¿Qué siempre no?

 

Felipe Victoria

 

El entorno político que se nos viene va que vuela para drástico por la podrida partidocracia en que no quedará títere con cabeza.

Más o menos a estas alturas de 1993, el presidente Salinas de Gortari estaba presionado por su equipo de jóvenes profesionistas por la política, que ante Notario Público pactaron heredarse la silla presidencial por cinco sexenios valiéndose de la estructuras del PRI.

Víctor Manuel Camacho Solís y José Francisco Ruiz Massieu, con Pedro Aspe, Emilio Lozoya Thalman, Manuel Muñoz Rocha y Raúl “el hermano incómodo” eran los más ansiosos, porque intuían una posible traición del mandatario al grupo compacto y le prodigaba atención especial al sonorense Colosio Murrieta.

Los puso quietos ordenando no hacerse bolas porque candidato solo habría uno, el que a él se le viniera en gana hasta finales de noviembre, dejando con un palmo de narices a la camarilla privilegiada, generando un descontento que después se volvería mortal en marzo de 1994.

Como muchos incidentes me tocó verlos desde ring side, me dan ñáñaras ir encontrando paralelismos en jugadas del ajedrez político que se van repitiendo con el ciudadano Enrique Peña Nieto, que no se  sacude la influencia de Carlos Salinas.

Compartí muchos ratos amables con el colega columnista de El Universal, Juan Bustillos, y nuestro mutuo amigo el legendario comandante Francisco Antonio Botello Vizcarra, desde antes que por azares de la vida quedara el periodista a cargo de la gran revista Impacto que fuera de los Sojo.

Frecuentemente consulto la columna de Juan Bustillos “Sólo para iniciados” y me caló esto que les transcribo:

“Masacre sucesoria en el gabinete de Peña Nieto”.

“En septiembre de 1993, el presidente Carlos Salinas me invitó un café (dicho sea de paso, nunca entendí cómo se daba tiempo para hablar, con inusitada frecuencia, con quienes quería); le preocupaba el despiadado intercambio de golpes, a través de las columnas políticas, entre los precandidatos priístas”.

“Están ensuciando el proceso, me dijo. Yo era uno de aquellos columnistas que le enturbiaban el ambiente, y de eso hablamos largo y tendido”.

“Años antes me había hecho amigo de Luis Donaldo Colosio en el lugar menos imaginable, el vapor de Santa María la Ribera que atendían los hermanos Colín. Ahí lo encontré una mañana, vistiendo una sábana blanca, cual emperador romano (apenas era diputado federal), reponiéndose, con barbacoa y whisky, de una noche tormentosa”.

“Lo acompañaba nuestro hombre en Puerto Rico, Orlando Arvizu, que manejaba las relaciones públicas de José Francisco Ruiz Massieu y de Miguel Ángel Barberena, y que, sin que aquellos gobernadores de Guerrero y Aguascalientes se enteraran, había incluido a ‘Pelo Chino’ en el paquete”.

“No hubo necesidad de ruego; después del vapor y del masaje recuperador de ‘La Changa’ me uní con un Tonayán y la jornada siguió, larga, interminable, ‘Chacha Micaela y su novio Pantaleón’ de por medio”.

“Tiempo después, ya presidente del PRI, cantó, en un mero día de San Juan, en lo que hoy es ‘La Taberna del Patrón’, y era el bar del Lar Gallego, aquello de ‘voy a escoger un día grande pa’ morirme por las pollas que yo quiero’, pero esa es otra historia, que tiene que ver con la derrota priísta en Baja California. Lo recuerdo interrumpiendo al mariachi para cambiar la letra original por el ‘me gusta el 2 de julio y ayer fue día primero’”.

“Cuando Salinas se hacía cruces sobre la masacre periodística de los aspirantes a sucederlo, los bandos estaban divididos entre Colosio y Manuel Camacho; causaba curiosidad al presidente el origen de los bombazos al regente del Distrito Federal. No había secreto: salvo Marcelo Ebrard, casi todos sus colaboradores estaban comprometidos con la causa de Luis Donaldo, y con ellos una legión de periodistas”.

“Dos meses después de aquella plática, a medio día del 27 de noviembre, recibí una llamada de Los Pinos para recomendarme publicar, al día siguiente, que ese domingo habría candidato; era la mitad de la información, reclamé, pero sólo obtuve otra pregunta por respuesta: ‘¿quién crees?’, y por mi cuenta añadí que ‘Rarotonga’”.

“El largo preámbulo obedece a que una masacre similar a la de 1994 empieza a darse en el equipo del presidente Peña Nieto, lo cual es enteramente natural”.

“El sábado nos presentaron a un Emilio Lozoya desconocido; leí que aquel que de jovenzuelo boxeaba con ‘El Finito’ López y absorbía el castigo sin quejarse habría comentado, con lágrimas en los ojos, que supuestos recursos de una empresa brasileña fluyeron, en el sexenio anterior, hacia una mujer que manejaba las finanzas de un gobernador que luego se convertiría en el operador político de la campaña de Enrique Peña Nieto”.

“Atrás de esta revelación sin fuente, lo que existe en realidad es una señal que Miguel Osorio Chong no debe dejar pasar, como si no la hubiese leído o nadie se la hubiera mostrado o comentado. La alusión es a él y cualquiera puede poner nombre a la misteriosa mujer”.

“La respuesta la debe buscar el presidente en el beneficiario de un supuesto conflicto que pretende sepultar al secretario de Gobernación”.

Caramba que entonces el entorno está para ponerse a rezar.