FELIPE VICTORIA
La “Chaponovela” de la vida real
No era uno del montón ese tal Joaquín Guzmán Loera, sino el pupilo más avanzado de Miguel Ángel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca Carrillo, Rafael Caro Quintero y los hermanos Beltrán Leyva en rivalidad con los Arellano Félix y su aliado Héctor Luis ‘El Güero’ Palma Salazar.
Supieron en la PGR en mayo del 93’ que en el aeropuerto de Guadalajara habría un atentado contra ese lugarteniente segundón, pero se daba la coincidencia de que el incómodo Cardenal Posadas recogería al Nuncio Girolamo Prigione para acompañarlo a bendecir una mueblería.
Ni mandada hacer la oportunidad de aprovechar un enfrentamiento entre sicarios para que una bala perdida le atinara a Juan José Posadas Ocampo, que planeaba una revolución si repetían fraude electoral en el 94’.
Ya tenían diseñado en el Nintendo todo el operativo para explicar que confundieron al alto prelado con el ‘Chapo’ Guzmán porque llegó el Ministro religioso a bordo de un Grand Marquis Color blanco.
Pero los asesinos contratados se salieron del guión preestablecido y acribillaron de catorce disparos al santo varón y a su chofer, mientras el que debió haber sido la víctima se les escapaba y lo llevaron a esconder a un rancho en Chiapas, fronterizo con Guatemala.
Jorge Carpizo, el honesto catedrático lego en cuestiones policiacas no ataba a lo que debería hacerse, excepto aferrarse a la hipótesis fabricada de la confusión lamentable, que en el fondo sabían que no lo fue, pero echarle la culpa al narco estaba a la mano fríamente calculado; lo malo es que no había muerto el lugarteniente que debía haber sido liquidado: el ‘Chapo’ Guzmán que salto súbitamente a la fama.
Un mes prácticamente buscando al “asesino” y negociaciones ultra secretas de que aún no se puede hablar, conllevaron a que la policía guatemalteca entregara al fugado Guzmán Loera en la línea divisoria con Chiapas que gobernaba el General Absalón Castellanos Domínguez.
El chivo expiatorio juraba y perjuraba su inocencia, sobre todo porque el asesinado iba a ser él, pero alegaba tenazmente que le quitaron sus carísimos corceles bailarines y su residencia en Pichilingue, Puerto Marqués, del bello Acapulco.
Nunca le dejaron hablar con la prensa y lo confinaron al penal de Almoloya en el Estado de México, de donde sus abogados lograron años después, ya en el zedillato, transferirlo al de Puente Grande en Jalisco.
Cuentan los que dicen que saben, que cuando su paisano sinaloense Francisco Labastida Ochoa pidieron al reo su apoyo para la campaña presidencial del año 2000, su cártel del Pacífico mandó al carajo al PRI y mejor pactaron con el opositor PAN, que postularía a un ranchero dicharachero guadalupano muy cumplidor.
Ya desde noviembre de ese año y como presidente electo, quiso el señor de las botas ordenar la liberación de su apoyador financiero de campaña, pero era jurídicamente imposible cualquier indulto o desistimiento de la PGR tomando en cuenta que no tuvo que ver con la muerte del Cardenal Posadas.
Pero tratos son tratos y se logró su libertad de hecho en enero del 2001, cuando montaron la escena de una fuga peliculesca en un carrito con ropa sucia.
Tras celebrar su liberación dos meses por Sinaloa y Jalisco, optó el prófugo por venirse a su adorado Acapulco, con sus primos los importantes empresarios que se codeaban con la flor y nata guerrerense; pero su mansión de Pichilingue no se la devolvieron porque ya estaba asegurada y se la darían en comodato al gobierno estatal, pero con la garantía del ejecutivo federal de que nadie lo molestaría y podría seguir en sus negocios, siempre y cuando se la llevara de “perfil bajo”, pues sería “el más buscado” para taparle el ojo al macho.
Al ‘Chapo’ Guzmán no le llamaba la atención el narcomenudeo corriente y violente, se impuso la paz como fuera, importando toneladas de polvitos sudamericanos y exportando las hierbitas y derivados de flores que la generosa madre naturaleza da en Guerrero para compensar la miseria ancestral de la gente de campo y las montañas; al cabo que la cortina de humo era el destrampe discotequero de Acapulco desde la famosa “golden” tan solicitada; nadie volteaba la mirada hacia los cultivos de marihuana y amapola pues no había ruido.
El Cartel del Pacífico y su división Sinaloa contentos por operar sin problemas en su feudo sureño entre Oaxaca y Michoacán, pero en mala hora cambiaron las cosas en abril del 2005, cuando el tricolor perdió el control de la entidad y se aposentó alguien muy ligado con negociantes neoleoneses y tamaulipecos de aquel viejo Cartel de Matamoros que detonó inmobiliariamente la zona Diamante, transformado al del Golfo con sus temibles y arbitrarios Zetas. Comenzó la cruenta narco guerra por el territorio entre Zetas y Pelones y se acabó la relativa paz y el orden en Guerrero.
Pero la debacle vendría en enero del 2006, cuando el famoso “Garitazo” de la codiciada policía municipal acapulqueña no respetó tratos y montó una emboscada a sicarios de los Beltrán Leyva y su socio el ‘Chapo’ Guzmán; se sentó un precedente con eco nacional y comenzaron a rodar cabezas de policías corruptos. Continuará…