David Alejandro Delgado
Puede parecer algo de una gran obviedad pero el Civismo significa el “Comportamiento de la persona que cumple con sus deberes de ciudadano, respeta las leyes y contribuye así al funcionamiento correcto de la sociedad y al bienestar de los demás miembros de la comunidad”. Asimismo, el Ciudadano no se entiende sin la Ciudad, de tal manera que los procesos de urbanización, son al mismo tiempo, procesos de ciudadanización. No por demeritar al mundo rural, sino porque la concentración de personas en una misma área, implica el fortalecimiento de las reglas de convivencia, debido a que la interacción es más intensa.
De tal manera que la Educación Cívica de la Participación Ciudadana, no sólo debe ser un asunto de Derechos, sino también de deberes. De lo contrario, la intensa interacción de los ciudadanos en una misma área, puede tornarse caótica, o peor aún, conflictiva.
En la misma lógica, la participación ciudadana que es un prerrequisito de la democracia, no es sólo votar, menos aún salir a las calles a protestar, sino que también implica una educación cívica para realizarlo de manera armónica con el resto de sus semejantes.
Como derechos humanos fundamentales todos los ciudadanos debemos tener los derechos a la libertad de expresión, de opinión y de asociación, entre otros; pero si sólo existieran los derechos sin tener en cuentas los deberes ante la sociedad, estaremos construyendo una Ciudad del Libertinaje.
Matar al semejante como un derecho a la Libertad de Expresión o a la Justicia por propia mano es lo más absurdo que puede existir, pero en la misma medida podríamos considerar, el Robar, el Destruir o Dañar Patrimonio Privado o Público, o limitar el Libre tránsito.
El Síndrome de Tlatelolco, como podría un servidor denominar al fenómeno histórico que ha estado presente en nuestra memoria histórica y colectiva, por la masacre de estudiantes en la Plaza de Tlatelolco en 1968, y que inició una de las luchas más relevantes de nuestra historia reciente por los derechos, parece no hacer caso a los deberes que se tienen para vivir en la Comunidad.
Preocupa en estos momentos de la República, que el derecho a la vida pueda convertirse en una moneda de cambio o en un medio para alcanzar un fin superior; en un Estado de Derecho el fin no justifica los Medios. La defensa de la vida debe ser el más alto valor ético en cualquier sociedad.
También preocupa que grupos con demandas, pretendan obligar a todos a creer en ellos, como si fuera un dogma de fe. Parece que se olvidan que el derecho a disentir es un valor intrínseco a la democracia. Estar en desacuerdo, pero al mismo tiempo aceptar la regla de la Mayoría, es algo necesario para que pueda coexistir una sociedad. Es increíble observar hoy en día, que las pulsiones que emergen desde la sociedad, tienden a contener elementos más autoritarios que el gobierno al que critican, sin dispensar los fallos que este último pudiera tener.
La libertad de Tránsito es un derecho constitucional básico, que además se encuentra estrechamente ligado con el funcionamiento de una economía, que al mismo tiempo genera riqueza para que haya fluidez de recursos, y por ende empleo. Más allá de cualquier matización ideológica, la movilidad es algo básico en la convivencia en una comunidad, es pues parte de la Educación Cívica.
Hay acciones de movilización que es necesario explicitar en sus consecuencias, por ejemplo, cuando un grupo toma una caseta de cobro en una autopista, festejando que pueden pasar gratis pero con una coactiva cuota voluntaria, no hacen sino privatizar un servicio, pero de la manera más insensata posible; parece que no se sabe que el peaje que se paga en las autopistas sirve para el mantenimiento constante que todo camino necesita, ¿acaso esos grupos pagarán los baches, los derrumbes o el deterioro que tiene un camino?.
La respuesta siempre es fácil: “Papá Gobierno lo resuelve, pero yo no le doy dinero a Papá Gobierno porque no me parece su actuación”. Esta forma de pensar, solo lleva a cualquier persona, empresa o institución, a la quiebra técnica.
El ejercicio del Gobierno, no es algo sencillo ni fácil, porque todas las persona, todos los grupos, todos los intereses que coexisten en una sociedad, quieren todo el beneficio para sí, y nada para los demás. Por ello, el gran valor del método democrático es garantizar la convivencia pacífica de los diferentes para construir un rumbo, a pesar del ruido que se escuche.