Alejandro Mendoza

 

Hay algo que no funciona bien con los seres humanos en el mundo. Hay una conducta que conlleva constante deterioro de la vida humana. No es algo nuevo, pero parece que se ha enraizado profundamente en el pensamiento y comportamiento humano en la actualidad. La conducta perversa toma control de muchas áreas importantes de la sociedad.
Al que es perverso, muchas veces se le identifica por su notorio desprecio por el respeto a la dignidad humana. Aunque también es conocido que hay quienes logran disimular eficientemente su corazón perverso haciéndose pasar por una persona de noble corazón y buenos valores y principios.
En todas las actividades humanas hay personas inclinadas completamente a la perversidad. La palabra perversión, según la Real Academia Española, hace alusión a la acción y las consecuencias o los resultados de pervertir. Dicho verbo, a su vez, se refiere a alterar el buen gusto o las costumbres que son consideradas como sanas o normales, a partir de desviaciones y conductas que resultan extrañas. Muchas veces se le relaciona principalmente con el sexo, pero es una conducta que tiene que ver con la convivencia diaria de las personas.
Fabrizio Reyes de Luca considera que la perversidad no tiene límites, como tampoco la tiene el perverso en sus aspiraciones. Entiende que la perversidad tiene su origen en la soberbia, que es la raíz del mal. Vicio que es considerado como un tumor del alma lleno de pus, que si madura, explotará, emanando un hedor. Dice la tradición islámica que “no entra en el Paraíso quien tiene un gramo de soberbia”.
Para algunos estudiosos de la conducta humana, como el filósofo inglés Thomas Hobbes, el ser humano es perverso por naturaleza, ya que la perversidad es demostrada desde la infancia, con las mentiras o cuando se simula algo que no es; también cuando se destruye a alguien sin tener el más mínimo reparo que no sea el de lograr cualquier objetivo en beneficio propio.
Lo que sí es una constante, es que el perverso tiene apegos enfermizos a los cargos y las máquinas, para esto cualquier maldad con tal de mantener su estatus. Las personas perversas tratan de lesionar más a la persona que a sus sentimientos, hieren en lo físico, dirigiendo sus acciones hacia aquellas cosas que molestan al otro; tienen una inteligencia que ponen al servicio de la maldad, con los chismes y las intrigas, siempre acompañados de alguien que los potencia o que sencillamente los deja actuar con libertad.
En su tratado “El demonio de la perversidad”, el inglés Edgar Allan Poe hace referencia que la perversidad es “un móvil sin motivo, un motivo no motivado”, “esta inevitable tendencia a hacer el mal por el mal en sí mismo”, “es un impulso radical, primitivo, elemental”. Es decir, un impulso incontrolable y no racional que es capaz de anular la voluntad del ser humano.
Alberto González Pascual liga el acto de la perversidad al retroceso político, en medio de injusticias amparadas por la violencia del Estado, y de un aumento consciente de la desigualdad al relegar los derechos de la ciudadanía a las exigencias del sistema económico y financiero.
Lo cierto es que la comprensión de la realidad que se vive debe permitir entender el origen de las sin causas racionales para provocar sufrimiento en los demás.
La mayoría de las culturas han protagonizado relatos casi permanentes de rapiña, codicia y perversidad. Los valores que admiramos como la misericordia, la compasión, la generosidad y el altruismo, suelen restringirse a momentos fugaces, aflorando de vez en cuando de una manera breve y precaria.
La Biblia se refiere a la perversidad en los proverbios al decir que: “Los perversos huyen aun cuando nadie los persigue, pero los justos son tan valientes como el león”. Y más adelante agrega: “El que con perversidad en su corazón, continuamente trama el mal y para el que siembra discordia su desgracia vendrá de repente; al instante será quebrantado, y no habrá remedio”.
Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz.
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