Alejandro Mendoza

 

La gente tiene una clara idea sobre la forma de vivir de la mayoría de los políticos. Y es por eso que tienen pérdida de credibilidad y confianza. La persona con un determinado nivel de vida y una posición en la calidad de vida familiar, repentinamente cambia.

Y esa percepción también tiene que ver con el uso patrimonialista del uso del poder y los cargos públicos. De hecho, es uno de los grandes obstáculos a los que se enfrenta la consolidación de la incipiente democracia mexicana.

Hay quienes expresan que se dedican en forma profesional al trabajo político. Y en la mayoría de los casos existe la experiencia que la misma persona es totalmente distinta en su comportamiento dependiendo de su condición, cuando tiene un cargo y cuando no lo tiene. La gente dice que el poder cambia a las personas.

La idea primordial es que los ciudadanos consideran, en gran medida, que las personas dedicadas a la política viven de la política, no para la política. No tienen otra opción. Se trata de personas que ya no pueden concebir su vida haciendo otra cosa distinta a la actividad política. De eso depende su futuro. De eso depende su familia. De eso depende su vida.

El catedrático de Filosofía, Jesús Parra Montero, en su “Ser político o vivir de la política”, enfatiza: “Por más que se empeñen algunos políticos en decir lo contrario, es descorazonador constatar que cuando entran en política, aunque afirmen que buscan servir al ciudadano, a lo que muchos aspiran es a alcanzar el poder y mantenerse en él por encima de todo”.

Es profundamente descriptivo al explicar que no es más que una vieja estrategia que la gente ya conoce muy bien, cuando el político pretende presentarse como un servidor del ciudadano, pero sólo se trata de un conocido mecanismo de defensa psicológico que algunos ponen en juego para disfrazar sus deseos de poder.

Cuando un político sin ética y moral consigue el poder, inmediatamente comienza una transformación de su personalidad en donde sólo sus intereses personales son importantes y de nadie más.

Este tipo de políticos acceden a la política sin vocación y la hacen no sólo su profesión sino su vida misma.

Hay expertos en el tema que han disertado, discutido, confrontado y analizado las tesis de Max Weber en su obra denominada “La política como vocación” o “La política como profesión”.

Coincido en que la profesión del político sería la expresión de una vocación política, madurada, responsable y disciplinada. Y éste es el tipo de político que Weber tiene en mente.

En tal sentido sólo un político con tales características sería capaz de establecer la ecuación precisa entre la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad; entre la ardiente pasión y el frío sentido de la distancia; entre el corazón y la razón.

Weber distingue, además, dos formas de hacer de la política una profesión: “vivir para la política o vivir de la política”. Entre vivir “para” y vivir “de” existe una importante diferencia: quien vive “para” la política se encuentra en el nivel alto de las convicciones, de los principios e ideales de servicio a los ciudadanos.

En tanto que el individuo que vive “de” la política se coloca en un nivel egoísta; son profesionales en este nivel aquellos políticos que no desean gobernar en calidad de servidores de los ciudadanos sino al servicio de sus intereses o de sus jefes políticos; no están al servicio de los principios, sino a los del poder o poderes; son los políticos del nivel y perfil económico; convierten la política en su fuente de ingresos, como bien detalla Parra Montero.

Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz

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