Fidel, el pordiosero
Por Chanssonier
Hace ya muchos años que en esta ciudad, hubo una serie de menesterosos quienes deambulaban por las calles en busca de la caridad pública, la que por lo general les era entregada. Si sus estómagos estaban hambrientos por una dieta forzada, no dudaban dos veces para obtener lo que deseaban. Posiblemente el más conocido de todos ellos haya sido Fidel, El Sobrino un hombre de baja estatura a quien siempre se le miraba contento, a pesar de la pobreza en la que se desenvolvía.
Originario del cercano poblado de Mochitlán, vivía aquí en un terreno ubicado en la calle 18 de Marzo, lindando con la barranca de Apancingo que entonces corría a cielo abierto. Jamás se le conoció pareja alguna, por lo cual tanto por las mañanas como por las noches, tenía que preparar un café, el que debía acompañándolo de pan que le era obsequiado.
De manera permanente llevaba puesta una chaqueta, con un pantalón desgastado por el uso. Al llegar a un domicilio para solicitar la caridad, invariablemente invocaba a un santo, recibiendo como respuesta que Dios te acompañe; enseguida de manera festiva agregaba, tienes una camisa morada, un pantalón morado, tus cabellos son morados, terminando el monólogo con una discreta risa.
Las limosnas que le eran entregadas, generalmente comida, las introducía a un tenate que llevaba al hombro; al llegar a su humilde morada vaciaba el contenido de su recipiente, para dárselos a cerdos y aves de corral que criaba. Por muchos años Fidel, el Sobrino, saludaba a todos diciéndoles santo tío.
Un día desapareció del panorama chilpancingueño. Unos dicen quiso morir en Mochitlán, su tierra; otros aseguran está sepultado aquí, porque así lo dispuso el ayuntamiento.
Doña Tonchi, la frutera
Durante varias décadas doña Tonchi, cuyos apellidos jamás conocí, atendió un puesto de frutas del tiempo, el que instaló en el jardín “Cuéllar” frente al hotel Treppiedi, teniendo como clientes cautivos a pasajeros de la línea “Estrella de Oro”, que en ese lugar tenía su terminal. Cuando el amor llegó a su puerta lo recibió ilusionada, teniendo una pareja que al conocer sería padre la abandonó a su suerte, al igual que al fruto de amores.
Al niño le fue puesto en la pila bautismal el nombre de José, quien por sus malas compañías desde la adolescencia se aferró al destructivo vicio del alcohol, el cual acabo con su vida.
A pesar del duro golpe recibido por la muerte de su vástago, doña Tonchi no flaqueo en sus quehaceres, llevando a la tumba del hijo amado preciosos ramos de flores.
Durante 35 años me ausenté de Chilpancingo; cuando regresé era una ciudad distinta. Unos días después de mi llegada fui a la iglesia de la Asunción para escuchar una misa.
Sentada en la puerta sur del sacro lugar, allí estaba doña Tonchi implorando la caridad pública; al mirarla de manera instintiva saque un billete del pantalón, el cual deposite en las temblorosas manos de la anciana, devolviéndome una amarga sonrisa.
Doña Tonchi, la frutera, murió hace muchos años; gente generosa costeó su sepelio para no ser enterrada en una fosa común. En nuestro medio puede decirse fue un ícono.