Alejandro Mendoza

 

No hay cosa más terrible en la actualidad que la insultante y corrosiva deslealtad en las relaciones de las personas. La deslealtad por oposición es la expresión contraria a la lealtad, es decir es la falta de la misma y entendida como tal, podemos decir que es la falta de fidelidad, de honor y de palabra.

Desde luego que uno debe ser leal en primer lugar consigo mismo, luego con su familia, con sus superiores y con sus subordinados, si los tiene; es más me atrevería a decir que la lealtad hacia los subordinados es aún más valorada, ya que exige normalmente un esfuerzo mayor, dada nuestra naturaleza humana.

Quizá el caso más conocido de deslealtad, desde Jesucristo hasta la fecha, aparece en la Biblia. Se trata de uno de sus discípulos, de Judas Iscariote, a quien, a pesar del libro en su defensa “Judas Iscariote, el calumniado”, escrito por Juan Bosch, la percepción de traidor lo ha perseguido eternamente.

Pero en este caso me refiero a la deslealtad en la política. No debe sorprender que en el terreno político, la lealtad, entendida también como gratitud, parezca un bicho raro que debe fumigarse, como se hace con las alimañas.

En las últimas elecciones, la palabra lealtad viene siendo utilizada asidua e indistintamente por quienes la reclaman o por quienes pretenden hacen gala de la misma, sin muchas veces comprender que la dimensión de este valor, de esta cualidad que solo es exigible y atribuible en la medida en que se cumplan los requisitos que le dan su verdadero y único sentido.

La deslealtad, la traición y la ingratitud son antivalores que han estado presentes en la política en todos los tiempos y espacios vivenciales.

Puedo citar una gran cantidad de ejemplos de hombres sacrificados, que se sometieron a privaciones personales y familiares en pro de un ideal para sus pueblos, sin embargo, pasaron momentos amargos por las deslealtades de gente de su entorno.

La lealtad política es una actitud, un sentido de afecto y unión con alguien, algo que crea una alianza de confianza entre personas. Sus sinónimos ayudan a entender a la lealtad: adhesión, devoción, fidelidad. Es un lazo que une y que suele ser en muchas ocasiones la cualidad más admirada entre los gobernantes.

La lealtad de uno hacia otro es, tal vez, la causa central de las carreras exitosas en política. No es extraño esto, en un terreno en el que la confianza es vital. Esta cualidad es particularmente necesaria en regímenes autoritarios. A más autoritarismo, mayor importancia cobra la lealtad. Y llega a ser la gran cualidad buscada por los superiores.

En este contexto es una especie de sentimiento de unión y compromiso mutuo, no diferente a los lazos familiares que buscan la protección de sus miembros, por encima de todo.

En su exposición dada conocer por el politólogo Eduardo García en su texto ‘Lealtad en la Política’, señala que en algunos partidos políticos la lealtad al presidente en turno es la cualidad central que determinaba futuros. Muy ilustrativo son los legisladores, obedientes seguidores de órdenes presidenciales, así fueran las más extremas y absurdas.

Ir contra la orden superior es impensable bajo un sistema de lealtad extrema. Si bien, en abstracto, la lealtad es una cualidad admirable y celebrada, tiene una faceta oscura cuando ella se convierte en lo único de valor. Piense usted en esta posibilidad, la de la lealtad convirtiéndose en una causa para romper con creencias personales.

Pero la confrontación es inevitable en muchas circunstancias, como cuando la lealtad pide hacer algo que va en contra de principios propios. Al menos, hasta aquí es clara una cosa. La lealtad, por buena que sea, no es el único criterio de valor.

Lo más insano de un sistema político es crear personalidades a las que se le debe dar forzosamente lealtad. Las creencias y convicciones personales son muy secundarias. El sistema político de esa naturaleza crea personalismos políticos, no ideologías ni escuelas de pensamiento. Consecuentemente emerge un régimen sin dirección ni ideas, que va al vaivén de las personalidades a las que se debe lealtad.

Cada elección es así: una confrontación de candidatos que se suponen capaces de crear un nuevo personalismo, en los que se deposita una confianza que no merecen y a los que se cree con capacidades que no tienen.

La lealtad es una cualidad de las buenas personas, pero no es la única. Donde los gobernantes desprecian otras cualidades, se desperdicia talento. El talento es usado para halagar al gobernante, no para hacer lo bueno. La lealtad extrema crea personas serviles, capaces de toda bajeza personal, para las que no hay sentido moral. La lealtad extrema mata creencias y convicciones.

Los errores fueron míos, los aciertos de Dios, sonría, sonría y sea feliz

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