* En una amplia entrevista con El Sol de Chilpancingo, el académico revela que fue Jesús Ortega quien lo propuso para sustituir a Ángel Aguirre cuando éste solicitó licencia como gobernador
* Recuerda que su objetivo, al asumir el cargo, era devolver la gobernabilidad al estado en dos meses
Alondra García
A Rogelio Ortega Martínez le gustan tanto los libros, que tiene cerca de 30 mil y, asegura, los ha leído todos, o casi todos. En ellos, revela, encontró las respuestas cuando tuvo que hacer frente al capítulo más negro de la historia reciente de Guerrero: la crisis política y social que surgió tras la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.
El exgobernador interino concedió una entrevista exclusiva a El Sol de Chilpancingo. Nos recibió en su cubículo del Instituto Internacional de Estudios Políticos Avanzados (IIEPA), en Acapulco.
En el puerto, el sol hace arder la piel, mientras el calor y la humedad sofocan los cuerpos de todo aquel fuereño que se aventure a caminar sobre sus calles pavimentadas.
Ahí, entre las calles Tesoro Perdido y El Espanto, el exgobernador nos recibió con una gruesa camisa roja de manga larga y un pantalón de gabardina.
Se disculpó por las dos horas de retraso y nos abrió la puerta de su cubículo. Al entrar, el viento frío del aire acondicionado nos congeló la cara y entonces entendimos porqué Rogelio Ortega utiliza ropa invernal en Acapulco.
Tras el golpe de frío, un olor a libros nos invadió la nariz. Su cubículo huele a historias antiguas, a hojas viejas y humedecidas por el paso de los años. También se respira calma.
Los libros son tantos y tan variados que es difícil retirar la vista de ellos. Los estantes rodean el espacio del exgobernador como montañas e inundan el pequeño espacio.
Las obras completas de Lenin se desparraman en el primer nivel, rodeadas de libros de sociología, ciencia política, novelas y poesía.
Ortega Martínez se sentó al fondo, tras un pequeño pero elegante escritorio de madera, dispuesto para escuchar la lluvia de preguntas que se vendría.
-¿Cuántos libros tiene?
-Unos 30 mil, respondió orgulloso, con la sonrisa más amplia y alegre que le hayamos visto.
Se reconoce a sí mismo como un acumulador de libros y los tiene por todos lados.
“A donde quiera que voy tengo libros. Tengo libros en el auto, en el baño, en el buró. Tengo libros en el portafolio, en la bolsa, en la oficina”, precisa.
Varias figuras de metal y madera adornan un mueble detrás de Rogelio Ortega. Sin embargo, la más grande es la cerámica de Don Quijote de la Mancha, quien, por cierto, también está leyendo un libro.
“Es mi referente”, explica el académcio con una sonrisa y los ojos tan brillantes que pareciera un niño hablando de dulces.
Todo en él cambia cuando se trata de libros: su sonrisa se vuelve más amplia, su rostro más alegre, sus manos más expresivas.
Por ello, dice, siente miedo ante la posibilidad de que los libros desaparezcan a causa del desarrollo tecnológico.
“A mí me gusta disfrutarlos, ver cómo van envejeciendo. Me gusta el libro nuevo, me gusta cómo huele cuando sale de la imprenta. Y también me gustan los viejitos, cómo se vuelven amarillentos. Son mis tesoros”, comenta mientras toma un ejemplar de su escritorio y lo acerca a su rostro. Lo abre, lo huele, lo admira.
Después lo hojea y lo muestra. Varias de sus páginas están subrayadas. “Es un libro vivo”, dice.
Cuando habla de libros, ni la espesa barba es capaz de ocultar la sonrisa de su rostro. No hay duda, si Miguel de Cervantes Saavedra lo hubiera conocido, seguro pensaría que Don Quijote de la Mancha cobró vida en la época actual.
“Él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio”, escribió el autor en el primer capítulo de su más grande obra.
Y así, justo así, es Rogelio Ortega Martínez.
Además, es lo que hace mejor: leer y vivir.
Nunca aprendió a bailar y le genera tanto miedo que lo inviten a hacerlo en las fiestas, que incluso lo reconoce como su más grande terror.
“Tengo miedo al fracaso”, dice, “a no hacer las cosas bien”.
Dice que cuando ve a las parejas en las fiestas, bailando de vueltitas con agilidad y sincronía, se convence de que eso no es lo suyo.
Además, recuerda de niño no tuvo la oportunidad de ser intrépido. Era “hijo de abuela” y vivía bajo reglas muy estrictas.
“No me dejaba salir a jugar con mis primos, era sólo escuela y estudio”, recuerda.
En cambio, explica que su abuelo le narraba cuentos, historias fantásticas antes de dormir. Él pensaba que eran de su imaginario, pero años después las reencontró en los miles de libros que pasaron por sus manos.
“Desde la primaria comencé a ser un asiduo lector. Recuerdo que en quinto año ya había terminado de leer ‘Las mil y una noches’ y luego a Homero, sus dos obras clásicas: ‘La Iliada’ y ‘La Odisea’. Luego vino ‘El Quijote’”, relata.
Ese último, Don Quijote de la Mancha, se convirtió en su libro favorito y si fuera necesario, dice, se lo aprendería de memoria.
Sus poetas latinoamericanos favoritos son Pablo Neruda, César Vallejo, Octavio Paz y Efraín Huerta. De los españoles, Federico García Lorca.
Cuando se trata de novela, su autor preferido es Miguel de Cervantes Saavedra, seguido por Homero, Juan Rulfo y Gabriel García Márquez, en ese orden. También le gustan las obras clásicas y la literatura latinoamericana.
De la cátedra a gobernar Guerrero
Después de unos minutos cambiamos de tema. Llegó la hora de hablar de Guerrero, de su gobierno y de las crisis que afrontó. Aunque la sonrisa desapareció de su rostro, el exgobernador se mostró sereno.
-¿Cómo llegaste a la gubernatura tras la solicitud de licencia de Ángel Aguirre?, ¿por qué tú?
-El primer nombre que se manejó fue el de Beatriz Mojica, era la secretaria de Desarrollo Social, representativa de una de las corrientes más significativas al interior del PRD, la de Nueva Izquierda, una mujer talentosa y empezó a manejarse en redes que ella sería quien sustituiría al licenciado Ángel Aguirre. Pero algo pasó ahí y se detuvo esa posibilidad. Se manejaron otros nombres entre los que aparecía el doctor Javier Saldaña (entonces rector de la UAGro), el maestro Florentino Cruz, el doctor Rafael Aréstegui. Quizás eligieron al nombre más aislado y más modesto para no complicarse la existencia… y me tocó a mí. Quizá mis amigos, que los tengo en el PRD, se fijaron en mi persona como la posibilidad de construir los consensos necesarios y la posibilidad de gobernar guerrero en tiempos de crisis. Para poner a prueba a un académico a la hora de gobernar.
-¿Quién lo propuso?
-Creo que quien tenía una ponderación significativa de mi persona, porque habíamos venido trabajando juntos en un proyecto muy significativo de demócratas de izquierda, fue Jesús Ortega. Creo que, en honor a la verdad, es quien yo pienso que pudo haber hecho la sugerencia, que seguramente también fue apoyada por el licenciado Ángel Aguirre.
Además, dijo, hubo que construir consensos con otros líderes al interior del PRD y con los partidos aliados en el Congreso local, “y así se hizo”.
-¿En algún momento le pasaron factura?
-No, afortunadamente no. Durante el gobierno con quien más me reuní fue con Jesús Ortega y jamás, jamás, ni siquiera me hizo la recomendación para que alguien ocupara un cargo en el gobierno. Se portó de lo más decente y a la altura de lo que yo considero que es un gran líder político y un gran intelectual orgánico.
El exgobernador recuerda que el día que tomó protesta en el Congreso local hubo movilizaciones con actos violentos.
“Cuando escuchamos las consignas, el edificio comenzó a cimbrarse nada más por la magnitud de las pisadas de quienes marchaban y se aproximaban a él. Había un ambiente de nerviosismo. No sé si fue mi imaginación, pero sentía que hasta las tazas de café vibraban y todos decían ‘ya vienen para acá, hay que terminar esto rápido’, pero yo les dije que había que continuar. Esperaba que no sucediera nada, es decir, que no llegaran a interrumpir el evento o boicotearlo y a tomar otra vez el Congreso. Afortunadamente pasaron de largo y yo sentí que fue como una señal, que dijeron: ‘le vamos a dar el beneficio de la duda’. Para mí eso fue muy importante”, recuerda.
-¿Qué se encontró al llegar al poder?
Al escuchar la pregunta, Rogelio Ortega dirigió sus ojos hacia el fotógrafo Miguel Ángel Morán, quien se encontraba de pie al fondo del cubículo.
“Cuando uno enfoca y esto lo conoce bien el fotógrafo, debe saber qué lente utilizar para la foto que quiere lograr. Si quiere un panorama general, debe utilizar un lente gran angular. En Guerrero no había condiciones para usar un lente gran angular, porque el periodo era muy breve para gobernar y la crisis era muy aguda, entonces teníamos que trabajar con un lente de enfoque con precisión, con un lente que capta la imagen precisa del conflicto y ese era el foco de la atención, el conflicto”, explicó.
El ex gobernador confesó que al aceptar el cargo solamente trazó “un objetivo de dos meses”, porque “no estaba pensando en un gobierno de un año, no tenía ni condiciones para plantearme eso, yo solamente me tracé eso, dije: en dos meses yo resuelvo el problema de la gobernabilidad con grandes acuerdos con los actores movilizados para que frenaran la violencia, pero sobre todo, para que se pudiera realizar en paz el periodo vacacional de diciembre en Acapulco”.
Ortega Martínez recordó que al día siguiente de su toma de protesta, el presidente Enrique Peña Nieto lo recibió en Los Pinos, en una reunión de poco más de dos horas.
Ahí, dijo, le planteó que si para diciembre no tenía resuelto el problema, daría por terminado su gobierno, pues habría significado un fracaso.
-¿Qué más platicaron con Peña?
-Le dije al presidente que necesitaría de su apoyo, que necesitaría el apoyo del gobierno federal. Sin el apoyo de la Federación sería muy complicado sacar a Guerrero de la crisis y restablecer la gobernabilidad democrática.
Tras la reunión que se desarrolló a puerta cerrada, el nuevo gobernador y el presidente Enrique Peña Nieto salieron juntos a dar una conferencia de prensa.
“Eso normalmente no sucede. Dicen que es un trato que se les da a los jefes de Estado. De esa magnitud era la crisis que seguía en Guerrero y de esa magnitud fue el interés que el presidente le puso a mi llegada y a la necesidad de atender juntos la problemática y le expuse a detalle cuál era mi estrategia, dónde veía yo que radicaba la conflictividad y las rutas institucionales para resolver los grandes desafíos”, señala.
Uno de los principales desafíos, dijo, era salvar la economía de Guerrero con los grandes eventos programados para Acapulco, como el Tianguis Turístico, la Convención Bancaria, el Abierto de Tenis y un certamen internacional de tiro al blanco.
Había que salvaguardar a Acapulco y a los demás destinos turísticos del Triángulo del Sol y para ello había que cuidar las autopistas.
Pero lo principal en esta estrategia, dijo, era hacerlo “sin encarcelados, sin muertos, sin desaparecidos y sin represión por parte del gobierno del estado”.
-¿El presidente Peña mantuvo su apoyo durante todo tu mandato?
-Sí, el presidente siempre fue amable, atento, diligente en mis peticiones y nos visitó en seis ocasiones en Guerrero, estuvimos en distintos lugares. Nos distinguió con la celebración de su cumpleaños en Tlapa, nos distinguió con el arranque del ciclo escolar en una secundaria del municipio de Coyuca de Benítez, siempre lo sentí atento, diligente, en un mar de atenciones de toda índole que le correspondió realizar, pero conmigo siempre sumamente cordial”.
-¿Qué significa para ti haber sido gobernador de guerrero?
-En primer lugar un privilegio, quien ha militado en la izquierda y quien ha estudiado la política llegar a gobernar su entidad federativa hay que considerarlo como un privilegio, como una bendición, como una gran oportunidad donde se ponen a prueba una gran cantidad de situaciones, desde el carácter, la templanza, la capacidad de tomar decisiones aun equivocándose si es necesario tomarlas, guardar sensatez, prudencia y sobre todo algo muy importante, no despegarse del piso, no marearse en las alturas y guardar la humildad, la sencillez. Demostrar que se podía gobernar de manera diferente, aún en una situación de crisis, a ras de piso, como lo hicimos. Estoy satisfecho de haber servido a la patria chica en un momento difícil.
-¿Se hizo rico?
-Yo creo que salí con un poquito menos, antes ganaba más. Me impuse en el gobierno el mismo salario que ganaba como profesor universitario, pero se me redujo ahora porque antes era funcionario, era el segundo en la universidad, el secretario general y entonces tenía derecho a una compensación, auto, chofer y viáticos. Ahora no los tengo.
Y reveló que aunque tuvo la oportunidad de regresar a su puesto como secretario general de la UAGro cuando dejó la gubernatura, no lo hizo porque no consideró que fuera prudente.
En cambio, decidió tomarse “un año sabático para un proyecto de investigación sobre violencia política que hacía mucho tiempo venía postergando”, el cual requería una estancia en tres instituciones de su interés, entre ellas la Universidad Complutense de Madrid y Harvard.
-¿Ser buen académico es garantía para ser buen político?
-Yo creo que se puede ser muy buen político siendo buen académico. Lo digo categóricamente, a mí me sirvió mucho la sociología y la ciencia política, sobre todo para la etapa gubernativa. Cuando sesionaba el gabinete de seguridad siempre recomendaba a mis autores de cabecera para el tema de estrategia y táctica, como el cásico ‘El Arte de la Guerra’, de Sun Tzu, que es de filosofía. Yo imaginaba qué estaría pensando en este momento Sun Tzu para encarar con éxito el desafío que tenemos allá afuera. Entonces, particularmente los militares que lo han estudiado a profundidad, se volteaban a ver entre ellos y decían que estábamos hablando en el mismo lenguaje.
Y así, dijo, analizaban todos los días como resolver la crisis social de Guerrero sin intervención de la fuerza pública, sin encarcelados, sin detenidos, sin torturados y sin represión.
“El tema de la gobernabilidad fue el que más me ocupó y lo atendía personalmente, con un equipo de compañeros que siempre estuvieron allí, ayudándome y a quienes yo les reconozco y les aprecio mucho, porque son los que no aparecen en la foto, pero los que me acompañaron a veces hasta 18 o 22 horas diarias de trabajo para poder construir gobernabilidad en Guerrero”. (Continuará)