Isidro Bautista
Héctor Astudillo llega hoy al primer año de un gobierno que ha tenido que lidiar con el Guerrero más bronco que se ha visto en toda la historia política del estado.
Si cuando René Juárez Cisneros gobernó en el sexenio 1999-2005, como él lo decía, Guerrero no era Disneylandia, hoy menos.
En aquel entonces no existía el crimen organizado con las dimensiones de ahora, ni una indignación y un repudio que ha tenido hasta en llamas al estado, por la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.
Los gobernantes no se tronaban los dedos por el quebranto financiero acumulado vergonzosamente desde un sexenio anterior al del hoy subsecretario de Gobernación, porque sencillamente no pasaba a mayores, y que finalmente le fue entregado al actual gobernador por casi 20 mil millones de pesos.
Entonces los gobernadores se daban el lujo de dar plazas laborales al por mayor, sobre todo en el sector educativo, hasta sin techo presupuestal, y de despedir al trabajador que se le pusiera enfrente, a tal grado que le han heredado al actual gobernador laudos millonarios, que nunca pagaron; es más, que nunca atendieron.
Había una manifestación de protesta, y se daban el lujo de callarla con dinero; de ahí, el término de ‘lucradores sociales’ dado a ciertos luchadores sociales, y que estuvieron años y años hasta en nómina.
Como dijo Peña Nieto, ya como presidente, había gobernadores que se llevaban “nadando de a muertito”. Por eso pasó la barbarie en Iguala con los estudiantes de Ayotzinapa.
A Héctor Astudillo, según el dicho popular, le ha tocado bailar con la más fea. Rogelio Ortega Martínez, como gobernador, tuvo enfrente una situación semejante, pero era de aquellos que se la llevaron “nadando de a muertito”.
Habrá que reconocer el hecho de que Astudillo no ha sido un gobernador cruzado de brazos. La sociedad lo percibe como un gobernante no sólo preocupado, desde que era incluso candidato postulado a ese cargo, sino esforzado, tesonero, entregado.
Fue elegido para seis años. Va apenas con el primero.
Este primer año ha sido como para agarrar bien el timón, ante tantísimas tempestades, o como para sujetarse a todo lo que dé del pretal del toro más bronco que le dejaron. Ha sido un primer año para reacomodarse, para acoplarse pues.
Es un año también para voltear a ver a su gabinete, de hacer cambios donde no hubo los resultados esperados y, así, todos a remar al mismo tiempo, aunque correspondan a grupos políticos diferentes, pero con un mismo capitán del barco.
Es un año donde tantísimos problemas, como la violencia, no permiten distinguir con precisión los esfuerzos realizados. Las protestas originadas por una reforma educativa, que él no promulgó, y el hecho suscitado con los normalistas en Iguala, que él tampoco provocó, han sido también uno de esos problemas, en los que, desde luego, no ha estado al margen de la búsqueda de solución.
No ha habido en este año un gobernante echando culpas, o con lamentos y lamentos del Guerrero que encontró. Ya sabía de la situación en la que lo recibiría, pero también sabía de su capacidad para afrontarla.
Y le viene otro reparo en 2017: el recorte presupuestal.
Por lo pronto, pasa la prueba de un año, en el que muchos seguramente no quisieron haber estado parados en sus zapatos, frente a un Guerrero que parece ser, como aquí lo hemos señalado, un campo minado.
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