Sadyhel Astudillo

 

Tengo la mala costumbre de que los domingos, ya sea mientras desayuno o ceno también “veo” la televisión. Lo pongo entre comillas ya que no la miró con toda atención, simplemente medio la escucho. Y digo que es una mala costumbre porque lo mejor es dedicarles toda nuestra atención a lo que estamos haciendo, o comemos y disfrutamos la comida, o vemos la televisión y le prestamos atención.

En fin, en una de esas ocasiones un programa llamó mi atención, en términos general trataba de los tiburones, sus hábitos para cazar, las zonas que frecuentan, sus características, etc. Durante los comerciales al inicio y al término de estos, daban datos curiosos sobre estos animales y uno de ellos me sorprendió bastante (lo cito como lo recuerdo): Por cada humano que ha muerto a causa del ataque de un tiburón, más de mil tiburones mueren a causa de los humanos. Gracias a ese dato, surgió la inspiración para mi aportación de esta semana.

En varias colaboraciones anteriores he tocado el tema del trato que reciben los animales por parte nuestra, que han sido explotados desde tiempos remotos y para diferentes fines, justificados o no, que es poco el bien generado en comparación con el mal que se les inflige a ellos. Y que también, poco a poco los humanos están volteándolos a ver y comenzando a respetarlos y procurar su bienestar.

Si bien eso es bueno, sin embargo, aun si de alguna manera se demostrara que todos los humanos estamos arrepentidos por el mal que les hemos causado y si bien los animales nos perdonarán, eso no serviría de nada. No podríamos regresar de la extinción a tantas especies que hemos perdido, no podríamos devolverles los zonas verdes que se han talado y construidos encima de ellas, no podríamos liberarlos de los zoológicos y circos y que, de un instante a otro vuelvan a adaptarse a la vida “libre”, que más que libertad, se le conoce como vida salvaje.

Y es que, desde el inicio de la explotación de la tierra y bienes naturales, los humanos comenzamos a sacar todo el jugo posible de esta, como si de un día para otro la tierra se fuera a restaurar o como si las áreas verdes fueran infinitas. Esta explotación viene principalmente de países altamente industrializados y que ya han erradicado sus áreas verdes y que, lejos de generarles una conciencia sobre el uso y abuso, deciden comenzar a robar o explotar zonas ajenas.

Tristemente debo agregar que, además esa ganancia y beneficios obtenidos nos son repartidos equitativamente entro las personas de ese país, muchos menos en las personas que se ven afectadas, peor aún pensar que los animales recibirán un beneficio de ello. Por ejemplo, ciertos cálculos demuestran que un ciudadano estadounidense consume o destruye quinientas veces más recursos naturales que un hindú.

La tierra se comenzó a explotar de manera desmedida sin tomar en cuenta que no es nuestra y que no somos los únicos seres vivos que la habitan. Los animales tienen tanto derecho como nosotros, de disfrutar de los bienes que de ella se obtiene. Sin embargo, siendo vistos como competencia o no, el ser humano continúo su crecimiento y apoderamiento de bienes, mientras diezmaba y eliminaba a los animales no humanos, dando como resultados terribles cifras como el hecho de que entre 1900 y 1999, la población humana se incrementó cuatro veces su total,  pasando de 1.600 a 6.000 millones de personas. En contraparte el número de elefantes pasó de ser mayor a los 6 millones de paquidermos a menos de 600.000 y la población de ballenas azules se redujo en más del 99 por ciento.

Es cierto, es tarde para arrepentirse, ya que lo hecho, hecho esta. Ahora solo resta mejorar como especie y no acercarnos más a la extinción, llevándonos de corbata a los animales. Este es un tema que bien vale la pena reflexionarse y buscar la manera en que todos podemos ayudar a mejorar, para concluir dejo un poema bastante crudo:

 

UN POEMA DE GUNNAR EKELOF

CONSIDERAMOS. PENSAMOS. SUSPIRAMOS. HABLAMOS.

NO PUEDO CONTEMPLAR LOS PAISES MERIDIONALES SIN VER TAMBIEN  AL BURRO, AL BUEY Y A LA OVEJA. A LAS GALLINAS ATADAS POR LAS PATAS EN MANOJO, TIRADAS A AMBOS LADOS DE LA PARRILLA DE LA MOTOCICLETA CON LAS CABEZAS BOCA ABAJO. PARALIZADAS. CACAREANDO DEBILMENTE.

AL CORDERO ABIERTO EN CANAL Y DESPUES COSIDO CON EL ESPETON METIDO POR EL CULO Y LA DOLIENTE CABEZA DESPELLEJADA SOBRE UNAS BRASAS GRIEGAS Y CON LOS INTESTINOS. KOKORETSI. EN UNA PARRILLA PROXIMA.

AL BLANCO Y MANSO BUEY BAJO EL YUGO, EMPAREJADO CON UNA VACA

PRACTICAMENTE INFINITOS EN TOSCANA.

AL ASNO GRITANDO COMO UNA PUERTA DE GRANERO SIN ENGRASAR

O BAJO UN FAJO DE RAMAS GRANDE COMO EL UNIVERSO.

PAJARILLOS EN MANOJOS QUE PODRIAN HABER LLENADO EL ESPACIO CON NUESTRA NOSTALGIA.

ESOS SERES QUE NOS ALIMENTAN. NOS VISTEN. NOS TRANSPORTAN

RESIGNADOS BAJO NOSOTROS. QUIZA PERDONANDONOS

¡ESOS SON LOS VERDADEROS CRISTIANOS!

 

Del libro En natt i Otocac (1941). En Poesía nórdica, antología preparada por Francisco J. Uriz, Eds. de la Torre. Madrid 1995. p. 273.

Espero que mientras lean esta columna no hayan estado comiendo, si no les pasará como a mí que, mientras veía la televisión se me enfrió todo.

letrasadyhel@outlook.com