* A Don Jesús Araujo Hernández
* “Mi vida ya no valía ni un peso”
* “Vengo a que me mientes la madre”
Jorge VALDEZ
–Un capitán del Ejército, del Batallón de Infantería, me dijo: ¿Es usted el tal Jesús Araujo?
–Sí, yo soy –respondió con esa voz grave, profunda, que cuando gritaba era más poderosa que cualquier arma.
–Lo vengo a arrestar. Acompáñenos por la buena o por la mala –le dijo el jefe militar. Lo sujetaron de los brazos los soldados y no hubo resistencia, ni violencia.
–Desde ese momento mi vida ya no valía ni un peso –recuerda Jesús Araujo Hernández, mirando al reportero de frente.
–Me llevaron al campo militar, luego vinieron interrogatorios. Aguanté todo. Si me hubiera quebrado –que es lo que querían, verme como un cobarde— ya estaría muerto desde aquel año de 1960.
Este pasaje de su vida como líder estudiantil del movimiento universitario fue recordado por Don Jesús Araujo Hernández, en una de las últimas visitas que hizo a la cafetería “La Covacha” en el zócalo de Chilpancingo. Su figura lucía desmejorada, muy delgado y su paso era con dificultad. Su voz ronca era la misma. Su orgullo fue lo último que perdió, al exhalar ayer.
En el gobierno del ingeniero Rubén Figueroa Figueroa (1975-1981), fungió como presidente magistrado del H. Tribunal Superior de Justicia. Una Colt, comander .45 milímetros, descansaba en su cajón derecho del escritorio. La vi una ocasión que me recibió en su oficina, mientras entablaba una conversación telefónica áspera, violenta, con el entonces procurador de Justicia, Carlos Ulises Acosta Víquez.
–¡Me lo vas a sostener ahorita mismo, hijo de la chingada! –le dijo y colgó de un golpe seco el auricular. Entonces enfundó la Colt a su cintura y enfiló al Palacio de Gobierno, al segundo piso. Estaba extremadamente encolerizado y daba enormes zancadas en su recorrido del edificio del TSJ a la sede del Poder Ejecutivo. Lo seguí a prudente distancia de 3 metros. Subió por las escaleras, no usó el elevador privado.
Llegó a la oficina de Acosta Víquez y había cuatro agentes de la Policía Judicial custodiando la puerta. No los miró y abrió violentamente.
–Vengo a que me vuelvas a mentar la madre de frente, como hombre.
–¡Jesús, qué vas a hacer! –gritó Carlos Ulises Acosta Víquez. Al momento que los judiciales sacaban armas y cortaban cartucho.
–Defiéndete, hijo de la chingada.
–¡Cálmate Jesús, por Dios! –volvía a gritar el procurador, balbuceando con nerviosismo al ver a aquel hombrón de 1.80 metros de estatura retándolo a un duelo a muerte. La puerta no se cerraba y todo era tensión y se esperaba una balacera irremediable como terrible.
Jesús Araujo era un hombre de armas tomar. Con un valor a toda prueba, que no toleraba pendejadas de nadie. Y sí, con su Colt Comander, calibre 45, iba a lavar con sangre una afrenta que le hizo Acosta Víquez.
Las secretarias comenzaron a gritar espantadas y a huir. Alguien cerró la puerta y quedaron solos adentro Araujo con Acosta. Nos empujaron los guardias hacia el vestíbulo de la oficina del gobernador. Llegó Bella Hernández Felizardo, jefa de prensa de RFF y los tranquilizó. El caso lo trató personalmente el ingeniero Figueroa Figueroa.
En 1979 me fui de Guerrero a Zacatecas. Regresé en 1981.
Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.
(Hoy martes a las 5 pm. Usted y yo hablaremos SIN MEDIAS TINTAS, por SIGA TV Chilpancingo y en Facebook live).