Intimidades del capo famoso

 

Felipe Victoria

 

Me extrañó el error del sinaloense dejando Acapulco, donde siempre  lo cuidaron, desde que lo dejaron escaparse de Puente Grande, Jalisco en enero del 2001, cuando Vicente Fox presidía México. Mazatlán y Los Mochis fueron sus errores.

Atiendo petición de amables lectores con un fragmento del Capítulo 2 de la novelita “El Chapo en el Espejo”:

“Se coloca junto al ventanal en espera del momento de poder correr las cortinas y abrir para que entre la brisa y se vaya el olor a petate quemado, pero ya sabe que hay que dejarlo que despierte solo. Cuando mira que él mueve la mano para acercarse la botella, lo auxilia para que le dé un sorbo, luego la coloca sobre el buró de la izquierda y comienza tiernamente a acariciar su frente perlada de transpiración.

El como que responde con un leve gemido y ella lo pone boca abajo, para comenzar a sobar sus hombros y el cuello lentamente. Su espalda es atlética y de lo demás… está bien dotado, como se nota a los varones cuando amanecen

—Dame un traguito, linda- farfulla el individuo.

—Sí mi jefe, ya le estoy preparando el jacuzzi como le gusta.

—Déjame dormir otro ratito y abre las ventanas, quiero sentir el aire del viento, el pinche ruido del aire acondicionado me molesta y me duele la cabeza, sóbamela como tú sabes.

—Sí mi jefecito lindo, lo que usted diga.

La pericia de la masajista consigue que el hombre cuarentón entrado a los cincuentas se siente en la cama todavía aturdido. Le pone el último sorbo de esa botella para que el leve temblor de las manos amaine un tanto. Ella le acomoda con cariño el pelo y recorre su rostro.

—Ahorita me rasuras, pero después del bañito.

—¿No que se iba a dejar la barba? — dice extrañada la mujer.

—Siempre ya no, con las chingaderas que me dijeron ayer esa bola

de traidores culeros de la SIEDO, que andan sonsacando a mis primos

de Badiraguato, los Tranbels.

—No haga coraje, patrón, acuérdese que a mi jefecito lindo y al mero capo no les ha de pasar nunca nada.

—Ay morena… hubieras escuchado con lo que me salieron.

—¡Ni se preocupe!, usted y el de arriba están protegidos.

—Por los seres y mis chamanes santeros sí, pero quien sabe si Dios me libre de las ocurrencias de funcionarios y políticos pendejos que luego les da por no respetar tratos… así les hicieron a mi primer gran jefe Miguel Ángel Félix hasta que le mandaron a Calderoni a detenerlo en Guadalajara, a don Neto Fonseca, a Rafael Caro Quintero y a don Amado Carrillo Fuentes después de sus períodos de gloria — dice con un gesto de amargura mientras abraza a la masajista.

—Ánimo mi amo, a usted le pelan los dientes hoy y siempre.

—Ya lo sé, mi almita negra, pero no debe uno confiarse de nadie.

Con el anterior presidente todo estuvo bien siempre, a los hijos de la doña vaya que los ayudamos a hacerse millonarios mis jefes y yo.

—Habiendo dinero, todas las puertas se abren, patrón.

—Lo sé, pero hay imbéciles que ahora con el nuevo preciso, el michoacano, se quieren hacer de la boca chiquita, como si no hubieran tragado de nuestras manos todo el sexenio anterior.

—No se preocupe tanto si al final de cuentas todo es lo mismo. Los de antes ni modo que pudieran hablar ahora de sus compromisos del pasado.

—Lástima que no he podido hablar con el nuevo mero mero; siempre es bueno cambiar de naipes en la baraja, porque nunca falta algún pendejo, pero dejó a los mismos aunque en distintas posiciones y  entonces armaron el relajo… vámonos pues a mi jacuzzi, pero ponme musiquita de esa bonita para relajarme, ahorita corridos con bandas, ni madres.

Curiosa la escena, tambaleante el hombre, lo lleva del brazo la masajista en uniforme blanco e impecable. Con el control remoto pone a funcionar el modular que ya tenía preparado con música clásica de piano. Se despoja cadenciosamente de toda su ropa para entrar a la tina y comenzar a exfoliar con la esponja todo el cuerpo del patrón en ese pequeño mar con hierbas medicinales y sales aromáticas, que se revuelven haciendo espuma

En el enorme jardín tropical de la mansión hacen rondín veinte individuos con uniformes negros de tipo paramilitar, con siglas amarillas parecidas a las de corporaciones oficiales. En la azotea vigilan seis francotiradores, en el enorme garaje lavan las camionetas blindadas y las motocicletas de la avanzada y retaguardia, mientras en la calle privada otros diez individuos convenientemente apostados, disfrazados de paisanos, hacen enlaces por radio y celulares con sus vigías de la entrada del exclusivo fraccionamiento, enlazados a su vez con el personal que tienen revisando vehículos extraños en la gasolinería más cercana.

¡Todo bajo control de seguridad!, mejor aún que la de muchos políticos, funcionarios y empresarios adinerados. A la enigmática mansión se llega solamente en helicóptero o vehículos nuevos y potentes por lo escarpado de la subida. Desde la entrada, una vigilancia privada particular en la primera barrera levadiza, coteja minuciosamente a personas y carruajes, consultando por radio a los moradores del domicilio a donde se dirigen si se autoriza o no el acceso”.