Alejandro Mendoza Pastrana

 

Por la importancia actual de sus consideraciones, en virtud de la terrible situación social, política y económica por la que atraviesan nuestro país y nuestro querido estado Guerrero, quiero compartirles algunas reflexiones de Rafael del Águila plasmadas en su extenso artículo “De los males políticos”.

He tomado fragmentos textuales, otros más los parafraseo y además agregó un punto de vista personal.

Es cierto: El mal es ubicuo. El mal prolifera y lo hace sin sentido y sin orden. El mal es objeto de una expectación inusitada. Es noticia. La noticia.

O bien, quizás, lo son sus personificaciones, sus apariciones recurrentes. Todo el mundo lo retrata, lo expone, lo busca, lo rastrea. Hay una urgencia por verlo, por oír sus razones, por conocerlo. Acaso, en el fondo, lo veneramos sin saberlo. Vemos su mano feroz en las catástrofes, las guerras, la tortura, la crueldad, las epidemias, las hambrunas. En el asesinato, el terrorismo, la narcoviolencia, las mafias o las tiranías.

Es el caso que, debido a esta proliferación del mal en la realidad, la imagen y el concepto, en los medios de comunicación visuales o escritos, hay quienes creen que en nuestro nuevo planeta mediático y veloz por las redes sociales en internet, hemos perdido definitivamente nuestra sensibilidad al mal, que estamos encallecidos por su exceso.

Creo que esto no es verdad. Pero es cierto que el listón de lo que nos impresiona está cada vez más alto. En el siglo XVIII Voltaire o Kant (y muchos otros, por cierto) se mostraban anonadados por el terremoto que en 1755 destruyó la mitad de la ciudad de Lisboa. El temblor de tierra hizo temblar nada menos que a la Ilustración misma, a su optimismo, a sus teodiceas, a su convicción de poder domar el mal, a sus creencias sobre la providencia benigna y el progreso.

¡Feliz siglo aquel en el que ese escándalo lo produjo un terremoto! Tal cosa se devora a nuestro mundo en menos de un fin de semana y sus ecos son acallados por algún horror subsiguiente. Hoy necesitamos más que eso para hacernos siquiera volver la vista. Necesitamos, quizá, que el mal, la muerte de inocentes, sean causados por conocidos, familiares, vecinos, pero que  además sean inesperados, brutales, absurdos, estremecedores y, al mismo tiempo que ponga en riesgo nuestras propias vidas y la de nuestra familia.

Y aun con todo esto, se le tiene que sumar algo mucho más grave que tiene que ver con la falta de firmeza de aquellos ámbitos y poderes en los que se supone confiamos para nuestra protección, principalmente el gobierno y la policía.

Que señalen el sinsentido, la ausencia del gobierno, la insensibilidad humana y otras cuestiones como éstas, ya no es ni siquiera motivo de irritación o admiración. Las circunstancias parecen obligar a creer que únicamente tenemos ante nosotros tres alternativas: o bien Dios, o la razón, o el progreso no existen; o bien es un canalla con problemas psicológicos el que lo hace, o bien es un pobre hombre deshumanizado y de ahí nada pasa, nada sucede. Esto agota nuestras posibilidades y parece que el ser humano de hoy ésta anestesiado por el mal.

Pero hay más. Porque el mal se nos multiplica, es importante advertirlo, cuando se conecta con la política, con sus acciones y con sus omisiones, con su capacidad para cuidarnos, pero también para destruirnos. Y más se agrava cuando el mal hace alianza con el gobierno.

Combatir el mal con el bien. Combatir el mal con el mal. Actuar por convicciones o por consecuencias. El costo de la seguridad, de la libertad, el precio de vivir juntos, la imposibilidad de estar separados. Y la política y el gobierno en el centro de todas esas tensiones.

De estas cosas deben hablar los políticos, pero no lo hacen porque les interesan más sus intereses personales, de grupo o de partido.

En realidad deben dedicar un instante de reflexión, no a la crisis que está en marcha, sino a sus orígenes, a sus cimientos. Porque además de las catástrofes reales, la cantidad, la calidad y la variedad de los escenarios dedicados analizar los orígenes del mal y que además lo exploran desde las perspectivas más inimaginables, resulta totalmente sorprendente.

Ante un tema como éste, inabarcable y con conexiones múltiples, conviene escudriñar la relación entre el mal y la convivencia de la vida política. Sólo así se podrá restaurar el camino del bien y del bienestar común. En definitiva, la comprensión racional de este escenario nos obliga a considerar seriamente el origen de la violencia y la gran necesidad de orden, paz, convivencia, leyes y justicia.

Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz

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