* La enseñanza olvidada de JFRM

* Adiós, Marco… solo tú eres culpable

* Diputados que escupen al techo…

 

Jorge VALDEZ

 

José Francisco Ruiz Massieu tenía especial cuidado con Chilpancingo. En sus caminatas vespertinas alrededor de la plaza “Primer Congreso de Anáhuac”, cierta ocasión reflexionó que el pueblo de la capital “tumbaba gobernadores” y había que tener especial atención en la forma de gobernarlo.

Lo que decía eran consejas a los suyos: a Florencio Salazar Adame y a Héctor Astudillo Flores.

Claro que Miguel Bello Pineda y Jesús Ramírez Guerrero lo entendieron bien en lo que decía.

Ha pasado casi un cuarto de siglo y sus enseñanzas (o prédicas), para algunos, ya las habrán olvidado. Y no es así.

Chilpancingo tiene una memoria fiel, apegada a valores y costumbres muy sensibles. No perdona ofensas, ni tolera agravios. Condena abusos y combate con fiereza a los abusivos. Es noble su gente, pero cuando se enoja no hay ápice para la displicencia o arrogancia.

Marco Antonio Leyva Mena tendrá en los próximos meses y años quizá una enseñanza de vida que le brindó ese mismo pueblo de conducirlo por senderos de bienestar y progreso, pero se transformaron en pesadilla, irritación social y hartazgo.

No habrá en el futuro inmediato oportunidad más sentida, como honrosa, de alcanzar consensos para un político como MAL, que evidenció su omisión ante los reclamos y antepuso una retahíla de torpezas y pretextos a su incompetencia.

En la cronología de un (des)gobierno desprovisto de emoción social, adusto, pendenciero y repartidor de responsabilidades, se alcanzan matices dramáticos de lo que jamás debe hacer un presidente municipal en funciones.

Quizá su necesaria, como impostergable licencia por tiempo indefinido, aduciendo mentiras piadosas, obliguen a replantear con seriedad algunos parámetros de cómo ejercer el poder sin lastimar a quienes con nobleza y esperanza lo colocaron para servir.

Replanteamientos que llegarán hasta Casa Guerrero, donde otros ejemplos salpican no con la misma intensidad, pero sí generan ruido en un concierto armónico que debe ser el ejercicio gubernativo, sin estridencias, con ritmo y cadencia.

Gobernar Guerrero tiene estilos personales. Alejandro Cervantes Delgado lo delineó con cuidado y caballerosamente. José Francisco Ruiz Massieu ilustró con su aguda intuición las causas-efectos de un abandono ideológico a la praxis de una clase gobernante pragmática e insensible. Vinieron las pausas, las caídas, los desajustes anunciados. “O cambiamos… o nos cambian”, fue la consigna desoída, desatendida, olvidada.

Fueron 12 años de parálisis en ese crecimiento gatopardo, donde la noche se prolongó por ese eclipse llamado sol azteca y desdibujó un sueño forjado en la democracia por hombres libres y de izquierda. Ya no hay valores ideológicos. Solo intereses, ambiciones y mezquindades que ofrece el servicio público y su perniciosa política para horadar conciencias y lanzarlas al cuerno de la abundancia llamada corrupción.

Fortunas al vapor, riquezas personales, prestigios rotos, trayectorias deshonradas. El tiempo los alcanzó y devoró. De sus modestos cochecitos a lujosas camionetas y residencias multimillonarias.

La vida enseña: lo que se quita a la fuerza, igual se va.

En el Congreso local habemus legisladores que por mucho escupir al techo, se les cae toda la dignidad encima. Los que ya se fueron, serán historia. Lo que dejan es su prestigio maltrecho, como un legado, para bien o para mal.

Los que aprendieron la lección evitarán tropezones dolorosos como irreparables en sus instantes gloriosos. Los que no, estarán atados a un destino repetitivo, inacabable, de aprendizaje hasta la senectud… y eso a ver si aprenden antes de que el ocaso llegue. Nos leemos… SIN MEDIAS TINTAS.