* Salvador Rangel habla sobre diversos temas y asuntos que ha tenido que enfrentar desde que llegó el 18 de agosto de 2015 a Guerrero

ALONDRA GARCÍA

El obispo Salvador Rangel Mendoza cumplió tres años al frente de la Diócesis Chilpancingo-Chilapa. En ese tiempo ha visitado los pueblos más lejanos, los más pobres y los más peligrosos; ha consolado víctimas y ha buscado hasta su puerta a los victimarios, jefes de cárteles y pistoleros de los grupos criminales que se disputan el control de los territorios.
El 18 de agosto de 2015, Rangel Mendoza pisó por primera vez el suelo de Guerrero. El panorama que lo recibió entonces no fue para nada favorecedor: la entidad más violenta del país con 2 mil 213 asesinatos para el cierre de ese año.
Semanas antes, la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) y la Cámara Nacional de Comercio (Canaco) de Chilpancingo informaron sobre el cierre de decenas de negocios a causa de la violencia.
Mientras que en Chilapa, la ola de terror alcazaba su punto más alto. Meses antes se registró la incursión de unos 300 civiles armados y encapuchados, quienes mantuvieron sitiada la ciudad durante cinco días y desaparecieron a decenas de personas de las que nunca se supo nada más.
Desde entonces, la violencia creció como un espiral: ejecuciones, desapariciones, cobro de piso, extorsión, ataques armados y la aparición de fosas clandestinas que forzaron a las víctimas y sus familiares a organizarse.
En ese escenario adverso, Salvador Rangel Mendoza inició su ministerio en Guerrero.
En la ceremonia de toma de posesión que se realizó en la catedral La Asunción de María, en Chilpancingo, el prelado convocó a los feligreses, sacerdotes, religiosas y a las autoridades civiles a unirse a una “cruzada por la paz, la concordia y la reconciliación, para aminorar la violencia que se vive en todo el estado de Guerrero”.
En su primer mensaje, señaló que la pobreza “es otro tipo de violencia que enfrenta el estado de Guerrero”, por lo que insistió en la necesidad de “trabajar por la reconciliación, unir esfuerzos de la Diócesis y los creyentes para erradicar las circunstancias actuales”.
Ese día lo acompañó el cardenal de Morelia, Alberto Suárez Inda, quien le pidió durante la misa que viviera su obispado en plena comunión con su presbiterio y lo conminó a “realizar labores de pastoral sin temor, a tener la osadía necesaria para anunciar públicamente la palabra de Dios y tener la intrepidez de hacer llegar el Evangelio a todos, también a los indiferentes o alejados”.
Incluso le pidió “ser un auténtico pastor dispuesto a dar la vida por sus ovejas y a desgastar su vida velando por todas y cada una con grande afecto y compromiso”.
Desde entonces han transcurrido tres años y el obispo Rangel Mendoza no sólo ha caminado con sus ovejas, sino que también ha visitado la cueva de los lobos.
En una entrevista especial concedida a este medio de comunicación con motivo de su tercer aniversario, el obispo reconoció que la Diócesis Chilpancingo-Chilapa “es complicada” y aun así, la labor que tiene que hacer aquí es “muy bonita”.
“He estado muy contento en estas tierras, con muchas ganas de ejercer mi ministerio pastoral y contento porque he encontrado algo sorprendente en Guerrero: la fe de la gente es profunda”, comentó desde su oficina en la curia diocesana.
También le han fascinado las tradiciones de los pueblos y la devoción al Santísimo Sacramento y a la Virgen de Guadalupe.
“He encontrado un clero bueno, un clero trabajador, laicos muy comprometidos y grupos religiosos que en otros lugares ya han desaparecido. Incluso la adoración nocturna y los cursillos de cristiandad yo veo que en esta diócesis están bien cimentados. Eso para mí ha sido motivante y he tratado de hacer lo mejor posible las cosas”, apuntó.
De acuerdo con Rangel Mendoza, la de Chilpancingo-Chilapa es una de las Diócesis más pobres de las 93 que hay en el país.
La más pobre es la de Tlapa, que anteriormente era un Decanato que salió de Chilpancingo.
De entrada, el prelado hizo un balance de la situación generalizada que encontró en la entidad: pobreza, carencia de infraestructura, falta de educación, pocas oportunidades de empleo, cultivo de amapola en los pueblos marginados de la sierra y la montaña, 18 grupos delictivos y 20 policías comunitarias en operación, “muchas veces al servicio de narcotraficantes”.
A pesar de esta situación, asegura que ha realizado “un trabajo tranquilo” en la Diócesis gracias a que encontró “un clero muy comprometido y organizado hasta en los últimos rinconcitos”.
“Aunque es una Diócesis difícil, es una bonita oportunidad la que he tenido de trabajar en este lugar”, afirmó Rangel Mendoza.
– ¿Es bonito predicar entre narcos, autodefensas, pobres y políticos que no comprenden el trabajo pastoral?, se le preguntó.
– Cuando uno va a la sierra, a la montaña, esos son los grupos que encuentra uno. Hace poco fui a una comunidad de la sierra en la que me dijeron que el 90 por ciento del pueblo se dedicaba al cultivo de la amapola. Lo que ha hecho la Diócesis Chilpancingo-Chilapa, los sacerdotes, catequistas, las religiosas, el obispo, es caminar con la gente, estar con la gente, creo que esto ha sido una cosa muy positiva y muy buena, respondió.
El obispo aseguró que gracias a la comunicación permanente que mantiene con los sacerdotes y laicos en toda la diócesis, tiene definido “el palpo social” y de esa manera se mantiene informado de lo que ocurre hasta en las comunidades más apartadas.
Además, destacó que gracias al “visiteo” ha recorrido toda la Diócesis, lo que le da “autoridad para hablar de lo que pasa y de toda la problemática”.
Y este “palpo social”, dijo, es de mucha pobreza, sufrimiento, violencia y dolor, entre víctimas y victimarios que a su vez son víctimas de las circunstancias.
“Es difícil trabajar entre ellos, darles esperanza, animarlos. Pero una cosa sí es real, nosotros estamos caminando con la gente, estamos con ellos, no los hemos abandonado”, comentó.
– ¿De qué manera llega por primera vez a las comunidades dedicadas a la siembra de enervantes?
– Lo único que hago es decirles que yo vengo en son de paz, como amigo, que no voy a criticarlos, que voy a ofrecerles lo que tenemos, la palabra de Dios y los Sacramentos, señala.
Para Rangel Mendoza, la proliferación de grupos delictivos y policías comunitarias son resultado de los “vacíos de autoridad que han dejado las instituciones”.
Por ello, considera que ante una autoridad que permanece omisa ante las necesidades de la gente, la única vía posible para lograr la paz es el diálogo con quienes ejercen la violencia.
“Un instrumento de oro que tenemos es el diálogo. Yo me relaciono con muchos capos del narcotráfico. También con gente que se dedica a sembrar la amapola, yo les llamo campesinos. Son los que tratamos todos los días, son los que nos platican sus problemas y dificultades. El diálogo con ellos es un instrumento valiosísimo para darnos cuentas de cuáles son las problemáticas del otro lado, entender por qué han actuado así. Generar un clima de confianza entre unos y otros yo creo que nos puede ayudar”, expuso durante la entrevista.
Reconoció que al dar a conocer ante los medios de comunicación sus diálogos con los narcotraficantes generó mucha polémica en los ámbitos político y social, no sólo en Guerrero, sino también a nivel nacional e internacional.
Sin embargo, justifica: “Yo lo hago para llamar la atención, sobre todo de la Federación. Que se fijen también en Guerrero, que aunque es sólo una partecita de México, somos mexicanos y así como invierten en grandes desarrollos en otros estados, también aquí la gente quiere beneficiarse”.
Pero el obispo está consciente de que una sola persona no puede generar condiciones de paz en un estado tan difícil. Por ello, sostuvo que las autoridades tienen que participar en el diálogo con los delincuentes.
“Las autoridades dicen ‘somos ley y la ley no se negocia’. Yo estoy de acuerdo, pero como dice el dicho, ‘lo cortés no quita lo valiente’. Ellos pueden estar desde su trinchera, pero se pueden abrir otros canales, otros medios de diálogo, una interlocución con un delegado a nivel estatal o con un delegado federal”, apuntó.
En este punto, reveló que ya hay participación de autoridades federales en la ruta que él propone para pacificar el municipio de Chilapa, donde están implementando un “experimento” que, de resultar exitoso, podría replicarse en otras partes de la entidad.
– ¿De qué se trata?
– Es hablar, hablar con los distintos actores o en este caso en Chilapa, hay dos grupos de narcotraficantes y es cosa de hablar con ellos (…). A mí me admira sobremanera que uno de estos capos está pidiendo que Chilapa sea una ciudad abierta, que puedan entrar, que puedan salir, que en Chilapa no haya levantones, que no haya cobro de pisos, que no haya asesinatos. Si eso lo está pidiendo un narcotraficante, ¿por qué no secundar estos esfuerzos? De hecho ya se están secundando, ya están entendiendo ciertas personalidades que ese es el camino para pacificar, señaló.
Rangel Mendoza se negó a abundar en el tema bajo el argumento de que podría arruinarse el trabajo de negociación que se realiza en ese municipio desde hace un año.
Pero habló a otra labora a la que ha destinado gran parte de su tiempo y esfuerzo: lograr que los grupos antagónicos del crimen organizado “lleguen a un arreglo entre ellos o que se dividan los territorios”.
El objetivo, indicó, es que “entiendan que no deben perjudicar a la comunidad ni a personas inocentes”.
Recordó lo ocurrido hace unos meses en Pueblo Viejo, donde los delincuentes cortaron el servicio eléctrico y el agua potable por un conflicto con otro grupo delictivo.
Él tuvo que subir a esa comunidad de la sierra para hablar con los capos y pedirles que no afectaran a personas inocentes.
Lo mismo ocurrió poco antes en Tlacotepec, donde incluso cortaron los insumos de gasolina y el propio presidente municipal le solicitó que acudiera a dialogar con los narcotraficantes.
Otro problema reciente ocurrió en Filo de Caballos. Las personas ya no podían transitar hacia esa zona sin ser asaltadas e incluso asesinadas en el camino.
“Yo fui a hablar con un personaje para que dejaran de asaltar y dejaran pasar a las personas en ese lugar”, subrayó.
El obispo afirmó que los propios grupos delictivos están conscientes de la necesidad de establecer un pacto de paz, pues la violencia ha escalado a niveles inimaginables.
“Ellos mismos están pidiendo que haya una tregua, nomás que sí está difícil, no cualquiera va a ceder”, apuntó.

AMLO, la paz que viene

Rangel Mendoza respalda las propuestas planteadas por el presidente electo de la República, Andrés Manuel López Obrador, quien ha planteado el perdón como un paso necesario para la pacificación.
“Una cosa elemental que necesitamos en México es crear un clima de paz, de confianza y de diálogo. La amnistía del señor López Obrador ha sido muy malentendida. Y fue en Guerrero donde lo dijo, en Quechultenango (bastión del grupo delictivo Los Ardillos). Yo siempre he ido a Quechultenango a plantear ese camino, que es mejor dialogar, ponernos en paz para que pueda progresar el país”, comentó en la entrevista.
El prelado también manifestó su respaldo ante la iniciativa de ley que aprobó el Congreso de Guerrero para legalizar la producción de amapola con fines médicos y científicos.
“En ese sentido estoy totalmente de acuerdo en que se legalice, con fines terapéuticos y medicinales”, expresó, pues de esa manera consideró que no sólo apoyaría la economía de las familias, sino que también sería un paso más para lograr la paz.

De la guerra… a la otra guerra

Pero la Diócesis Chilpancingo-Chilapa no es la única zona violenta a la que Salvador Rangel Mendoza ha llevado el Evangelio. Durante seis años vivió en Israel, en medio del conflicto entre judíos y palestinos.
“Allá se vive con el Jesús en la boca. Yo nunca había visto… cerca de mí explotaron tres bombas en Jerusalén. Escuchaba un sonido de esos y me espantaba. También me tocó ver un combate de helicópteros entre Israel y Siria, en el norte de Israel. Es algo feo. También me tocó experimentar… vi cómo explotaron las minas personales”, relató.
Después estuvo al frente de la Diócesis de Huejutla, en el estado de Hidalgo, la tercera más pobre del país pero sobre todo, enclavada en una zona en la que colindan los grandes cárteles de la droga y sus brazos armados, como el del Golfo, los Zetas y el de Jalisco.
Incluso contó como en esa Diócesis estuvo a punto de ser asesinado por pistoleros de la delincuencia.
“En una ocasión me emboscaron, me iban a asesinar. Yo iba con el cuello clerical y el pectoral. Me pusieron las armas enfrente y yo lo que hice, no sé si fue valentía o tontería, le puse reversa al carro y me aventé hacia atrás, en reversa. Ellos como que dudaron en dispararme”, recordó.
De acuerdo con Rangel Mendoza, ese día había acudido a la celebración por los 50 años de la Diócesis de Tula, acompañado por otros dos sacerdotes.
Cuando todo terminó, uno de los padres se quedó en la sierra y el otro, de apellido Mercado, se regresó con él a Huejutla.
“Precisamente entrando a la ciudad y tomando una calle, una avenida, se me hizo raro que estaba oscura. Yo la tomé como de ordinario y de repente se me cerró un carro y me sacaron las armas. Por eso digo que no se si fue valentía o tontería, porque yo dije aquí o nos matan, o nos quitan la ropa, o algo. Pero mi reacción fue ponerle reversa al carro. Incluso había topes y ni los sentí. Ellos se dieron la vuelta y yo me paré al centro de un puente echándoles las luces altas para que no siguieran avanzando. Así me fui en reversa hacia una carretera principal en la entrada a Huejutla. En vez de meterme a la ciudad agarré otra vez la carretera hacia afuera porque hay un hospital como a tres kilómetros donde normalmente hay policías, hay patrullas y yo tenía la esperanza”, relató.
El vehículo de los pistoleros siguió tras de él, pero Rangel Mendoza, según cuenta, no permitió que lo rebasaran.
“Iba en medio de la carretera y cada que venía un carro de frente, yo hacía un gran escándalo con las luces a ver si encontraba una patrulla o algo, pero no encontré nada. Voy llegando a ese hospital y no había nada de patrullas. Ahí sí me frené fuertemente, no pude entrar en la primera puerta, en la segunda sí me metí al hospital. Ahí si llegó un policía, llegaron los enfermeros y me preguntaron dónde estaba el herido. Yo les dije ‘no hay herido pero me vienen persiguiendo’”, recordó.
Vivir en esta ambiente de inseguridad y violencia, dijo, lo fue “curtiendo” para llegar a Guerrero.
Aun así, reconoció que se mueve con temor en Guerrero, consciente de que en cualquier momento puede ser víctima de la violencia.
“En Guerrero yo sí siento miedo (…). La Federación me ha ofrecido escoltas, carro blindado. Yo no he aceptado, simplemente confío en Dios, confío en la gente y quiero jugármela como se la juega todo el mundo y que Dios me ayude y la gente me proteja”, expresó.
Por ello, dijo que procura moverse con prudencia, aunque ha tenido accidentes en la sierra que lo han obligado a moverse por la zona de noche y madrugada.
En una ocasión, por ejemplo, regresó de Tlacotepec durante la madrugada porque se le ponchó la llanta a su camioneta.
En otra ocasión se le salió un tornillo a su vehículo cerca de La Primavera, arriba de Yextla, y tuvo que pasar ahí toda la noche.
“Quienes llegaron a auxiliarme fueron los narcos y ellos consiguieron y le pusieron el tornillo. En ese sentido estoy agradecido”, contó.

Tensa y fría, su relación con el gobierno

Rangel Mendoza reconoció que su relación con las autoridades de Guerrero “ha sido tensa”, principalmente con el secretario general de Gobierno, Florencio Salazar Adame.
Recordó que incluso despidieron al subsecretario de Asuntos Religiosos con el argumento de que “no supo operar” al obispo, como si pretendieran controlarlo.
“Tiene que haber una relación de respeto, de ayuda mutua. Estamos trabajando por una causa común que es el pueblo. En ese sentido ha sido ríspida la relación con ellos”, admitió.
Sobre su relación con el gobernador Héctor Astudillo Flores, reconoció que ha sido “fría”, sobre todo “desde el día que mataron a dos sacerdotes, el 5 de febrero”.
Añadió que sigue “esperando una respuesta” de las autoridades, porque “no estuve de acuerdo en que quisieran vincularlos con los grupos de narcotraficantes, no fue así, esa fue una versión que sacó el fiscal (en ese entonces Xavier Olea Peláez). Afortunadamente cambiaron la versión y sigo esperando la respuesta. No hay resultados. Hace tres meses nos juntamos los obispos con el nuevo fiscal y el gobernador y él nos pedía que le diéramos un voto de confianza, pero hasta el día de hoy no hay resultados”, reiteró el prelado.
Incluso reveló que tres días después de que asesinaron a los sacerdotes, el gobernador le llamó a su celular bastante enojado.
“Mi sorpresa fue que estaba muy molesto conmigo y me dijo que yo estaba haciendo declaraciones irresponsables y que estaba denostando a Guerrero, malinformando a Guerrero. Yo esperaba una llamada de apoyo por los sacerdotes que habían muerto y me salió con eso y de ahí un poco se enfriaron más las cosas. A mí no me interesa lo que haya sucedido, lo que me interesa es la relación, el diálogo y poder trabajar por el estado”, subrayó.
De Salazar Adame aseguró que el golpeteo que generó incluso desde la barra de abogados de Acapulco se debe a la masonería. Afirmó que los masones “por fin salieron del clóset”.
“Yo no estoy seguro de qué tantos personajes del gobierno estén metidos en la masonería, no sé hasta dónde esté metido el secretario general de Gobierno. Él puede profesar lo que quiera y yo también, pero que esté mezclando la masonería con su ejercicio de secretario no está bien. Un secretario es para abrir relaciones, para abrir caminos y no para utilizar sus principios ideológicos para estar atacando al obispo y a la Iglesia”, concluyó Rangel Mendoza.