¿Un Imperio amapolero y marihuanero?

Por Felipe Victoria Zepeda

Históricamente ni la cannabis indica o la sativa, ni la amapola, son productos de la naturaleza originales de este continente americano, sino que los conquistadores iberos en alguna ocasión las trajeron por los usos medicinales que en Asia y Europa les daban desde mucho antes de aquel Siglo XVI.
La herbolaria autóctona enriqueció y las virtudes curativas de ambas plantitas se popularizaron calladamente, porque no solo curaban malestares sino que alocaban a sus consumidores autorecetados.
No sería ocioso hurgar en nuestra historia para checar la siembra, cultivo y cosecha de la marihuana y la amapola; nos cuenta Doña Manú Dornbierer en otra de sus magistrales obras que para tiempos de la segunda Guerra Mundial fueron los vecinos del imperio yanqui del norte los promotores de grandes áreas de cultivo en territorio mexicano, desde Sinaloa hasta Chiapas…
Esa potencia metida en guerra hasta Europa, necesitaba abastecer a sus tropas de esas drogas en todas sus variantes, para que aguantaran el cansancio, combatieran con más fiereza o aliviaran dolores cuando quedaban heridos.
Nació así en México la “industrialización” de la marihuana y la amapola y muchas comunidades campesinas encontraron mejora para su precaria economía, pues las pagaban muy por arriba que el maíz, las frutas y las verduras común y corriente.
Al quedarse los USA prácticamente sin mano de obra para su producción agrícola porque sus hombres andaban en la guerra, requirieron de las “braceros mexicanos”, pero aquí se quedaron muchos ya enrolados en el negocio de las plantitas medicinales.
Pero llegó el feliz término de la segunda guerra mundial y de la noche a la mañana se acabó el negocio lícito y nuestra legislación de salud les dio a la marihuana y la amapola el carácter de prohibidas. ¿Qué hacer entonces con tantos plantíos y la gente que dependía de ellos?
Los excombatientes que regresaron a los USA se trajeron como recuerdito de los años de combate la adicción por esas drogas, pero su gobierno ya no se las suministraría gratis y entonces nació el contrabando de México hacia los USA, que las hábiles mafias de allá supieron capitalizar de inmediato enseñándole a los mexicanos a “traficar”.
Como lo que antes fue lícito se tuvo que volver clandestino, los precios se incrementaron, los fletes no podían costar lo mismo que antes, porque ahora tenían que ser prohibidos y riesgosos y para llegar a los USA debían sobornar a todas las corporaciones policiacas del país, cuando no hasta a los mismísimos militares por hacerse disimulados.
No tardó mucho en convertirse en negocio secreto que dejaba dividendos bajo la mesa a políticos regionales…¿Quién no escuchó alguna vez hablar de los gobernadores Antonio Toledo Corro en Sinaloa y de Enrique Alvarez del Castillo en Jalisco?
Como en los USA se percataron que la drogadicción se les convertía en un grave problema de salud pública, inventaron sus agencias especializadas en “combatir” la producción y tráfico de drogas con especial atención fuera de su territorio, invadiendo soberanías en Latinoamérica, Asia y el medio oriente, pero México siempre ha sido el punto más cercano a ellos…
El virtual combate más bien ha operado siempre como control regulador que se refleja en los precios de mercado de los estupefacientes, a los que allá no les cierran fronteras porque es un negociazo enorme su distribución clandestina.
Durante la segunda mitad del Siglo XX, de hecho se repartía el territorio mexicano en dos enormes áreas geográficas para supervisar la siembra, cultivo, procesamiento y tráfico de drogas: una parte hacia el litoral del océano Pacifico y otra al Atlántico en el Golfo de México y El Caribe…
Los mafiosos de un lado debían respetar a los rivales del otro lado; nada de invadirse territorios ni rutas; a mocharse con las autoridades y llevar la fiesta en paz. Más al sur, en Colombia con la cocaína pasó algo parecido, los Cárteles de Cali y Medellín se dividían su país para el largo transporte hacia los USA, en que por la lejanía tenían que hacer escala obligada en partes mexicanas, donde los revendedores les recibían sus polvitos para colocaros con sobreprecio a los súbditos del “Tío Sam”.
Como las áreas designadas a los del Pacífico, de Baja California hasta Chiapas y las del Golfo, de Tamaulipas hasta Yucatán y Quintana Roo son enormes, se fueron creando organizaciones y “subcárteles” por regiones y estados, difícilmente disciplinados en la contienda comercial clandestina, pero hubo relativa paz entre mafiosos y orden hasta que culminó la primera época gloriosa del PRI con Ernesto Zedillo.
El desmadre fue cuando Los Pinos cayó en manos de los blanquiazules sedientos de fortuna y tontamente dejaron perder el control policiaco de los dos grandes cárteles tradicionales, permitiendo que proliferaran nuevos grupos insumisos con quienes igual se “asociaron”…
Hoy es un pandemónium nacional donde lo viable para que deje de correr tanta sangre sería que se legalizaran por lo menos la marihuana y la amapola…que en Guerrero son un Imperio del que muchos gobernantes prefirieron quedarse en silencio como si no existiera.
Pero a partir del 2005 con el advenimiento de perredistas externos en el poder todo se vino abajo y comenzó la época de la narcoviolencia impune…por eso Héctor Astudillo intenta soluciones adecuadas…