¿Tropezón contra Osorio Chong?

 

Felipe Victoria Zepeda

 

Impávidos y con rictus de angustia se confiesan aperplejados y anonadados en cafeterías y cantinas por reportaje del New York Times revelando que en México traen espiados a los que usan celulares inteligentes.

¡Ah!, pero si son los primeros que marcan desde donde están físicamente en el GPS y transmiten boberías.

¿Se ha puesto a usted a calificar el rango de importancia de lo que muchos suben a las redes a mañana, tarde y noche?, ¿cada cuánto dan alguna información noticiosa original y no refritos de refritos de lo escuchado por la radio o mirado en la TV, o quizá hasta leído en algún diario o revista?

Júrenlo entonces que no tiene por qué quitarles el sueño el tal software ‘Pegasus’, el espionaje no es nuevo. Frases como la famosa de que “hay pájaros en los alambres” son de hace mucho.

Recordemos cuando la telefonía pertenecía al gobierno, aquel molesto cruzadero de líneas y los clicks o zumbidos de cuando interferían comunicaciones, nos enojaba y a los “pobres orejas” les llovían mentadas de madre.

Poco se fijaban en las cajas metálicas de registro de conexiones en las esquinas y menos miraban hacia lo alto en los postes, cuando primitivamente las corporaciones policiacas colgaban de los cables grabadoras.

Los avances tecnológicos fueron facilitando el espionaje, oficial y de particulares también; no hubo despachito de detectives investigando infidelidades que no recurrieran a interceptar llamadas entre amantes para saber dónde ir a tomar fotografías comprometedoras.

Pero la gran revolución se dio con los aparatos inalámbricos, primero, y después, con los portentosos celulares; fácil es comprar escaners para rastrear y no hubo presidencias municipales que dejaran de equiparse para estar al tanto de todos los aparatos telefónicos convencionales con sus extensiones y de las comunicaciones privadas con los portátiles.

El común de la gente no hizo aprecio de que pudieran ser escuchados y les valió madres, después se perdió el pudor hablando en público por teléfono, por ejemplo en los restaurantes o vehículos de transporte.

Casi a nadie les cayó el veinte de que cuando inauguraron los portentosos C-4, anunciaron los gobiernos que ya podían ubicar de donde se hacían llamadas, celulares o convencionales.

Claro que no faltaron quienes cíclicamente protestaban por la “ilegalidad” del espionaje de llamadas, pero pronto les daban la vuelta con el cuento de que los jueces autorizaban las escuchas tratándose de investigar delincuentes, pero la verdad es que escuchan a quienes se les da la gana sin necesidad de andar en cuestiones legales; basta con se tengan opiniones contrarias a quienes mandan, para que sus charlas se conviertan en blanco de intercepciones fijas o esporádicas.

La gente se descuida en lo que dice y como lo dice, los delincuentes en cambio arman sus códigos especiales entre grupos, a veces no tan fáciles de desencriptar, pero hay especialistas para eso.

Claro, el actual distractor de la opinión pública con la indignación de figurones de la TV, la radio y el internet es precisamente para entretener a la chusma, ni modo que una Carmen Aristegui o un Carlos Loret de Mola no sospecharan que los espían a todas horas desde sus celulares, para detectar sus fuentes de información que en algunos casos dañan a personajazos en el poder revelando situaciones hasta de sus vidas íntimas o transas privadas.

Lo que dejó estupefactos a muchos es que creían seguras e inviolables las comunicaciones cibernéticas en que se abusa del libertinaje y resulta que son sumamente vulnerables.

¿Pero cuál es el fondo de trascendido y del reportaje del New York Times, y quién el destinatario principal?

Como según dijeron algunos importantes columnistas nacionales, en Los Pinos ya les dieron el banderazo de arranque para irse acomodando en pos de la candidatura tricolor, los varios aspirantes del Grupo Atlacomulco necesitaban atajar al priísta supuestamente más aventajado: el hidalguense Miguel Ángel Osorio Chong.

Nada mejor que fracturarle su brazo derecho: Eugenio Imaz Gispert, director aún del CISEN, área en que ubican el manejo del software ‘Pegasus’, aunque no sea exclusivo de esa dependencia misteriosa, porque las áreas de inteligencia de las fuerzas armadas y la policía federal y la PGR no cantan mal las rancheras.

Por lo que usted guste y mande, se da la coyuntura para decirle adiós a Eugenio Imaz Gispert y que descanse cuidando su salud, si es que realmente está enfermo. Claro que será como quitarle el bastón a Osorio Chong, lastimado por el puntapié certero en la espinilla ahora que ya se acomoda en el arrancadero.

Los del Grupo Atlacomulco no son afectos a compartir ni alternar el poder, son capaces de todo.

Ahora esperemos a conocer el mandarriazo en reacción contra dos o tres mexiquenses que andan emocionados, porque lo del New York Times puede que hasta risa le dé al presidente Peña Nieto, pues cuentan que el programa israelita de espionaje lo compró el anterior presidente, aconsejado por su experto en espionaje electrónico Genaro García Luna.

Claro, muchos trapitos al sol de comunicadores famosos y privilegiados son los que pueden poner a orear mientras crece la bolita de nieve cuesta abajo.

Mientras tanto, cuídense de tanto que utilizan los celulares para cosas no de veras necesarias.