* Además de las explicaciones que ofrecen las autoridades a la preocupante situación que prevalece en el estado, el sacerdote explica que la “maldad” anida en “los corazones, en las familias, en las comunidades, en las instituciones y genera mucho daño”

 

Alondra García Lucatero

 

“El mal está en todas partes”, asegura el sacerdote Jesús Mendoza Zaragoza cuando se refiere a Guerrero, esa entidad al sur de México en la que, en promedio, ocho personas son ejecutadas diariamente.

Mil 418 homicidios de enero a junio de 2016, según las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.

Más de 50 niños ejecutados por la delincuencia organizada de 2012 a la fecha, según la Fiscalía General delEstado.

Esa estela de sangre que deja “la mano del maligno” no atemoriza al sacerdote católico de 63 años. Su tarea, ahora, es caminar al lado de las familias y víctimas del crimen para convertir el dolor en esperanza.

Desde su parroquia en la localidad de El 30, en el municipio de Acapulco, Mendoza Zaragoza lucha por reconstruir los hogares destruidos.

A la par, utiliza sus recursos literarios para publicar una columna de opinión en un periódico de circulación local en el que, sin dejar de lado su carácter religioso, hace reflexiones y severas críticas a los gobiernos y a la misma sociedad.

El cura tampoco es ajeno a las redes sociales. En su cuenta de Facebook comparte sus pensamientos, así como citas y pasajes bíblicos. En su perfil se presenta como “el chalán del chalán en la construcción del Reino de Dios”.

En entrevista con El Sol de Chilpancingo, el sacerdote habló sobre su caminar al lado de los pobres, de los oprimidos y de los que perdieron todo por culpa de la delincuencia organizada

** La impotencia, lo que más le duele

El sacerdote habla a un ritmo suave. Escucharlo es como oír a un abuelo bonachón que, aún en los temas más duros, no pierde la dulzura en la voz.

Durante siete años fue vicario de la Diócesis de Acapulco, ese puerto paradisiaco que hoy en día está considerado como la ciudad más peligrosa del país y la cuarta más peligrosa del mundo.

–        ¿Qué marca te dejó Acapulco en tu trabajo sacerdotal?, le pregunto en una entrevista con sabor a charla de amigos.

“La impotencia ante los problemas tan crudos y brutales que vive la gente. El sentir su dolor y experimentarlo con ellos”, responde.

El sacerdote se toma un respiro. Luego continúa: “Hace 30 años el problema principal era la pobreza extrema. Ahora el problema es otro: La violencia”.

Y no se trata de cualquier violencia. Es una violencia con tintes macabros, sangrientos, destinada a sembrar elterror. Una violencia que dejó la huella de 200 ejecuciones tan sólo en el mes de junio y convirtió a Guerrero en elestado con más homicidios dolosos del país.

En palabras del secretario de Seguridad Pública Estatal, Pedro Almazán Cervantes, se trata de violencia provocada “por la pugna entre grupos del crimen organizado”.

–        ¿Qué hiciste como sacerdote ante este problema?

“Yo tenía que coordinar esfuerzos que implicaban a diversas parroquias para capacitar gente dedicada a la atención de víctimas y por otra parte, para construir los espacios que se requerían para una atención más adecuada. Ciertamente tuve que tratar a cientos de familias de asesinados, de desaparecidos, de secuestrados, de extorsionados. Desgraciadamente parece que hoy Acapulco está peor”.

–        Con tanta violencia surgen las dudas sobre la existencia de Dios. ¿Cómo le hablas del amor de Dios a una viuda, a un huérfano, a un padre que perdió a su hijo?

“Cuando hay mucho dolor la gente sufre una transformación. Entonces, lo que ellos sienten, lo que ellos dicen, merece respeto. Yo respeto a las personas que sienten, que experimentan, que dicen que Dios no existe”.

En este punto, un recuerdo llega a la mente del cura. Relata que, en una ocasión, llegó a una casa para celebrar una misa por un joven asesinado.

“Su padre me corrió y yo tuve que irme”, recuerda. Tras de sí quedaron los gritos de un padre desesperado: “¡Si Dios no libró a mi hijo de la muerte, entonces no lo quiero aquí!”

“Yo entiendo eso y lo respeto, porque quien vive un dolor no necesita ser juzgado, necesita ser comprendido y acompañado”, explica. “En muchas de estas circunstancias lo que habla es el dolor y en la medida en que las personas van recuperándose de la situación traumática, la mente y el corazón se van aclarando y pueden comprender mejor las cosas”.

–        ¿Qué hace un sacerdote en un estado como Guerrero, con mil 418 homicidios, 59 secuestros y 104 extorsiones en la primera mitad del año?

“Asumir con más fuerza la vocación”, responde con firmeza, a sabiendas de que las cifras oficiales están lejos de mostrar la verdadera magnitud del problema.

–        ¿Han llegado a usted sicarios arrepentidos?

“Tuve casos. Me han llegado casos de gente que está metida en esos grupos criminales y que buscan salirse. Se sienten asfixiados pero saben que no tienen salida porque hay un control muy fuerte sobre ellos. Pero sí entiendo que en su alma hay todavía un área luminosa, que ellos entienden y quieren otra opción de vida, una diferente, pero saben que ya no pueden salir (de los grupos criminales)”.

–        ¿Cuál es la tarea de la Iglesia en esos casos?

“Escucharlos. Son hijos de Dios que andaban extraviados y aún se pueden abrir otras puertas para ellos. Incluso hay gente metida en la delincuencia que está obligada, forzada por las circunstancias, por ejemplo por la pobreza o porque los atraparon las mafias. No todos están por sus propios deseos, hay gente en contra de su voluntad, pero se sienten atrapados”.

–        ¿Ha tenido problemas con la delincuencia?

“Yo tenía que convivir con halcones. En mi parroquia (en Acapulco) tuve un halcón de planta durante años y tenía que convivir con ellos, buscar la forma de relacionarme como sacerdote, de comprenderlos y ver si era posible en ellos algún cambio, pero entendía que están atrapados en una mafia y es complicadísimo que puedan salir”.

–        ¿Cuál cree que es el origen de toda esta violencia?

“Creo que hay varias explicaciones y son válidas. Desde las que se refieren más a un contexto local, como que enGuerrero existe la siembra de drogas. Son explicaciones válidas, pero insuficientes. Sí explican algo, pero no un todo. Hasta las explicaciones de carácter estructural, de que tenemos una sociedad empobrecida, que ha cultivado durante décadas la semilla de la violencia. La violencia es estructural, viene desde décadas y tenemos instituciones violentas. La corrupción es una clase de violencia, la pobreza extrema es otra clase de violencia. Pero creo que este tipo de explicaciones hay que complementarlas con otras”.

–        ¿Está el demonio detrás de toda esta violencia?

“Desde la perspectiva de la fe, ¡claro que está el maligno! Quien carece de amor, quien no ama, tiene una carencia grande que proyecta a los demás y esa se expresa como maldad. Entonces en cada persona, en cada contexto donde se desprecia la dignidad humana, donde se rechaza la ley divina, ahí está la mano del maligno. Está en todas partes, no podemos decir que en un solo lugar. Esa maldad está en los corazones, en las familias, en las comunidades, en las instituciones y genera tanto daño. Entonces, sin duda, está el poder misterioso del mal”.

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De acuerdo con Jesús Mendoza Zaragoza, en Guerrero, “el poder del mal nos agobia, nos ha hecho daño y nos produce sufrimiento”.

El sacerdote advierte que “el mal está en todas partes y quien se deja atrapar por él hace daño a los demás”.

–        ¿Qué papel debe de jugar la Iglesia en este contexto de violencia extrema?

“Ya hay iniciativas en la Iglesia, pero yo creo que todavía son poco significativas. Nos ha faltado audacia, nos ha faltado claridad y decisión por construir la paz. Tenemos una gran riqueza para hacerlo y es el Evangelio. Esa es nuestra tarea pendiente, no hemos hecho bien nuestra tarea en la Iglesia y hoy tenemos ese desafío, llevar elEvangelio a las personas, a las familias, a los ambientes de violencia para que haya una transformación social. Tenemos una responsabilidad y debemos responder ante Dios y ante la sociedad”.

–        ¿Cree que el diálogo y la negociación con los grupos del crimen organizado sean una manera conveniente para detener la violencia?

“En este momento yo no veo posibilidades. Hablar de diálogo como tal… no”.

–        ¿Cómo ves la actuación de las autoridades ante la violencia que padece Guerrero?

“Yo creo que la estrategia del gobierno ante los criminales no sirve. Hay que buscar otro camino. Hay muchos criminales que están a la fuerza y hay que buscar la forma de que entren al campo de la legalidad. Todos los campesinos que están en la sierra sembrando amapola y marihuana están fuera de la ley. Tenemos que ver qué hacer con ellos. Meterlos a la cárcel no es una opción. Hay que buscar caminos, que ellos puedan cambiar sus cultivos ilícitos por otros legales”.

–        ¿Cuál sería la solución?

“La solución no es matar criminales ni meterlos a la cárcel. Hay que hacer justicia. La justicia es necesaria y tiene que ser de carácter restaurativo, que reconstruya a los criminales y los convierta en personas de bien. Si los metemos a las cárceles se vuelven peores. Es necesario imaginar formas diferentes de solucionar esta problemática de la violencia. Ahora estamos peor que hace años porque esa estrategia no funciona”.

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Para el sacerdote, la estrategia de seguridad no debe enfocarse en “matar delincuentes” ni en meterlos a la cárcel.

Advierte que “la sola justicia no arregla nada”, por lo que es necesario “restaurar a los criminales, tomarlos en cuenta y buscar caminos para solucionar esta problemática compleja y profunda”

“La violencia”, asegura, “no se soluciona con armas ni con castigos”. En cambio, “hay que empezar a ver a los criminales como seres humanos y buscar formas de recuperarlos”.

–        Y mientras llega la paz a Guerrero, ¿cómo llevar paz y consuelo a las víctimas?

“Lo primero es escucharlos. En una situación de crisis, las familias tienen una gran necesidad de ser escuchadas, de ser acogidas, apoyadas. A partir de eso hay que captar sus necesidades porque cada caso es diferente y hay que buscar la manera de responderles. Hay quienes manifiestan necesidad emocional, otros necesidades de carácter espiritual y otros de carácter social o incluso económico. Ya en el ámbito pastoral hay dos necesidades básicas que las víctimas de la violencia experimentan: la necesidad de expresar su dolor y de recibir consuelo”.

El consuelo, dice, es una gran necesidad para quienes viven con mucho dolor. Otra necesidad que tienen las víctimas es la esperanza.

“Un evento violento les rompe la vida, les destruye el futuro, les cercena la esperanza. Entonces hay que acompañarlos para ayudarles a entender que ciertamente tuvieron una pérdida, pero que no lo han perdido todo, que no se den por vencidos y luchen por superar esa situación traumática”, explica el sacerdote.

Pero no sólo la tragedia de miles de familias que sufren por la violencia ha marcado el andar de Jesús Mendoza Zaragoza. Existen otras experiencias que, en diferentes momentos de su vida, definieron su inclinación hacia los pobres y los olvidados.

*** El origen del cura que camina con las víctimas

Si sus ancestros no hubieran sido cristeros talvez tendría otro nombre. Ramón, Humberto, cualquier otro que no evocara lo divino, lo sagrado.

Pero en las venas del sacerdote Jesús Mendoza Zaragoza corre la misma sangre que corría por las del coronel cristero Ezequiel Mendoza Barragán, ese que les decía a sus tropas: “No queremos compañeros que traigan fines torcidos, queremos hombres que de todo corazón quieran agradar a Dios en todo, sin otro interés que defender a su Iglesia nuestra madre. (…) Y si Dios está con nosotros no tengamos miedo de morir en defensa de la Iglesia y de la patria, seremos mártires e iremos al cielo para siempre”.

Por andanzas de la vida, Jesús Mendoza no nació en Coalcomán, Michoacán, donde luchaba su tío el coronel Ezequiel Mendoza.

Su nacimiento fue humilde, en una casa de adobe, madera y teja en la sierra de Petatlán, en el también combativo estado de Guerrero.

 

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“Mis padres emigraron a Guerrero cuando eran jóvenes. No se habían casado y decidieron vivir en Las Mesas junto con su familia, que también se vinieron para acá”, recuerda Jesús Mendoza Zaragoza. “Era una población pequeña, de unas 90 familias. Mis abuelos llegaron a colonizar esa región de la sierra completamente deshabitada en los años 40”.

Su casa estaba en medio de una huerta. Era grande, lo suficiente para albergarlo a él, a sus dos padres y a sus 11 hermanos. Él era el mayor.

Como todo niño, iba a la escuela primaria y como todo hijo de campesino, apoyaba en las labores del campo.

Recuerda la siembra de maíz y frijol. También los frutos de la huerta, el plátano, el mango, el naranjo y ellimonero.

De su padre aprendió a vivir en torno a los ciclos de la cosecha. De la tierra aprendió que, para cosecharla, primero hay que cultivarla y que eso requiere trabajo y esfuerzo.

“Era una economía de subsistencia que nos daba para vivir más o menos, modestamente”, relata.

Pero sus sueños de niño estaban más allá de la milpa. Su camino, al igual que el de sus ancestros, sería servir a Dios.

Cuando cumplió 12 años, Jesús Mendoza Zaragoza dejó su casa en la sierra de Petatlán y se fue al puerto de Acapulco, donde estudió la secundaria y preparatoria. Corría el año de 1964. La Guerra Sucia estaba en pleno apogeo.

Después se fue a la Ciudad de México a realizar sus estudios superiores y de ahí a Tula Hidalgo, donde había un seminario dirigido por los Jesuitas. En ese lugar completó sus estudios de Filosofía y Teología y fue ordenado sacerdote en 1979.

Su formación fue distinta a la de los curas de antaño debido a los cambios que hubo en la Iglesia tras el Concilio Vaticano Segundo. También se formó bajo la Teología Latinoamericana de la Liberación.

“Eso te da otra visión de la fe, te muestra la labor del sacerdote en contextos de violencia, de pobreza. Yo tuve la oportunidad de formarme de esa manera”, explica Mendoza Zaragoza.

Su padre también influyó en su proceder religioso. Era campesino, pero le gustaba leer y con frecuencia recibía por correo libros, revistas y periódicos de carácter social.

“Yo leía todo lo que le llegaba y así desde la infancia yo me fui solidarizando con la problemática social”, recuerda.

Otra situación que incidió fue el liderazgo comunitario de su padre, hijo de combatientes cristeros, quien “en su interés de buscar el bien de la gente”, tuvo que afrontar varios conflictos.

Al irse de casa para estudiar la preparatoria, Jesús Mendoza Zaragoza no abandonó la lectura. En ese entonces le inquietaban ciertas doctrinas e ideologías como el Marxismo, en las que encontró “rumbos para el cambio y la transformación social”.

Ya como sacerdote, se enfrentó con el problema de dar respuesta a los problemas y al sufrimiento de su pueblo. Las respuestas las buscó en los libros de Ciencias Sociales y en la Biblia.

–        ¿Qué experiencias te han marcado como sacerdote?

“Tengo varias experiencias duras”, responde el padre. Recuerda que hace 30 años el problema principal era la pobreza extrema. A él, dice, le tocó vivir de cerca esa situación y “sentirse impotente” por no tener la posibilidad de ayudar a las personas en una situación “tan dolorosa”.

Por otra parte, explica, hay experiencias dentro de la propia Iglesia que lo marcaron.

“Cuando se busca incidir en la transformación social, uno se encuentra adversidad dentro de la Iglesia, gente que no está de acuerdo. Es parte de la vida cuando se asume el servicio a los más pobres”.

Pero eso no ha sido motivo suficiente para detenerlo. Jesús Mendoza Zaragoza sigue, desde su parroquia, mandando un mensaje de esperanza y consuelo a las víctimas del narco.