* Salvador Rangel, encargado de la Diócesis Chilpancingo-Chilapa, narra a El Sol de Chilpancingo su experiencia personal, desde los horrores de la guerra en Palestina, a la violencia extrema que generan los grupos delictivos en Guerrero
* En la sierra, donde se produce el 43 por ciento de la heroína blanca que se comercializa en el extranjero, desde chiquitos los niños participan en el cultivo y el rayado de la amapola, asegura el jerarca católico
ALONDRA GARCÍA
A sus 70 años, el obispo Salvador Rangel Mendoza ha visto de todo: pobreza, marginación, drogas, el miedo en los ojos de los hombres, la violencia en su máxima expresión y el terror e incertidumbre de morir víctima de ella.
Sin embargo, el clérigo sonríe todo el tiempo.
El obispo de la Diócesis Chilpancingo-Chilapa concedió una entrevista a El Sol de Chilpancingo en la sala de la casa obispal.
Monseñor se presentó con el hábito café de los frailes franciscanos. Saludó cordial, cariñoso. Incluso se mostró bromista y alegre.
Así, entre risas, narró un capítulo de su vida que es conocido por pocos: cómo llegó de la guerra en Palestina a la guerra del narcotráfico en el estado de Guerrero.
El obispo sabe de conflictos armados. En 1993 lo enviaron como colaborador en la Custodia de Tierra Santa, en Palestina, donde permaneció hasta 1997.
En esos cuatro años, presenció la rebelión de los palestinos en Cisjordania y la Franja de Gaza contra Israel.
“Me tocaron tres bombazos en Jerusalén, muy cerca. Me tocó una guerra de helicópteros en el norte de Israel, donde colinda con Siria y con el Líbano. Vi cómo explotan las minas personales, es algo terrible y cómo maltratan mucho a los palestinos. Mi labor fue ahí también. San Francisco fue el primero que estuvo en Tierra Santa y la llamó La Perla de las Misiones, y nos pidió que nunca la abandonáramos, por eso tenemos frailes allá trabajando. Es una gran satisfacción estar en la tierra de Jesús, de María, de los apóstoles”, recuerda Rangel Mendoza.
Y ahí, el ahora obispo aplicó la recomendación de San Francisco de Asís: El apostolado de la simple presencia. En un escenario de guerra y conflictos políticos y religiosos, el simple andar de los frailes por la calle reconforta a la población.
Considera que su experiencia en zonas de conflicto fue el motivo por el que el Papa Francisco lo nombró obispo de la Diócesis Chilpancingo-Chilapa, el 20 de junio de 2015.
“El papa me pidió que viniera a Guerrero y después de los acontecimientos de Iguala, el estado se puso en el ojo del huracán, en la ventana del mundo. El nuncio apostólico y el padre Francisco pensaron mucho a quién iban a mandar a Chilpancingo dada la situación y cuando me llamaron simplemente dije sí. Si ustedes creen que yo puedo hacer una labor ahí, mándenme”, recuerda Rangel.
Y así fue como llegó a Guerrero, donde encontró una guerra distinta a la de Palestina, pero igual de mortífera: la del narcotráfico y el crimen organizado.
Sin embargo, Rangel Mendoza decidió hacer algo por abonar a la paz: visitar las zonas de siembra de enervantes y sentarse a platicar con la delincuencia organizada.
En un año y tres meses, el obispo presume de ser el único en la historia de la Diócesis que visita las parroquias de la sierra. Allá en los pueblos más altos de Guerrero, donde operan los cárteles del narcotráfico y la población se dedica a la siembra de cultivos ilícitos.
“He visitado lugares en los que nunca se había parado un obispo”, presume monseñor. “Quiero estar cerca de la gente”.
De acuerdo con la estadística presentada por el obispo, la sierra de Guerrero produce el 43 por ciento de la heroína blanca que se comercializa en el extranjero, “la más buscada” por los adictos, dice.
“Esos pueblos tienen el estigma de amapoleros, pero la sierra es de los lugares más pobres. Yo les llamo simplemente campesinos”, señala Rangel Mendoza.
Explica que sus visitas a la sierra son meramente amistosas: “Yo voy a ofrecerles mi amistad, el Evangelio, los sacramentos. El papa Francisco ha hablado mucho de ir a las periferias existenciales y en esas tierras nunca se había parado un obispo. Yo los considero mis amigos”.
Son zonas en las que operan cárteles como Los Rojos, La Familia Michoacana, Los Guerreros Unidos, Los Ardillos y más recientemente Los Viagras.
Considera que “es gente que necesita el apoyo, la presencia del obispo” y reconoce que “los sacerdotes hacen una labor magnífica” en contribuir a la pacificación de estas zonas.
Incluso reveló un secreto: “Allá en la sierra, entre Tlacotepec, Los Hoyos, Pueblo Viejo, había tres grupos distintos de narcotraficantes. Al principio combatían entre ellos y un buen sacerdote les dijo: ‘¿Por qué pelean?, mejor únanse, defiéndanse’. Y ahora la sierra está tranquila”.
En varias ocasiones, el obispo de la Diócesis Chilpancingo-Chilapa ha pedido a las autoridades la instalación de una mesa de diálogo con la delincuencia e incluso se ofreció a participar como mediador.
Insiste en que un pacto de paz no sólo es la mejor, sino la única vía para terminar con la violencia en Guerrero.
“Como sacerdote, fraile, obispo, considero que el mejor camino es el diálogo, el acercamiento de las partes, porque el gobierno, como gobierno, nunca va a lograr la paz”, argumenta.
—¿Por qué negociar con la delincuencia?
—Los malos también tienen sus razones y valdría la pena escucharlos, estar con ellos, saber cuál es su ira, su coraje, sus necesidades, ir creando un ambiente de diálogo, de confianza. Colombia platicó con sus guerrilleros, Cuba platicó con Estados Unidos. Los enemigos deben verse la cara. Si no nos acercamos a la gente mala no se va a lograr la paz.
—Pero las autoridades consideran que la legalidad no puede negociar con la ilegalidad.
—Muchos dicen ‘yo no puedo dialogar con los maleantes’, pero ¿quiénes son más malos?, ¿los malos-malos o los que se dicen buenos?, ¿acaso la clase política será la mejor? Hagamos una encuesta social y a ver qué resulta.
—¿Usted ya se acercó a la delincuencia?
—Una línea muy importante es la del diálogo y yo ya tengo un camino, ando dialogando y no precisamente con la gente buena para la sociedad. Yo subo a la sierra con mucha tranquilidad porque he hablado con aquellas personas (dice en referencia a los líderes de los grupos delictivos). En el oriente del estado me puedo mover fruto de ese diálogo. Me faltan dos puntos a los que no he podido llegar. Esa es la intención, no lo puedo manifestar ahora, pero he tenido varias reuniones (con los grupos criminales) en ese sentido de dialogar. Incluso en el problema de Ocotito y Petaquillas (donde se enfrentaron dos grupos de policías comunitarias). Voy a hablar también con los (comunitarios) de Tierra Colorada. Ese es el camino, como decía San Francisco de Asís: Señor, hazme instrumento de tu paz”.
—¿Por qué ha escalado tanto la violencia?, ¿en qué momento llegamos a estos espectáculos dantescos, macabros, de seres humanos descuartizados?
—En la persona, en el hombre, siempre hay cabida para el bien y para el mal. Cuando a una persona, cuando a un niño en una familia se le maltrata, no se le ama, se le discrimina, entonces se va creando un monstruo, ¡y esta gente ha sido tan maltratada!
Añade que un ejemplo claro “es la localidad serrana de Balsamar, ubicada delante de Filo de Caballo, poco después de El Carrizal”.
“El pueblo quedó semidestruido desde los huracanes Ingrid y Manuel (septiembre de 2013) y hasta ahorita nadie les ha ido a dar la mano. El sacerdote que trabaja allá, Juan Carlos, ha venido a Chilpancingo, ha ido a México, pero ese pueblo tiene coraje contra las instituciones porque no han alcanzado nada de los beneficios. ¡Tanto golpean a la gente de distintas maneras que el hombre se hace rebelde, se vuelve contra las instituciones y contra la sociedad!”, expone el obispo Salvador Rangel.
Incluso señala que en la sierra “la gente vive aislada, como si fuera apestada o viviera en guetos o corrales”, porque en la ciudad no son bien vistos.
—¿Qué es lo que más le ha impactado en esa labor?
—Tantos niños que se dedican a recolectar la goma de la amapola, eso les mancha las manos, se les ponen negras, les tumba las uñas y viven aislados por temor a que los descubran, viven en la sierra y ni siquiera conocen Chilpancingo. La gente está encerrada allá y su delito es dedicarse al único trabajo que tienen. ¡Eso me ha impactado tanto!
Otra situación que lo impactó, dice, es que los niños de la sierra crean conciencia de comunidad. “Desde chiquitos los mandan a llevar la comida a los que esta cultivado la amapola en el campo o incluso trabajan de halconcitos, están en los cerros observando quién va o quién viene”, explica el obispo.
Menciona que cuando ha hablado con los niños, éstos le han hecho comentarios que lo dejan perplejo.
“Me dicen: ‘De nosotros depende la comunidad’. Tienen esa conciencia de que tienen que hacer bien su trabajo. Es una sociedad distinta a la nuestra, desde pequeñitos los meten a rayar amapola y es un mundo distinto”, precisa.
—Entonces, ¿cuál es la solución?
—Si ni el gobierno ni la sociedad estamos de acuerdo en que siembren amapola, entonces démosle a esta gente otra oportunidad. Desgraciadamente la gente que se dedica al cultivo de la amapola ha conseguido dinero fácil. Lo difícil de un pobre es ganar dinero fácil y difícilmente se le va a quitar esa costumbre.
—¿Cómo explica que llegáramos a la situación de crisis que se vive en Guerrero?
—El rezago social, las deficiencias en la educación, falta de oportunidades que no han tenido estas gentes, que no cuentan con una verdadera infraestructura, la falta de oportunidades para estudiar. No es algo reciente, tiene un origen. También las muchas autoridades corruptas que se han tenido y claro, yo digo que actualmente Guerrero está en manos del narcotráfico. No sólo lucran los narcotraficantes, también lucran los malos políticos, la gente de la sociedad, los transportistas. Es un problema serio lo que estamos viviendo.
Ante este escenario de crisis, el obispo Rangel Mendoza, señala que la Iglesia enfrenta varios retos de tipo pastoral como unificar al clero, llevar una “auténtica evangelización a las personas”, estar cerca de las familias, atender a los jóvenes, crear mecanismos para conocer la palabra de Dios, la catequesis con procesos o catequesis escolarizada.
Uno de los objetivos más importantes, dice, es “trabajar en favor de la paz con misericordia”, lo cual, explica, es fundamental para tener “un México más justo, reconciliado y en paz”.
Pero principalmente, la “evangelización con alegría”, para que las personas “vean otro rostro de la iglesia, de los laicos, las monjitas, los sacerdotes, incluyendo al obispo”, para hacer lo que recomendó el Papa Francisco, “ir a las periferias y llevar la misericordia de Dios”.
Vocación de sacerdote
Salvador Rangel Mendoza nació el 23 de abril de 1946 en Tepalcatepec, en la Tierra Caliente de Michoacán.
“Es un pueblo agricultor de melón, de limón, aunque en los últimos años se han puesto a sembrar otras cosas”, dice en referencia al cultivo de narcóticos y termina la expresión con una sonrisa pícara, como la de un niño cuando sabe que dijo algo malo.
La tierra del obispo es la misma en la que José Manuel Mireles comenzó el movimiento de autodefensa contra el cártel de Los Caballeros Templarios. Ahí, donde los narcos vieron en el cultivo de limón la oportunidad de cobrar cuotas y hacer dinero.
Pero Rangel Mendoza no vivió ese drama. Siendo muy pequeño, sus padres lo llevaron a Guadalajara.
“Fui un niño prestado, regalado”, bromea el obispo, ya que debido a la movilidad de sus padres pasó su infancia en casas ajenas.
Recuerda que en 1947, cuando tenía un año de edad, le picó un alacrán en la casa de una comadre de su mamá. En aquél entonces no había penicilina ni medicamentos a la mano. Así que le golpearon los dientitos con una cuchara y le dieron manteca. Le salvaron la vida con el mismo remedio que utilizaban para curar a los cerdos.
—¿En qué momento sentiste la convicción de volverte sacerdote?
—Mi convicción nació cuando yo era acólito (monaguillo) en Coalcomán, Michoacán. Un día, un padre llamado Francisco nos preguntó qué queríamos ser de mayores y yo levanté la mano y dije que quería ser sacerdote. Me gustaba esa forma de vida. Por cierto, era Navidad, recuerda.
Y así, a los 15 años ingresó al Seminario Menor de la Confraternidad de los Operarios del Reino de Cristo y luego, en la Orden de los Frailes Menores Franciscanos de la Provincia de San Pedro y San Pablo, en Michoacán.
“Hice mi teología en El Paso, Texas. Iba a hacer apostolado a Ciudad Juárez y veía la miseria de los migrantes, cómo sufría la gente. Eso me motivó muchísimo y pensé que yo podía hacer algo en favor de ellos”, explica el obispo.
Rangel Mendoza se ordenó sacerdote el 29 de junio de 1974 por manos de Monseñor Victorino Álvarez Tena, obispo de Celaya.
“Realicé en mi periodo de sacerdote una gran labor social en el estado de Guanajuato, en Acámbaro y Chupícuaro. Teníamos que trabajar a favor de la gente y me metí mucho al futbol. Así fui atrayendo a los muchachos para apartarlos del vicio, de la drogadicción, para ayudarlos en ese sentido social”, recuerda Rangel Mendoza.
En Acámbaro abrió el taller de cerámica de alta temperatura La Soledad, ayudó a construir canchas de futbol, a meter drenaje, agua potable, a pavimentar varias calles y a construir otra iglesia. “Sin descuidar la evangelización”, aclara monseñor.
Por esa razón, una calle y un estadio de futbol llevan su nombre en Acámbaro. También en Chupícuaro una calle se llama Salvador Rangel Mendoza. Además, el Congreso de Guanajuato le otorgó la medalla Miguel Hidalgo, por el servicio social que realizó en favor del pueblo y la sociedad Los Caballeros de Colón le entregó otro reconocimiento en Tijuana.
Fue Vicario Foráneo y Definidor Provincial por tres períodos, así como Decano en la Arquidiócesis de Morelia (1984-1987) y párroco en San Francisco de Acámbaro (1987-1993).
De 1993 a 1997 estuvo como colaborador en la Custodia de Tierra Santa, en Palestina. Otra experiencia que marcó su vida, dice, fueron los seis años que estuvo como ecónomo y administrador del Colegio Internacional Antonianum en Roma (1999-2005). Ahí conoció en persona al entonces papa Juan Pablo Segundo.
“Tuve la oportunidad de platicar con él en cuatro ocasiones. Le hice una broma una vez, celebré muchas eucaristías con él. Es algo que marcó mi vida, Roma y la Tierra Santa”, comenta. Sin embargo, tenía la preocupación de regresar a México a tiempo.
“Antes que se me haga tarde, que se me haga noche, quería dar lo último de mi vida a México”, recuerda. Y así fue. Volvió a Morelia, Michoacán, como Vicario Episcopal y poco después el Papa Benedicto XVI lo nombró obispo de Huejutla, Hidalgo, el 12 de marzo de 2009 y permaneció ahí durante poco más de siete años.