La destrucción de México
Parte 1
¡Oh infelicísima y desventurada nación¡
Fray Bernardino de Sahagún
Isaías Alanís
Tocar la llaga de la conquista es tentar la doble mascara de la historia mexicana. Los aztecas habían logrado un desarrollo basado en una teocracia animista, mágica, simbólica. Los españoles dueños de un imperio en botón que con el “encuentro” de América lo convierte en potencia global.
Cortés y su “lengua” Marina, o como quieran nombrarla, sacudieron los cimientos de un imperio fundado en el terror. Alimentaron los rencores de los dominados y trazaron la ruta para llegar al corazón del imperio tenochca, destruirlo y dominarlo.
A la matanza, la intriga y el conocimiento de otras técnicas de guerra, las armas de fuego, el caballo, como instrumento mágico. Alimentar el mito que Pedro de Alvarado, el asesino de civiles en el templo mayor, era un Teul semejante a Tonatiuh, fueron armas menores frente al descontento que Cortés supo sacar partido de los pueblos sojuzgados por los aztecas. Y desde luego por la codicia del oro, el excremento de los dioses que en los templos había al por mayor.
Dos imperios frente a frente. Dos máscaras unidas por un delgado hilo: la sumisión y vasallaje de los pueblos a base de muerte, destrucción y terror.
Despojada México-Tenochtitlan, se inicia el proceso de asimilación a sangre y fuego de una doctrina extraña. La muerte de los dioses antiguos, sobrevivió pese a degüellos sumarios, piras humanas y procesos amañados de las leyes de indias.
A este tormento legaloide se suman las armas bacteriológicas; viruela, sarampión, que los españoles propalan entre las poblaciones indígenas al diseminar telas contaminadas con los virus.
Se acabaron las cosechas: “y nuestra herencia fue una red de agujeros”, exclama el poeta en La Visión de los Vencidos. Nada extraño es si este hecho lo comparamos con los acontecimientos actuales.
Sin embargo, el proceso de destrucción de las culturas mexicanas, ha sido lento, obsesivo e inhumano, pese al brote del indigenismo en el arte y en algunos programas del gobierno federal emanados de los gobiernos posrevolucionarios, las comunidades indígenas de México, sobreviven como hace 465 años. La prueba es que los acuerdos de San Andrés Larrainzar, son una utopía y el levantamiento zapatista de Chiapas una guerra de letras y de conciencia simbólica.
Una vez que se cruzaron los caminos entre el México Independiente y el México de los privilegios, la situación de los pueblos originarios no cambió para nada. Los peninsulares siguieron explotando a los pueblos y se conformó una sociedad explotadora. Esta discordancia estalló en la revolución de independencia como una salida al complejo estadio de un México de triple naturaleza pluriétnica y racial, y a los privilegios de los nietos, hijos y bisnietos de los conquistadores.
La reconstrucción mítica de México se llevó a cabo sobre el lomo de los oprimidos por la corona española. Edificios, canales, huertos, trapiches, todo se movió con una mano de obra que no costaba nada y además se le hacía pagar alcabalas en especie: gallos, guajolotes, perdices, ciervos y todo lo que fuese necesitado por el encomendero y posteriormente por los hacendados; actualmente los indios de México, todavía pagan impuestos en especie a diputados, senadores, clérigos, licenciados y proyectistas de programas sociales. Y con el plumazo de un programa se pretende borrar la pobreza de siglos.
La reforma casi no toca la parte de Mesoamérica que todavía llevamos dentro. Los pueblos originarios permanecieron en la oscuridad, alejados de los centros urbanos y sumidos en su vida de aislacionismo. La revolución los utilizó como carne de cañón, un ejemplo es el uso de los Yaquis por el ejército constitucionalista, o la aniquilación de un pueblo como en Tomochic.
Pobreza, aislamiento y marginación han sido los senderos incendiados por donde han caminado las etnias de México.
La destrucción de México no se detiene. El oro de los conquistadores, ahora se ha convertido en usufructuar sus tierras, bosques y aguas por la fuerza de las transnacionales en complicidad con gobiernos estatales, municipales y federales. La rapiña de la soldadesca de Cortés y del propio conquistador, cambio de nombre pero no de giro. Las empresas como la Gold Corp, se llevan el oro mexicano por toneladas sin dejar cuando menos migajas de la incuantificable riqueza que se están robando con anuencia del gobierno federal y del Teul de la corrupción.
La destrucción de México ha sido imparable desde que Cortés negoció con los tlaxcaltecas avanzar sobre el corazón de la ciudad adoradora de Tonatiuh el Sol; y Quetzalcóatl, la ‘Serpiente Emplumada’, hasta la reciente alza de la gasolina y de las tarifas eléctricas que se incrementarán de un 2% a un 7%, y con este aumento que afectará a sectores industriales, doméstico y comercial, se prevé un acrecentamiento en cascada de todos los productos.
Un partido de Estado que generó durante décadas un desarrollo social, con la firma del Tratado de Libre Comercio, echó por la borda todos los avances en materia social e inició una nueva etapa destructora del patrimonio de México. La desgracia mexicana va en tercera velocidad si tomamos como parámetro las tres fases de esta destrucción durante 495 años y como referente el año de 1521 en que la gran Tenochtitlán fue arrasada, despedazada y sometida mediante la espada, la cruz, la esclavitud y el robo de toda su riqueza.
Por eso al inicio de esta nota, las palabras de Sahagún son sibilinas, porque desde que el monje franciscano al ser consciente de la destrucción de una civilización, se tiró a la tarea de salvar su conocimiento en la obra maestra de etnología, ciencia, artes y lenguas; Historia verdadera de las cosas de la Nueva España, escrito en español y náhuatl. El nacido en el reino de Castilla en 1499 y muerto en México en 1590 con su obra que relata gran parte del impacto demoledor en la cosmovisión mesoamericana, jamás soñó que esa primera destrucción de México, llevaba en su centro, el futuro de una destrucción ulterior organizada y supervisada desde el extranjero.