* Dos huracanes los dejaron sin nada

* Al fin: Damnificados reciben viviendas

* Las manos le sudaban, le dieron las llaves

 

Por Jorge VALDEZ REYCEN

 

De los tres días de pesadilla, de los huracanes de septiembre de 2013, ni se quieren acordar.

Fueron dos huracanes, juntos, “Ingrid” y “Manuel”, que durante 72 horas provocaron un diluvio y graves daños que sumieron en la desgracia a miles de guerrerenses. Quedaron sin nada, con la ropa que llevaban encima… otros murieron.

Con lágrimas en los ojos, entre sollozos, aquellos que cayeron en la desgracia se reunieron en Venta Vieja, junto a la presa, donde recibieron las llaves de sus nuevas casas, reconstruidas por la Secretaría de Desarrollo Urbano, Territorial y Urbano (SEDATU) del Gobierno de la República.

La secretaria Rosario Robles Berlanga y el gobernador Héctor Astudillo Flores descendieron del helicóptero y procedieron a cumplir la palabra empeñada por el Presidente Enrique Peña Nieto, de resarcir los daños materiales que ocasionaron los fenómenos naturales que golpearon violentamente a las comunidades rurales del estado.

Era un acto muy emotivo, que los medios de comunicación prácticamente ignoraron. En medio de la vorágine de violencia, quedó en segundo plano el sentimiento de cientos de familias que recibieron una vivienda. Es la paradoja de los tiempos violentos: se construyen hogares para nueva vida de damnificados, pero la muerte de otros guerrerenses es lo que predomina en las notas informativas en los medios.

Y no se puede reprochar a los periodistas que cumplan con su papel informativo, pues finalmente es la misión. Empero, los sentimientos desgarradores expuestos por familias enteras que salvaron sus vidas y sus escasas pertenencias de los ríos caudalosos que arrasaron comunidades enteras, ocupan un segundo plano en las noticias.

Doña Esther es una de ellas: cuando el río arrasó con su vivienda se aferró a un tronco y fue llevada por la corriente a cientos de metros de lo que era su hogar. Su instinto de sobrevivencia la mantuvo viva. “Recé con todas mis fuerzas a la Virgencita de Guadalupe… gritaba que me ayudara y salvara a mis nietecitos”, recuerda entre lágrimas aquel triste episodio.

Como ella, otros subieron a los cerros, dejando animalitos, sus televisores, camas, refrigeradores, todo lo que a duras penas tenían. Se quedaron sin nada. Se fueron a los refugios, a vivir meses con otras familias. Hicieron nuevos amigos, lloraron sus pérdidas y se consolaron.

Pasaron los meses, los años y ahora tienen un patrimonio seguro, a salvo de otras crecidas de ríos. Tendrán meses por vivir y volver a tener sus camas, refrigeradores, estufas, modulares de sonido y la imagen de la morenita del Tepeyac.

Se trata de gente creyente, que dan gracias a Dios de haber salvado la vida. Y en esos sentimientos no hay ideologías, ni partidos, ni candidatos que valgan.

Doña Esther dijo que iba a hacer un mole de guajolote y ofreció a Rosario Robles y a Héctor Astudillo que los invitará “cuando quieran, nomás me avisan con tiempito, para recibirlos en mi nueva casa, aquí, con las apretujanzas que tenemos, pero un molito de guajolote nos lo vamos a comer bien sabroso”, dijo con no disimulada alegría reflejada en su rostro y en sus ojos tristes, pero llenos de optimismo.

De la pesadilla que vivieron, doña Esther y sus compañeros de desgracia ya ni se quieren acordar…

Nos leemos mañana, SIN MEDIAS TINTAS.