equivocado y contrario a nuestras ideas. Históricamente ese tipo de progreso ha demostrado ser catalizador de los peores desastres y atrocidades humanas.

Al contrario, las ideas progresistas encuentran sustento en la posibilidad del desarrollo y de un porvenir mejor y más próspero que el presente. Liberarse, en cierto sentido, de un pesimismo resultado de acontecimientos efímeros que nos ciegan del pasado y nos impiden pensar en soluciones para el futuro.

No se trata tampoco de rechazar el pasado, ni negar totalmente nuestra condición presente. Tampoco se intenta fomentar una revolución armada o de involucrarse en una doctrina radical. El progresismo parte de una premisa fundamental: podríamos estar mejor.

Sin embargo, no se define por este pesimismo producto de una realidad en ocasiones abrumadora. Por el contrario, el progresismo pretende alimentar una reflexión y un debate público a través de la efervescencia intelectual y el intercambio ciudadano. De esta forma se convierte en un agente transformador, una herramienta para el optimismo. El progresismo es la creencia en el entendimiento inteligible e ilustrado del pasado para establecer y difundir un proyecto de sociedad para un porvenir mejor.

Entonces, el progresismo representa una forma específica de evolución reformista de la sociedad. Con el fin de mejorar el bienestar de la población, mediante la garantía y la promoción del Estado de derecho, y el fortalecimiento de la democracia social liberal. Así que el progresismo, como la democracia, es la lucha permanente hacia un horizonte. Un movimiento que siempre puede ir más allá de lo presente, más allá hacia un futuro mejor para todos.

Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz

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